La nueva vida de la Real Fábrica de Cristales de la Granja

Será el tercer nacimiento de la Real Fábrica de Cristales de La Granja. El primero tiene fecha del siglo XVIII, cuando los Borbones comenzaron a reinar en España. Los reyes europeos querían luz en los grandes salones de los palacios: altas ventanas, inmensos espejos, lámparas de lágrimas de cristal, iluminaban un espacio donde la decoración barroca adornaba el perfil de las cortes. Todo comenzó con un pequeño horno en un lugar que reunía todas las condiciones necesarias: arenas finas en el río Eresma, agua para mover los molinos de piedra que trituraban la sal y el silicio, y leña para organizar el infierno de fuego de la fundición. La Fábrica tuvo su primer renacimiento con la restauración de la monarquía después de la Guerra de Independencia. Y ahora se dispone a estrenar su tercera vida. Las fotografías del reportaje son de Inés Urdaci

Son las ocho y media de la mañana de un martes frío de diciembre y en las aulas de formación de la Real Fábrica de Cristales de La Granja hay alumnos asomados a las ventanas. La Granja tiene una vida temprana, en la penumbra, con sus fábricas de vidrio y cartón, herederas industriales de los viejos oficios que rodearon la corte borbónica en el siglo XVIII. La Real Fábrica siguió el camino de la tradición artesanal. Paloma Pastor, directora del Museo Tecnológico del vidrio nos cuenta una historia apasionante: los borbones tuvieron que disponer una red de espías industriales para atraer a los grandes artesanos del vidrio. No era fácil. Los que traicionaban a su gremios, alemanes o italianos de Murano, eran condenados a perder la cabeza si contaban la técnica de sus talleres.

El horno se enciende muy pronto para que los sopladores manejen las varas y unten las puntas con la arena fundida, un goterón de luz en la punta, untuoso, maleable. Las dos chicas que trabajan por la mañana llevan veinte años en el oficio. Javier Ramos, el director de la Fundación, nos asegura que hace falta fuerza y pulmones para sostener las varas cargadas de vidrio fundido, aguantar el peso de los moldes y soplar hasta conseguir la forma.

La vieja Fábrica mira en el calendario de 2022 para situar el nacimiento de su nueva vida. El centro de formación está en funcionamiento, con un puñado de alumnos que a media mañana estiran las piernas en el patio, cerca del horno, entre máquinas arcaicas. Son los continuadores de un oficio milenario. En primavera La Fábrica estrenará una calle abierta, que la cruza, para que la vida de La Granja pase por esa avenida interior. En el Museo Tecnológico del Vidrio grupos de escolares aprenden cómo se hace un vaso, un jarrón, cómo se plancha un cristal plano para ventanas. En otras salas hay muestras del arte de las vidrieras o piezas de escultores que vieron en el vidrio un material de inspiración. «La técnica lleva al arte», nos dice Javier Ramos, «sin el dominio del cristal y de su manejo es imposible conocer las posibilidades que tiene el vidrio».

La Real Fábrica de Cristales de La Granja aspira también a ser un centro de referencia nacional para la industria, un lugar de inspiración, de formación, de contacto con el arte, con el diseño. Hoy las grandes marcas se acercan a La Fábrica para encargar piezas que no pueden salir de la industria. La artesanía tiene un lugar en el que la alta tecnología no puede competir. En el almacén, a punto para su envío, hay decantadores de vino de formas caprichosas, como si fueran cueros viejos, vaciados y sedientos. Los trofeos de la Vuelta Clicista a España, que se hacen aquí, ya salieron a su destino. Hay peces de colores, vasijas, cristalerías complejas. En otras salas se acumulan más de cinco mil moldes de metal, otras tantas formas para el cristal soplado. Un patrimonio que la Fundación está dispuesta a mostrar como un gran valor. Uno de los primeros pasos ha sido abrir una tienda en la calle Serrano de Madrid. La joya de la artesanía española merece su lugar en la milla de oro.

cristales la granja
Javier Ramos Guallart. Director de la Fundación

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Marcelo Brito
Marcelo Brito
Nací en 1960 en Matanzas, Cuba. Hijo de gallegos. Crecí entre pocos libros, pero con una curiosidad insaciable. Estudié cine en La Habana y salí de Cuba en cuanto pude porque el mundo era limitado, estrecho, pobre, áspero y poco higiénico, para el cuerpo y para la mente. He colaborado en múltiples publicaciones. Primero en Miami Herald, luego en Caretas de Perú, y ahora en FANFAN.

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