Elena García Armada, la mujer que creó el primer exoesqueleto para niños

"Tal y como educamos a las niñas, es difícil que vayan a las carreras de ciencias"

Esta entrevista se publicó en el libro Cuéntame algo bueno, de Alfredo Urdaci. Por su interés, en estos momentos en que tanto necesitamos la ciencia, la compartimos para que veamos que en España tenemos una ciencia de primer nivel, a la que no tratamos como merece.

La casa de la ciencia y del exoesqueleto. El Centro de Automática y Robótica está en Arganda. Por fuera tiene el aspecto de una granja colectiva israelí. En la zona hay campos, y fincas de cultivos experimentales. En la entrada del centro, un robot cuadrúpedo, antecesor del primer exoesqueleto. Elena enseña su criatura con devoción de madre: sus articulaciones, el motor y el arnés que sujeta a los niños. Los niños entran en el exoesqueleto con temor. Algunos, al ponerse de pie, se ven por primera vez los pies.

-¿En qué ambiente vino al mundo?

Nací en Valladolid porque mis padres coincidieron allí. Mi madre era gallega, doctora en física, que en la época era algo insólito. Era la mayor de seis hermanos, y se fue a Valladolid con el doctorado bajo el brazo. Allí conoció a mi padre, maño de Zaragoza, también licenciado en físicas, que había ido a Valladolid a hacer la tesis con Vicente Alexander. Se casaron y mi madre consiguió la cátedra en peritos industriales, en Jaén. Así que cuando nació mi hermana mi madre se pasaba la vida viajando con la niña en brazos. Su vida no ha sido para nada fácil.

-Lo de conciliar en aquella época ni se mencionaba, pero tuvo vida profesional.

Mi madre tuvo algún novio que le exigía dejar su profesión. En aquella época esto era común. Y mi madre eso no lo concebía. Tenía la máxima titulación académica, una profesión y una valía muy reconocida. Mi padre tenía otro tipo de mentalidad. No es que fuera un hombre moderno, pero siempre respetó la profesión de mi madre. Eso sí, ella tuvo el cien por cien de la carga familiar: si las niñas se ponían malas se buscaba la vida, y siempre preparó sus clases por la noche, cuando había terminado las tareas de la casa. Mi padre  iba a trabajar,   volvía  y tenía la comida  en la mesa,  y en ese  sentido no es que haya habido una diferencia abismal, pero  el  entendió el papel profesional de mi madre, y eso, para la época, era un adelanto. Más tarde mi padre consiguió una plaza en Santander, y mi madre vuelta a viajar de un lado al otro. Al final ella también logró su plaza en Santander y ya mi hermana pequeña nació en esa ciudad.

-Con los padres de ciencias, ¿el ambiente en casa era científico?

Mis padres tenían un nivel cultural muy alto. La casa estaba llena de libros, de literatura, poesía. Mi madre era una amante del cine, y en casa siempre sonaba música clásica. Era un mundo abierto, no era exclusivamente científico. Cuando fui creciendo  notaba  muchas veces que me faltaba  cierta capacidad que tenia  el resto de mi familia para la cultura general. Me sentía rara porque me costaba  recordar fechas. Para eso siempre ha tenido problemas.

-Y en casa ¿había que estar a la altura?

El entorno familiar era muy exigente en todos los ámbitos. Teníamos que estar ahí, dominando todas las disciplinas. Y yo era una niña introvertida, creativa, el tipo de niña que se absorbe haciendo un puzle, con un gusto acentuado por la pintura, por la música. Cuando en Navidad se jugaba a los típicos juegos de saber fechas y nombres me sentía mal, porque pinchaba. Mis hermanas y mis padres lo sabían todo. Y sin embargo me dejabas construir un mecano, dibujar o tocar la guitarra y ahí era feliz.

-Ciencia y creación parecen dos caminos divergentes

Cuando llegó el momento de elegir carrera dije bellas artes. A mi padre no le gustó. Quería que fuéramos las tres ingenieras de telecomunicaciones. Yo no lo veía, a mi me gustaba la creatividad. Académicamente era buena en física, en matemáticas, en dibujo técnico. Mi tío Manuel, un hermano de mi madre que estaba en el CSIC y trabajaba en robótica vino a Santander por un proyecto y me enseñó lo que estaban haciendo. Ahí surgió una chispa: podía aunar  la creatividad con la lógica matemática,  no había fechas, no había que memorizar, era  pura creatividad.

-Y su padre feliz

Encantado. Nos vinimos a Madrid, mi hermana a Telecomunicaciones, yo a Ingeniería Industrial. Fue una etapa importante porque el ambiente del colegio mayor me ayudó a sacar esa personalidad introvertida. Me convertí en una persona muy sociable.

