‘El último barco’, o de los excesos de la novela policiaca.

El último barco. Domingo Villar. Siruela Policiaca

Tengo que reconocer que no conocía a Domingo Villar. He leído que ha tardado diez años en escribir El último barco. Sus dos primeras novelas debieron pillarme ocupada en otros menesteres y sobre todo en otras lecturas. Mi interés por él y su obra se despertó hace unas semanas cuando al entrar en una librería vi, en el lugar más destacado, pilas y pilas de ejemplares de sus tres libros.

Como la era digital nos ofrece oportunidades únicas, comencé a leer la muestra de su primera novela Ojos de agua. El resultado, he de decir, no fue alentador. Así que semanas después, y pensando que su más reciente novela podría ser del interés de los seguidores de fanfan.es decidí atacar El último barco.

Setecientas páginas eternas de caso policial

Vaya por delante todo mi respeto por el señor Villar y por el ingente esfuerzo que supone escribir 700 páginas de ficción, cosa que yo sería incapaz de hacer. El libro me ha parecido un pestiño. Un Pestiño con mayúsculas. Sin desvelar nada, diré que la hija de un importante médico de Vigo parece haber desparecido y el inspector Caldas queda asignado a la investigación, con su compañero, el aragonés Estévez. A los tres cuartos del libro, aún no sabemos si la mujer ha desaparecido, si se ha ido por voluntad propia,  si va a haber un cadáver o si se ha ido de farra. Probablemente su estilo moroso, lento y detallado es un reflejo fiel de lo que es una auténtica investigación policial, donde se repasan innumerables veces cada conjetura, cada indicio y cada hipótesis.

Pero ésto no es la realidad, es una novela y en una novela no quieres leer cinco veces la misma teoría de cinco formas distintas. Quieres acción. Quieres pistas que puedas seguir a la vez que el investigador. Quieres que el autor te de la mano y te lleve por los vericuetos de la investigación sin engañarte y sin desvelar más de lo necesario antes de tiempo.  Y nada de esto ocurre en El último barco. Villar dedica páginas y páginas a divagar y a dar detalles de cosas que no tendrán ninguna trascendencia para la trama. Y para rematar, en la última parte del libro te dan ganas de agarrar al inspector Caldas del cuello para gritarle “ es  fulano, estúpido ….!!!!”. Porque efectivamente, era fulano.

Portada de 'El último barco' de Domingo Villar
Portada de ‘El último barco’ de Domingo Villar

Esto ya lo he leído

¿Con qué me quedo? Con el mendigo Napoleón, un personaje coherente y con una historia interesante.  Y con el padre de Caldas, aunque se parece demasiado al abuelo de Kraken de las novelas de Saénz de Urturi, no sé quién se inspiró en quién.

Los paseos de Caldas por Vigo y sus visitas a sus tabernas, recuerdan demasiado al vagabundear del comisario Brunetti por la Venecia de Donna León, otra autora que abusa de las páginas de relleno en sus libros. La vida privada del inspector Caldas resulta previsible y sin interés y después de haber leído, Loba Negra de Juan Gómez-Jurado,  con su chispeante diálogo, la relación de Caldas con su compañero no puede resultar más descafeinada.

Reconozco que el autor ha hecho un notable trabajo de investigación sobre la fabricación de instrumentos y de piezas de cerámica, pero a mi modo de ver, está de más en una novela negra. Lo siento, pero no puedo decir otra cosa: me ha aburrido soberanamente y me ha costado terminarla.

Mar del Val
Mar del Val
Lectora desde la tierna infancia, aprecio el arte en los relatos y también la honestidad. Cautivar al lector con trampas es una tarea compleja, por eso una se siente un detective en el ejercicio de desentrañar los trucos retóricos, los falsos espejos, los fondos de ilusionista de novelistas y cuentistas. Creo que el público con el tiempo se ha hecho crédulo y poco crítico. No estamos en la vida para ser amables, aunque a nadie le amarga un dulce.

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