Depende de nosotros que la buena literatura siga existiendo, por el goce incomparable que produce, y por lo fundamental que es si queremos tener un futuro en libertad”.(Mario Vargas Llosa).

A lo largo de estos años,  que llevo inmerso en este mundo de la escritura, me he preguntado muchas veces por qué comencé a escribir. Al principio, pensé que lo hacía por imitación, por el hecho de que alguien que lee, por lo general, acaba intentando hacer aquello que le apasiona. Por este motivo, mis primeras incursiones, o más bien, mis primeros intentos, fueron en la narrativa. Relatos cortos, pequeños cuentos, que no dejaban de ser experimentos y que, en ningún caso, dieron un resultado medianamente aceptable.

A pesar de ello, yo persistí en la lectura, porque persistir, en el acierto y en el error, está en mi naturaleza, buscando, además del mero gusto por la lectura, una señal, humana o divina, que me indicara cual debía ser el camino que me llevara más allá del arcoíris, deseando que el tren, si pasaba, no me sorprendiese absorto y se escapase.

Finalmente, ocurrió lo inesperado. Y no fue un acontecimiento concreto, fue un proceso, largo y proceloso, en el que Dios, la providencia o quien fuera que guió mi camino, me fue dando pistas, poniéndome a prueba, como en un juego de rol.

 Muchas veces, no llegamos a descubrir no ya lo que estamos buscando, sino que tan siquiera somos conscientes de que buscamos algo. Como dice Álvaro Urquijo, “no sé bien que estoy buscando, pero me voy alejando”. De este modo, un día, de la manera más inopinada, cayó en mis manos un libro de un autor que, si bien no me indicó, en un principio, lo que debía hacer, si me puso en el camino.

Quería escribir sobre todo, sobre la vida que tenemos y las vidas que hubiéramos podido tener. Quería escribir sobre todas las formas posibles de morir”. (Virginia Woolf).

Al principio, lo más complicado de escribir, al menos para mí, era encontrar una temática sobre la que hilar el artículo. Es cierto que uno trata de buscar un tema interesante, que atrape al lector, con ciertas dosis de humor e inteligencia, a ser posible. Esto, que al principio dio resultado, luego pasó a ser una fuente de preocupación y desasosiego. Pudiera parecer que, salvo que escribas de actualidad, lo cual no es mi caso, las temáticas son limitadas. Nada más lejos de la realidad. Yo empecé a disfrutar de la escritura cuando comprendí que todo, absolutamente todo, puede ser una temática válida, desde una catástrofe hasta una arruga en una sábana; desde un viaje magnífico a una mirada en el metro. 

Es cierto que se requiere de ciertas cualidades, aunque se ignore de donde salen. En cierta ocasión, mi amigo Alfredo Urdaci me dijo que yo tenía el don de convertir lo cotidiano en literatura. Si lo dice Alfredo, puede que así sea. Mi opinión a este respecto es que en muchas ocasiones, buscar una temática puede llevarte al fracaso, ya que es en realidad la temática la que busca al escritor, en el momento más inesperado, al menos en mi caso.

 “En literatura no hay temas buenos ni temas malos, solo hay temas bien o mal tratados”.(Julio Cortázar).

No obstante, una vez entendido esto, e inmerso en una dinámica que me ha llevado a escribir, hasta hoy, más de doscientos artículos, aun no había resuelto el enigma de por qué empecé a escribir;  Qué es lo que me llevó un día, ya podría decir lejano, a sentarme delante del teclado y plasmar mis emociones y sensaciones en forma de palabras, porque al final, la literatura, la escritura, como otras formas de arte, siempre es fruto de la desesperación del artista por buscar un método eficaz de mostrar sus sentimientos.

Cada secreto del alma de un escritor, cada experiencia de su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente escritos en su obra”. (Virginia Woolf).

Y no ha sido hasta hace poco, cuando ya la escritura se ha hecho tan parte de mi como un brazo o una pierna, cuando se ha vuelto imprescindible en mi vida, que he descubierto el por qué, y a su vez he entendido por qué no ha ocurrido antes. Siempre que me he preguntado por qué escribo, he abordado la respuesta desde el ángulo equivocado. La respuesta es tan simple como que, para mí, la escritura nunca ha sido un fin, sino un medio. Nunca ha habido un por qué, sino un para qué.  Nunca he rebuscado en mi alma los sentimientos necesarios para escribir buenos textos; han sido los sentimientos los que han buscado su manera de salir, de aflorar, ya que de otro modo siempre me ha costado sacarlos a la luz, para no quedarse dentro y pudrirse y, a su vez, pudrirme a mí.

El escritor escribe lo que lleva dentro, lo que va cocinando en su interior y que luego vomita por que ya no puede más”. (Isabel Allende).

Así pues, he llegado a la conclusión de que en mi caso, la escritura es la brecha por la que escapa la desesperación, la puerta de salida de la locura que habita en mí, de todo aquello que bulle en mi cabeza, como una noria que no cesa de girar. Por eso, aquí, sentado ante el teclado, encuentro la paz que hace tiempo me abandonó. Exponiendo el alma al público, escapo de la vergüenza de lo oculto, de aquello que lucha por aflorar y trato de esconder. Abriendo la caja de Pandora para que todo, lo bueno y lo malo, escape y se aleje, siquiera un instante, volando en el viento.

La única manera de conocer realmente a un escritor es a través del rastro de tinta que va dejando, que la persona que uno cree ver no es más que un personaje hueco y que la verdad se esconde siempre en la ficción”. (Carlos Ruiz Zafón).

De este modo, la desesperación del escritor es no escribir. Cuando sientes la necesidad constante de sentarte ante el teclado, cuando comprendes que te es tan necesario como respirar, como comer, como amar; cuando te das cuenta de que no puedes dominar la impaciencia, es cuando de verdad eres consciente de que, al fin, has hallado lo que eres.

Soy escritor y, si es posible, escribiré hasta el final de mis días.

La escritura es una forma de terapia, a veces me pregunto como hacen todos los que no escriben, componen o pintan para escapar de la locura, la melancolía, el pánico y el miedo que es inherente a las situaciones humanas”. (Graham Greene).

no pregunten
Julio MOreno

@elvillano1970

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