‘Cuando viajar era un arte’, la Europa del Grand Tour

Cuando viajar era un arte. La novela del Grand Tour. Attilio Brilli. Editorial Elba

Desde mediados del siglo XVII se extendió por Europa la idea de que el viaje por Francia e Italia era una estación imprescindible en la educación de los jóvenes de las élites. El viaje, seguía la fuerza del «predominio de la cultura baconiana y de la filosofía experimental». Francis Bacon postulaba que las enseñanzas de Aristóteles habían permitido dar pasos inseguros, mientras que la aguja magnética había permitido surcar los mares y recorrer los continentes. El viajero del Grand Tour será un conocedor de la cultura clásica «y amante del arte italiano, pero no menos apasionado de la búsqueda de fenómenos naturales, heterónomo en los intereses perseguidos, y sin embargo siempre volcado hacia la redacción de inventarios sistemáticos». El viaje se convierte en un tránsito de formación, en una puerta de entrada al mundo de los adultos, en un rito de iniciación, y en un pretexto que dará lugar a una literatura específica, una arte del «ver» y toda una industria para hacer más cómoda la vida itinerante.

Una buena educación

Grand Tour
Cuando viajar era un arte

El Grand Tour fue la «coronación de una buena educación». La forma y el itinerario del viaje, con todas sus variantes, surge a mitades del siglo XVII. En el XVIII el fenómeno alcanza su apogeo. Se calcula que unos cuarenta mil viajeros al año emprenden la ruta del sur. «La edad en que se pensaba que los grandtourists debían emprender el viaje osculaba entre los dieciséis y los veintidós años», y de la empresa se esperaba que lo jóvenes regresaran con conocimiento pero sobre todo con experiencia del mundo. Muchos viajaban acompañados por instructores. El filósofo David Hume fue uno de ellos. Todo ciudadano que tuviera una buena fortuna debía tener un conocimiento, aunque fuera fugaz, de Francia, de Italia y de Alemania.

El arte, la historia, la política, «Julio César y Tito Livio, Horacio y Tácito», esos eran los objetivos de un viaje que durante dos siglos fue una costumbre de las élites inglesas. París, Roma, Nápoles, son los tres puntos principales del viaje. Pero el itinerario puede incluir Génova, Florencia, Sicilia, o Dalmacia. Y Venecia, sobre todo Venecia. Los viajes podían durar años. El afán didáctico tiene un sustrato ideológico que Brilli encuentra en el espíritu de la época, en la «fe optimista en una naturaleza común y en unas cualidades potenciales inherentes a todos los hombres» Esa idea común se encuentra en los idéologues franceses y en los empiristas ingleses, y constituye el verdadero pasaporte del Grand Tour.

El Grand Tour en el arte y la literatura

Uno de los puntos más interesantes del libro de Brilli, cargado de erudición, efervescente de anécdotas y detalles, es la influencia que el viaje tiene en la literatura. Si en sus inicios, los libros de viajes buscaban una redacción de objetividad seca, con el Viaje sentimental de Sterne (1768) aparece el interés por la reacción ante las cosas y los hechos. El viajero sentimental «reintroduce ese supremo juego de la ficción novelesca de cuya severa exclusión, a comienzos de siglo, había nacido el nuevo género del road book«. Aparece el «yo» narrador, se extiende el estilo de un Montaigne que a finales del XVI ya había escrito su Diario del viaje por Italia.

Del Grand Tour nace también el concepto de lo pintoresco, «la búsqueda de lo áspero, de lo vetusto, de lo tenebroso, cualidades típicas de lo pintoresco, el viajero romántico enuncia en términos visuales el último sostén de la imaginación creadora». El Grand Tour evoluciona, incorpora ciudades, cambia sus objetivos, que en el XVIII se hacen enciclopédicos, se interrumpe por las guerras napoleónicas y se acelera con la llegada del tren. Y después se interrumpe y desaparece. Hoy, en la era de los viajes ultrarápidos, cuando «todos los viajes parecen haberse terminado», recuperamos con interés esa seducción de los viajes narrados, ese arte de viajar que el libro de Brilli despliega en todo su esplendor.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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