Patria, patria, dice y repite Andrés Manuel López Obrador. «La patria es todo», y recuerda a Ramón López Velarde, aquel poeta de principios del siglo XX, un modernista que abrió el camino en México a otro tipo de poesía. Sorprende que AMLO cite a López Velarde, porque el poeta, además de buen poeta, era conservador, católico, y muy alejado de los andamios ideológicos del presidente mexicano. En España la obra de López Velarde está editada en Hiperión, que reunió en un solo tomo sus tres libros más logrados, incluido ese poema, La suave patria, que fue lo último que escribió, pocos días antes de morir, en 1921. Octavio Paz dijo de él que es un gran poeta menor, como «poeta esencial y supremo» le definió Pablo Neruda.
Porque López Velarde escribió La suave patria, el poema que le haría eterno en México unos días antes de su muerte. Los conocedores de la obra y de la vida de Lopez Velarde, como Gabriel Zaid, señalan sus señas de identidad: un hombre de derechas, católico, y que hoy estaría en la órbita política del PAN. Lo que nos lleva a concluir que López Obrador no tiene ni idea de quién era el poeta, pero además desconoce completamente su poesía, porque basta leer los versos de su poema más largo para darse cuenta de esta verdad evidente.
El poeta vivió la época del Porfiriato, y también el proyecto antiporfirista y revolucionario del presidente Madero. Pero odiaba a Emiliano Zapata y a Pancho Villa y repudiaba una violencia que no le hacía ningún bien a México y que terminó con la vida de algún miembro de su familia: un tío cura de López Velarde fue fusilado. Fue abogado, malvivió en la pobreza, y murió, unos dicen que de sífilis, otros aseguran que de una profunda depresión.
Pero vayamos a La suave patria, ese poema que emociono a Borges: «el momento en que conocí La suave patria fue uno de los de mayor exultación de mi vida». es un poema intenso que fluye con energía en el que el poeta asegura su anterior estilo: «yo que sólo canté de la exquisita partitura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo para cortar a la epopeya un gajo».
La suave patria está dividido es dos actos. En el primero mira la naturaleza. «tu superficie es el maíz, tus minas el palacio del Rey de Oros, y tu cielo, las garzas en desliz y el relámpago verde de los loros». Y un fulgor de imágenes insólitas, como esos esqueletos que copulan: «trueno del temporal: oigo en tus quejas crujir los esqueletos en parejas».
Le sigue un intermedio dedicado a Cuauhtémoc, el último emperador azteca, «único héroe a la altura del arte», y un segundo acto en el que la patria es femenina: «Suave Patria: tu vales por el río de las virtudes de tu mujerío». Y apunta un concepto de patria que no es el del nacionalismo legendario: «te amo no cual mito, sino por tu verdad de pan bendito».
Termina el poema con unos versos que se interpretado como una llamada de López Velarde a que México mantenga su identidad frente a la poderosa influencia norteamericana: «Patria, te doy de tu dicha la clave: se siempre igual, fiel a tu espejo diario, cincuenta veces es igual el AVE, taladrada en el hilo del rosario, y es más feliz que tú, Patria suave». «Sé igual y fiel; pupilas de abandono, sedienta voz, la trigarante faja en tus pechugas al vapor; y un trono a la intemperie, cual una sonaja: la carreta alegórica de paja». Alusiones al catolicismo y a una identidad que nada tiene que ver con el discurso de López Obrador. ¿Habrá leído ya AMLO a López Velarde, cien años después de La suave patria?
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