Pues nada, me he quedado en blanco. Aquí estoy, sentado delante del ordenador, esperando a que me visite la musa. Que no sé de qué escribir, vamos. Me pasa a veces, muchas veces. A medida que me voy adentrando en el mundo de la escritura, me voy convenciendo de que lo más difícil de escribir es tener un tema sobre el que hilar el artículo, el relato o lo que quiera que escribas.
A la columna, desde el bar
¡ Maldito viernes !. Esto va a ser que esta semana he abusado del café, o del orfidal, o del vino blanco y tengo las neuronas en fase REM. En mi opinión, hay que mantener la cabeza limpia para escribir. No es así en todos los casos. Para mi admirado Juan Tallón, mi escritor de cabecera, sin duda, columnista de numerosas publicaciones, hay que llegar a la columna directamente desde el bar. Según Tallón, es bueno para la columna, independientemente de que seas el tipo que la escribe o el que la lee. La barra del bar te da aplomo.
Puede que tenga razón. A mí la barra me da aplomo, hasta que me lo quita. Digamos que soy un bebedor piramidal. En principio, cuando tengo un día gris, a veces tirando a negro, un vinito al mediodía me ayuda a subir la escarpada ladera de la pirámide que la vida me suele plantar delante. Dos vinitos, mejor. Pero si, como pasa en alguna ocasión, llego al tercero, digamos que sobrepaso la cima de la pirámide y ya caigo sin remedio por la otra pared. El drama está asegurado.
Escritura o plancha
Por eso, yo escribo, o procuro escribir, nada más levantarme. No es que a partir de ahí empiece a beber vino, no desayuno bebidas espirituosas, no piensen mal, pero es cierto que, desde el momento en que se levanta el resto de la tropa, la escritura se hace imposible. No basta que estés delante del ordenador, que cierres la puerta del despacho, que pongas un cartel que indique que estas escribiendo y necesitas silencio y otro de zona peligrosa señalando que matarás, con una muerte lenta y dolorosa, a quien se atreva a interrumpirte. En casa les da igual que estés escribiendo o que estés planchando, cosa que también hago a menudo.
Yo me siento ante el teclado, habitualmente, sin tener una línea estructurada de lo que quiero escribir. A veces, incluso, sin la más remota idea del tema que voy a abordar. Increíblemente, en cuando pulsas las primeras teclas, el artículo se escribe solo
Deben pensar que esto de escribir lo hace cualquier imbécil de carrerilla, o que se hace sin pensar mucho, lo cual, a lo mejor, es cierto. En mi opinión, uno debe sentarse a escribir teniendo una leve idea de lo que quiere plasmar en el papel, pero solo una leve idea. Si tienes una idea clara, estructurada, de lo que quieres hacer, de principio a fin, el fracaso está asegurado.
Para mí, y recalco que esto es una impresión personal, el artículo es algo semejante a cuando vas a la nieve y te sientas en un trineo. Sabes como empieza todo, pero lo demás es una auténtica incógnita. Lo más fácil es terminar contra un árbol, pero tú te lanzas igualmente. No hay diversión sin riesgo. Por eso, para los que tenemos una personalidad autodestructiva, que nos empuja al abismo una y otra vez, la escritura es la forma menos peligrosa de fracasar. Al menos, te suele pillar sentado.
Ante el teclado
La metáfora del trineo es cierta. Yo me siento ante el teclado, habitualmente, sin tener una línea estructurada de lo que quiero escribir. A veces, incluso, sin la más remota idea del tema que voy a abordar. Increíblemente, en cuando pulsas las primeras teclas, el artículo se escribe solo. Literalmente. Tus manos se mueven por el teclado y tu cabeza produce de forma autónoma. Al menos, a mí, me ocurre así.
Hace unas semanas, comiendo con Alfredo Urdaci, al que ya tengo la suerte de poder llamar amigo, le contaba esta impresión. Ocurre, muchas veces, que cuando leo el artículo que acabo de escribir, me resulta increíble que eso lo haya escrito yo. Es como si estuviera leyendo a otro autor. Y no voy a negar que, algunas veces, pecando de autocomplacencia, pienso “ que bueno eres, chaval. De aquí al Pulitzer “. Si, yo soy así. A veces me quiero mucho y otras me odio. Pero inmediatamente me invade la angustiosa sensación de que, en adelante, seré incapaz de escribir otro artículo igual. Incluso que seré incapaz de escribir nada en absoluto.
Por fortuna, y vuelvo al bar, esto de la escritura es como las noches de fiesta. A la mañana siguiente juras que nunca volverás a destruir la noche, pero, enseguida, te das cuenta que va en tu naturaleza y que, a pesar de las resacas, lo seguirás haciendo. Pues esto es igual. A pesar de los errores a los que te conduzca la escritura, tú seguirás escribiendo.
Decía Thomas Bernhard, autor, entre otras obras de “ una fiesta para Boris “ que, en realidad, nunca consigues trasladar al folio lo que piensas o imaginas. “ La mayoría, siempre se pierde en el traslado. En el fondo no puedes comunicarte. Aún no lo ha conseguido nadie “.
Puede que tuviera razón. Al hilo de mi confesión anterior, suele ocurrir, al menos a mi me ocurre, que cuando has escrito algo que, por tu falta de criterio, te parece bueno, la respuesta de los lectores no suele llegar a tus expectativas y, sin embargo, ante artículos de los que realmente te sientes inseguro, recibes toda clase de reacciones positivas. Debe ser que uno nunca es buen juez de sí mismo.
Por eso, como ya he dicho en otras ocasiones, la escritura refleja, sin ambages, aquello que subyace en lo más profundo de la personalidad del escritor. Si, alguna vez, quieren conocer sin tapujos a un autor, no busquen su biografía. Lean sus libros, sus escritos. Ahí, y solo ahí, se esconde el alma del autor.
Se esconde tanto, que refleja cosas que el propio autor desconocía de sí mismo.
Así que si quieren saber, lean. Lean mucho. No paren de leer.
Y, entre tanto, sean felices.

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