Gente en el tiempo. Massimo Bontempelli. Traducción de Andrés Barba. Acantilado
Massimo Bontempelli fue el iniciador de lo que se conoce como el realismo mágico italiano. Nacido en Como en 1878 y muerto en Roma en 1960, fue un escritor innovador, firma habitual en periódicos como Il Corriere della Sera, Il Messaggero y L’Unità, y fundó con Curzio Malaparte la revista 900, una publicación literaria que duró tres años (1926-1929) El mundo editorial italiano lo ha reeditado con éxito, y ahora esa oleada llega a España de la mano de Acantilado. Publicada originalmente en 1936, Gente en el tiempo es una novela extraña y singular, un relato sobre la fatalidad y el destino, sobre el juego del tiempo y la duración de la vida, con el aire y la atmósfera de un thriller en el que el asesino es tan puntual como un reloj, implacable, inexorable. Bontempelli es un gran escritor que merece un lugar de primera fila, al lado de contemporáneos suyos como Pirandello, con el que colaboró con frecuencia.

Gente en el tiempo se abre con un aldabonazo de muerte: «La Gran Vieja murió el domingo 26 de agosto de 1900, el último día de una semana en la que había hecho un sol atroz». La Gran Vieja habita una villa llamada la Coronata, en las afueras de Colonna, un pueblo del interior de Italia, en una región imprecisa. Asisten a la agonía su hijo Silvano Medici y su nueva Vittoria, una sobrina huérfana a la que la Gran Vieja ha casado con su hijo, un pobre apocado que pasa los días contemplando y ordenando su colección de libros viejos. El notario, el médico y el cura certifican la defunción. Pero antes de morir, la Gran Vieja anuncia a su familia que con ellos se extingue la estirpe, que nunca llegarán a viejos, que morirán a una edad en la que la muerte se considera una circunstancia inmerecida.
Enterrada la Gran Vieja, sus últimas palabras rondan la vida de los Medici. Llevan una vida ociosa que parece confirmar el desprecio con el que la Vieja les despidió: «nunca habéis servido para nada, y cuando yo muera aún seréis más inútiles». Silvano lleva una vida ausente, ensimismada. Vittoria echa de menos la vida que no tuvo, intenta tener un amante sin mucho éxito, viaja a Venecia, donde parece perderse sin dar señales de vida. Las hijas del matrimonio, Dirce y Nora, van creciendo entre juegos, y son las únicas que rompen el relativo aislamiento de la familia.
Los personajes de Bontempelli son seres aturdidos, vacíos, como esos maniquíes de madera que habitan los cuadros de Giorgio de Chirico, amigo del autor. Tan solo despiertan, perplejos, cuando una cadena de muertes en la familia, primero Silvano, luego Vittoria, revela una cadencia letal. El tiempo parece haber establecido una regla inapelable y cada cinco años se presenta con un perfil criminal para segar cualquier esperanza. Por mucho que lo intenten, la familia no tendrá continuidad, como ya pronosticó la Gran Vieja.
Este realismo mágico que se atribuye a Bontempelli nada tiene que ver con el concepto literario que se usa en nuestro tiempo. La novela tiene un aire metafísico, los personajes apenas esbozan su vida, sin atreverse a más. Pasan la guerra del 14, en la que Italia combatió contra Austria, se mudan a Milán, pero nada de lo que hagan tiene la capacidad de librarles de una inexorable maldición. Son muertos en vida que van haciendo aspavientos. Bontempelli construye personajes con una gran fuerza y elige como víctimas del tiempo a criaturas de la burguesía italiana, con un escaso impulso vital, sin más misión que pasar la vida sin excesivos sobresaltos, alérgicos a los riesgos de la vida. Vidas estériles animadas por una actitud indolente. Como dice el abad Clementi, un personaje clave en la novela: «no importa morir, lo que importa es no saber cuándo. La ignorancia es la juventud. Como uno sabe poco, se las apaña para vivir. La vida es incertidumbre» .
Escrita en torno al tema de la fatalidad de la muerte, Gente en el tiempo está escrita con un estilo frío y distante. De entre las obras literarias que han tocado el tema del destino trágico ineludible, es la más extraña e hipnótica. No tiene el humor de El crimen de lord Arthur Saville de Wilde, sino el aire de extrañamiento de las obras de Sartre, aplicado a las vidas anodinas y grises de una familia acomodada y rancia de la Liguria. La novela se mueve con extrema eficacia en ese juego entre lo que sabemos y lo que ignoramos, entre el afán de conocer nuestro destino y la imperiosa necesidad de ignorarlo, con la certeza de que sea cual sea, siempre terminará en tragedia.