‘Azucre’, de Bibiana Candia, la voz de los gallegos de la esclavitud

Azucre. Bibiana Candia. Editorial Pepitas de calabaza

En Azucre Bibiana Candia busca las voces de los más de mil quinientos gallegos que fueron esclavizados en las plantaciones de azúcar de Cuba, en una empresa organizada por otro gallego, Urbano Feijóo Sotomayor. Los hechos sucedieron en 1853. La Galicia rural ahondaba en su miseria. Borrascas persistentes habían arruinado las cosechas. Una epidemia de cólera se ceba en una población mal alimentada. El hambre. Y la promesa de ganar de dinero en Cuba. «¿Cómo te llamas, rapaz? Orestes Veiga». Son las primeras frases de esta novela coral, en la Candia aviva el fuego de dos propósitos: rescatar una tragedia del olvido, y construir las voces de una epopeya del siglo XIX. El primero está cumplido, el segundo a medias.

Azucre

El que relata Azucre no fue el único proyecto para «blanquear» Cuba. desde 1812 se sucedieron las empresas para importar mano de obra blanca: chinos, yucatecos, gallegos. Los empresarios y las autoridades de la isla buscaban equilibrar la composición demográfica de Cuba. A partir de 1817 se sumó otro problema: la prohibición del comercio de esclavos decretada por los británicos. Justo en el momento de mayor expansión del cultivo de azúcar.

Este es el momento en el que aparece el gran artífice de la empresa: Urbano Feijóo Sotomayor (1818-1898, Viana do Bolo, Orense), que fue diputado a Cortes en distintas legislaturas. Feijóo propuso la inmigración de trabajadores españoles a Cuba, en 1853. Para organizar el traslado fundó la Compañía Patriótica-Mercantil de ayuda a Cuba y salvación de Galicia. Le llamó salvación porque en Galicia son años de hambre, de mucha miseria, de epidemias y enfermedades.

Feijóo conocía bien Cuba. Su hermano Jaime había emparentado con una de las familias de la oligarquía de origen vasco, los Lapaza de Martiatu. Se convirtió en administrador de los bienes de la familia, propietaria de ingenios, haciendas, potreros y cafetales. El gobierno español autorizó el traslado de trabajadores gallegos para un periodo de quince años. Los trabajadores firmaban un contrato en el que aceptaban sueldos muy inferiores a los que recibían los trabajadores libres de la isla, y se comprometían a aceptar los castigos que se les impusieran por faltas de disciplina. Los primeros llegaron a bordo del Villa de Neda a la Habana en 1854. Las condiciones de esclavitud y las muertes de muchos de ellos se conocieron en España gracias al informe de Ramón Fernández Armada, un empleado de Feijóo. El proyecto se suspendió en 1855. Sin indemnizaciones. Sin condenas.

Lejos del género de la novela histórica

Azucre no es una novela histórica al uso. Estamos ante un relato en el que el narrador se mueve entre escenas, ilumina momentos, escoge instantes de fuerza visual para componer un relato coral. Es un texto corto. Nada que ver con los grandes relatos, grandes en el sentido físico, a los que nos tiene acostumbrado el género de la novela histórica. Aquí no se trata de que el peso de la novela descanse sobre el relato, sino sobre la voz, la reconstrucción de la voz de los gallegos que fueron llevados a Cuba para someterlos como esclavos.

Así que Azucre se mete en el alma de Orestes, de José el Comido, del Tísico, de Trasdelrío. Se mete incluso en el haz de sensaciones de los animales con los que se encuentran, las mulas de carga, los bueyes de tiro. Hay un paralelismo interesante entre el destino de estos emigrantes que no saben que van a ser esclavos, y las bestias, que les acompañan.

En sus dos empeños, la novela funciona, sobre todo en la primera parte y en su desenlace. Pero en el segundo, en el intento de construir las voces de los que sufrieron esta tragedia, la novela se ha quedado a medias. Las voces suenan a menudo planas, sin profundidad, sin riqueza tonal. Ponemos un ejemplo. Voz del Tísico: «Yo quería venir a Cuba porque aquí me voy a poner bien, con el calor mi mal mejora, el buen tiempo hace bien a los pulmones. Cuando tenga la respiración curada y pueda comer, seré un hombre normal. Lo único que diferencia a un hombre sano de uno moribundo es la comida, eso todo el mundo lo sabe. Comer hace persona, y trabajar, pero sobre todo comer. El Tísico tose suavecito por la comisura de la boca y en el fondo de sus costillas resuena el eco de una locomotora que no acaba de ponerse en marcha».

¿Es de verdad una epopeya?

Otra duda que nos surge es el porqué de llamar epopeya a una tragedia. Si epopeya es un poema extenso que canta en estilo elevado las hazañas de un héroe o un hecho grandioso, y en el que suele intervenir lo sobrenatural o maravilloso, así que vemos que hay trazas de poema visual y textual, no hay un estilo elevado, y si hay hazaña se atisba solo al final, con algunas fugas. La intervención de lo sobrenatural es tan solo un sarcasmo en la voz del cura Argimiro, un típico ejemplar de un clero deplorable, que se limita a justificar con argumentos supersticiosos una empresa atroz. Azucre es sobre todo una tragedia.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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