-¿Tuvo siempre claro que su campo era la robótica?

Hice ingeniería industrial porque quería hacer robótica. Siempre he sido muy tozuda. Si tengo una idea clara voy a por ella. Es difícil que me desvíe por mucho que se pueda complicar. Cuando terminé la carrera y llegué al departamento me di cuenta de que no me había equivocado. Eso de darle vida a una máquina es fascinante. Hice la tesis doctoral sobre un robot cuadrúpedo y me fui a pasar un tiempo al MIT (Massachusetts institute of technology) de Boston.

Tal y como estamos educando a las niñas, es difícil que vayan a las carreras de ciencia

-¿Y qué encontró en Boston?

Allí trabajaban con robots caminantes pero tenían una visión centrada en las dinámicas biológicas, en los músculos, y de eso me empapé. Cuando regresé empecé a trabajar en robots que imitaran la biología.

-¿Qué diferencia el sistema americano de investigación del español?

Muchas cosas. Primero la importancia que se le da a la investigación. Ser investigador allí es tener un estatus especial: alguien que hace algo importante para la sociedad. Y eso tiene que ver con los fondos que se destinan a investigar. El MIT tiene muchos recursos que vienen del gobierno, y esos recursos no están orientados. Al investigador se le dice: haz lo que quieras, y a ver dónde llegas. El foco lo determina el investigador. Y claro, allí trabajan mucho pero se divierten. Había uno que había construido un dinosaurio con una impresora 3D, y se dedicaba a darle vida con un sistema de tendones. Llevaba trabajando en algo que no tenía un por qué. Pero claro, cuando llegas al punto en que eso funciona, entonces encuentras aplicaciones en múltiples campos. Un investigador  tiene  un derroche de creatividad, y aquí nos dedicamos  no a investigar  si no  a  buscar  financiación, a gestionar. Y no hemos nacido para eso. Estamos tirando y derrochando mucho talento. No hacemos más que gestionar. Aquí para recibir financiación tienes que hacer una solicitud en la que concretes los resultados que se van a obtener. Y es probable que no la consigas. Te pasas el tiempo pidiendo financiación y ese tiempo suele ir a la basura.

-Hay pocas mujeres en la ciencia. ¿Por qué?

Son muchos los factores. Hay un problema que parte de la educación que recibimos. Ya te contado cómo era yo. A mí se me permitió ser así. En Reyes pedía garajes, cosas de chicos. Y con mis primos de Zaragoza yo jugaba a las cosas de los chicos. Luego tenía mis muñecos y les compraba sus trajes. Pero nunca he recibido un mensaje de “esto no es para ti”. He tenido libertad  total  para desarrollarme como persona. La clave para fomentar estas carreras entre las niñas, una de ellas es la educación. Nos llegan muchos mensajes que diferencian chicos de chicas. Y luego hay un momento, en la etapa de la adolescencia, en que las niñas tienen una gran inseguridad, que no se ve en los chicos. Desarrollan un gran miedo al ridículo, a equivocarse, a que las señalen con el dedo. Y eso viene de dentro, no del ambiente. Hay que ver que las chicas, de alguna manera, no son iguales que los chicos. En la educación es importante darle a cada uno lo que necesita. Los niños no tienen ese miedo a equivocarse, y si  hay  algo característico de la ciencia es el asumir riesgos, y no tener miedo al error. Tal y como estamos educando a las niñas, es difícil que vayan a las carreras de ciencias, porque  el momento de elegir carrera es el momento para ellas de más inseguridad. Y es muy difícil que asuman una carrera en la que todo es riesgo. Y te hablo de casos concretos, de chicas que tienen unos expedientes brillantes. ¿Por qué  siendo brillantes, por qué si saben que son buenas tienen ese miedo y esa inseguridad? ¿Cómo se trabaja eso?

-¿Y usted cómo gestiona el riesgo, el fracaso?

Yo también he tenido  mucho miedo al fracaso, y he sido  muy introvertida, nunca he sido participativa en las clases, siempre bajaba la cabeza cuando  preguntaban algo. No he sido libre  hasta que  he tenido mi laboratorio, mi mundo. Siempre me  ha gustado resolver problemas,  yo llevaba ese reto dentro. Por mi forma de ser,  el ensayo/error estaba  en mi interior,  y soy  muy  tozuda. Pero ante  el público, siempre  he tenido miedo a dar la respuesta  no adecuada. La investigación tiene esta faceta  en la que  estás  solo con tu capacidad, con tu mente,  y ahí me he sentido plena, he sido feliz.

-¿Cómo nació el exoesqueleto?

