“¿ Quién me defenderá de quien me quiere?”(“Prende la luz”. Ismael Serrano).
A lo largo de estos dos últimos años, en los que vengo desarrollando esta faceta de la escritura, de la literatura, me he preguntado, muchas veces, por qué comencé a escribir. Es cierto que es fácil pensar que fue una salida al tedio que ejercía sobre nosotros el confinamiento, pero, en mi caso, no es cierto. Si lo analizo, escribí mis primeros artículos en aquella época, sombría y surrealista, pero no son sino meras anécdotas, la llave que me abrió la puerta y me indicó el camino, de baldosas amarillas, que me ha llevado a encontrar aquello que me estaba faltando. Bien es verdad, que como dice el genial Álvaro Urquijo “no sé bien que estoy buscando, pero me voy alejando” , pero al menos siento que estoy recorriendo un camino, con todos sus avatares, que no me he quedado anclado en el punto en que me encontraba hace dos años, mirando a mi alrededor en el desierto que se abre frente a los que no tienen un objetivo, un por qué, un para qué.
Quiero aclarar, en este punto que todo lo que hoy desgrano en este texto se refiere al punto de vista estrictamente personal, a cual era y cual es mi sentimiento más hondo, aquel del que el único culpable soy yo. Indudablemente, la vida del individuo, sea cual sea su condición, sufre una serie de vaivenes, motivados por la edad, situación laboral y económica, estado físico, etc. Yo tengo que decir que siempre he sido muy pragmático. Del mismo modo que no me resulta fácil, casi imposible, ponerme eufórico, también es poco habitual que pierda los nervios. Podría decirse que soy frío, para según qué cosas y puedo afrontar situaciones de todo tipo sin cambiar el gesto, como Lían Neeson . No obstante, no hay que confundir la aparente serenidad con la ausencia de sentimientos. Pues se puede decir que, de unos años a esta parte, una parte importante de las certezas que atesoraba, se han venido abajo como un castillo de naipes.
Supongo que les ha pasado a muchos, puesto que estos dos últimos años han sido, sin duda, una locura colectiva, pero como he dicho antes yo me refiero a lo más íntimo. Me encuentro en esa edad en que, si bien tus hijos ya son casi independientes, en cuanto a que están en el inicio de su edad adulta, aún dependen de ti. Y no me refiero solo a la cuestión económica, que también. Se trata, más bien, de la parte emocional. Es compleja la adolescencia, porque, si bien por un lado los chavales quieren conquistar su independencia, por otro necesitan mucho saber que estás ahí, por lo que tienes que convertirte, en cierto modo, en un observador de su vida, renunciando al trato, más estrecho, que requería la infancia, pero sin embargo, atento a cualquier cosa que pueda surgir, evidente o subyacente, dado que, en según qué materias, son poco dados a pedir ayuda. Por tanto, tu papel pasa a ser el del guardián discreto, siempre listo para actuar, pero oculto entre las sombras.
Desde el punto de vista emocional, hay que saber gestionarlo; luego, además, para los que nos hallamos en la cincuentena, con larga experiencia en muchos casos en el trato de pareja, también es un momento que puede ser complicado, más aun si tienes hijos, precisamente porque llega ese momento en el que te das cuenta de que ellos van a volar, como debe ser, y tu único apoyo, en el caso de que las cosas vayan medio normal, va a ser tu pareja, si no inmediatamente, en muy breve espacio de tiempo.
No sé cómo será en su caso, pero yo, con los años, no me he vuelto mejor, sino más complejo. Y eso que soy un hombre. En el caso de las mujeres, perdónenme el machismo, esto se acentúa hasta medidas preocupantes. Será porque los hombres somos más simples, pero quien sea capaz de escribir un manual para entender a las mujeres, entrará en la lista Forbes con toda seguridad. Y no debe ser fácil, ya que ni tan siquiera una mujer ha sido capaz de hacerlo. Y voy a dejar el tema, porque me temo que me voy a meter en un charco.
Para finalizar, esta es una etapa en que empieza a pesar sobre los que aún tenemos la suerte de contar con nuestros padres la responsabilidad de devolverles, en justicia, siquiera una parte de lo mucho que, en general, han hecho por nosotros, asumiendo que los roles cambian y que ahora son ellos los que necesitan tu ayuda. Nada más justo que corresponder. Si alguien no ha tenido la suerte de atesorar este sentimiento, pues que actúe en consecuencia. Las cosas no son lineales, indudablemente.
Así que, por todo esto, este es un momento de la vida en el que el peso de la responsabilidad te puede aplastar como un bloque de granito; Aunque uno sea fuerte, cual creo, en mi infinita vanidad, que me ocurre a mí. La cuestión es ¿Quién cuida del cuidador?; ¿Quién consuela al que consuela?; ¿Quién aconseja al consejero?. Cuando todo lo que tienes alrededor parece estar viniéndose abajo y te arrastra en su caída, ¿Quién te ayuda a levantarte?.
Vuelvo, en este instante, al principio de estas líneas. Yo creo, sinceramente, que escribo para contarle al mundo aquello que sé que, personalmente, no puedo contarle a nadie. Es una contradicción, exponer al público lo que tu alma siente y no atreverte a hacerlo, cara a cara, con aquellos que te importan. Pero, ¿Qué es el ser humano, sino una contradicción?.
De este modo, tan extemporáneo, es como abro mi corazón, como libero mi carga. Solo, bajo la lluvia, sentado en el acantilado, gritándole al vacío. Fuerte, con la careta puesta. En el ojo de un huracán, viendo como todo lo demás gira a mi alrededor.
Apoyado en este mundo, maravilloso, de la literatura.
Sean felices.