Ya había empezado a trabajar  en exoesqueletos. Es una corriente que viene de los años 70, que se paró porque no había tecnología.  En el año 2000  el gobierno americano lanza un programa, un concurso abierto  a empresas  y  centros de investigación para   resolver  problemas de exoesqueletos para  militares, para  crear  supersoldados. Era un programa de diez  años que dió  un vuelco a la tecnología.  Todos los centros de investigación del resto del mundo empezaron a trabajar en esa línea.  Llevábamos  veinte años  trabajando  en robótica de caminar, enfocada a lo industrial:  ayudar a los trabajadores a evitar dolencias  por sobreesfuerzos. Los exoesqueletos eran armaduras para potenciar su fuerza. Un día llegó una familia, por medio de un industrial con el que trabajábamos. Tenían una niña tetrapléjica. Nos explicaron que los niños con falta de movilidad tienen un problema: esa inmovilidad les afecta a la salud de una forma muy importante. Decidimos buscar una aplicación que resolviera ese problema. Hicimos una propuesta al ministerio y nos la concedieron. En tres años teníamos el primer exoesqueleto. Lo hizo un equipo formado por cuatro personas: tres ingenieros y yo.

-Un exoesqueleto revolucionario hecho por cuatro científicos.

Fue un boom. Era el primer exoesqueleto para niños, el primero para tetraplejia. Empezó a sonar el teléfono, con familias que enviaban expedientes clínicos. Fue cuando entendí la necesidad de llevarlo a la sociedad cuanto antes. Llegaban muchos  casos de atrofia muscular espinal, niños que  sufren una enfermedad  degenerativa  y  su afectación les causa  una  debilidad  muscular global. Crecen en una silla de ruedas   y eso les produces  escoliosis y  disfunción pulmonar, con una esperanza de vida corta. Nos pusimos en contacto con los médicos y hospitales que tratan a este tipo de pacientes, y  organizamos una empresa para  comercializar  el producto de la investigación. Tenemos las patentes, y solo nos falta  inversión. Yo me decía:  ¿quién no va a financiar esto?  Han pasado seis años  y seguimos sin llegar al mercado. Es muy difícil.

-¿Dónde está el problema para financiar el exoesqueleto?

En este punto necesitamos entre cinco y diez millones. Con cinco nos podríamos arreglar. Hemos hecho maravillas con poco dinero. Todo falla en el riesgo. Los fondos de Venture capital buscan rentabilidad segura. Hay proyectos que son de alto riesgo y este es uno de ellos:  tecnología  en un mercado no maduro, y encima en sanidad y pediatría. Es el sumun de la complejidad y del riesgo, para personas que solo ven números. Pero esto tiene un impacto económico:  estamos  hablando de niños que no tendrán que ir  tanto al hospital, de adultos  con recuperaciones más rápidas, y de enfermedades que son las más costosas para  el  sistema de salud. El robot no solo da movilidad, es también terapia física. Estamos hablando de que tenemos que transferir a la sociedad el resultado de una investigación que se ha hecho con fondos públicos. Alguien tiene que hacer  el puente entre la investigación y el mercado. Ni siquiera  la ley permite la transferencia tecnológica a día de hoy. Yo no estoy dispuesta a que esto se quede en un laboratorio.

-¿Recuerda el primer niño que se vistió su exoesqueleto?

Fue un día muy bonito. Era sábado. La niña se llamaba Daniela.  Había que hacerlo en sábado porque venían de fuera. Daniela tenía cuatro hermanos, que estaban allí con ella. Es una niña introvertida. Tiene la misma edad  que mi hija mayor. Irene fue la que le colocó el exoesqueleto, le puso los arneses. En el  momento en que pusimos a Daniela de pie,   ella  estaba  agarrada  a la mano de su padre. La levantamos muy despacio y empezó a moverse. Estaba asustada. No paraba de  mirarse los pies. Agarraba a su padre  muy fuerte. La madre estaba  emocionada. Uno de sus hermanos dijo que por fin veían cómo era de alta. La niña estaba estaba  entre el susto y el preguntarse qué  está pasando. Esto se ha repetido con todos los niños. Primero se asustan al ver el exoesqueleto y en las siguientes sesiones se retan, y cuando cogen confianza  tienes que buscarles juegos como encestar un balón porque ya no les basta con caminar.

-Entiendo que el exoesqueleto ya es su tema para toda la vida.

Si porque hay mucho por hacer. Es algo que está  en pañales tecnológicamente.¡ Hay tantas cosas, tanta  evolución!.  Esto es solo la punta del iceberg, se abren muchas posibilidades, sobre todo la posibilidad de integrarlo en el cuerpo.

-Dicen que este es el siglo de las mujeres y el de la robótica.

¡Mira que veo más el de la robótica!

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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