Yo creo bastante en la suerte. Y he constatado que, cuanto más duro trabajo, más suerte tengo”. (Thomas Jefferson).

Soy un hombre afortunado. En los dos años y medio, aproximadamente, que llevo desarrollando mi trabajo en los medios, mi posición se ha afianzado a pasos agigantados, demasiado deprisa, incluso para un hombre impaciente como yo.

Recuerdo bien la primera oportunidad que, en un alarde de valentía e inconsciencia, me brindó Alfredo Urdaci de publicar un artículo. Y recuerdo la sensación de verlo publicado, como algo precioso; una gema brillante en la inmensidad del cosmos de publicaciones, un grano de arena en un desierto, pero eso sí, mi grano de arena. La sensación de estar introduciéndome en un mundo onírico al que yo siempre había mirado con gafas de sol, por miedo a deslumbrarme con su brillo. La posibilidad de considerarme, desde la mayor de las humildades y, sin embargo, desde la más grande de las presunciones, un autor.

He de confesar que entonces, quizá porque yo siempre he sido de los que tienen que meter el dedo en la herida, como Santo Tomás, para creer, le envié a Alfredo un artículo que ya tenía escrito, de mi blog personal, al que tenía y tengo gran aprecio. Tal artículo, que todavía se puede leer en la sección la columna de la revista FanFan se titulaba “La columna vacía”. Bien es cierto que fui honesto con Alfredo y le comenté esta circunstancia; en parte lo hice por la posibilidad inmediata de verme publicado, pero en parte también porque no tenía verdadera fe en que llegase a realizarse tal publicación.

No obstante, a partir de ese momento, me prometí a mi mismo que nunca dejaría de escribir, al menos, un artículo semanal para FanFan y creo que, hasta el día de hoy, he cumplido mi promesa. No puedo asegurar que esto siga siendo así, ya que si hay alguien en quien no confío es en el hombre del espejo, pero hasta ahora he de decir que, en este terreno, no me ha defraudado.

Desde entonces, he ido adquiriendo compromisos con otras publicaciones, mi amigo Manuel Artero, grandísimo profesional y hombre serio y confiable, puede dar cuenta de ello, entre otros, y siempre he procurado ser fiel al compromiso adquirido, pues amo la escritura y disfruto con ella, pero a veces, la limitación que nos impone el tiempo que testarudamente nos otorga veinticuatro horas al día, a todas luces insuficientes, me ha hecho dedicar menos tiempo al sueño y a mi familia del que sería deseable. Eso me ha granjeado una inmerecida fama de hombre cumplidor, en este oficio tan bello y tan arriesgado del periodismo.

Y fue uno de esos compromisos, el de la columna que publico en El Contrapunto de Javier Algarra, en Decisión Radio, el que me introdujo en otro mundo otrora vedado para mí, el de la radio. Y es este mundo el que, como hoja que arrastra el viento, me ha catapultado, en el breve espacio de tres meses, no ya a colaborar en antena en numerosas ocasiones, en las tertulias, donde he podido conocer a gente valiosa, que me ha aportado, me aporta y me aportará valiosos consejos sobre los que edificar mi camino sino que además este camino, como decía, en apenas tres meses me ha conducido, como la pastilla azul de Neo, a una posición que no sé si calificar de imprevista o impensable, dirigiendo y presentando mi propio programa, Sociedad Civil, en Decisión Radio.

He tenido suerte, sin duda, pero esta suerte se asienta sobre el trabajo, sobre no haber dicho nunca que no, sobre haber acudido cada vez que mi presencia ha sido solicitada, sobre haberme tirado de cabeza cuando me propusieron algo sobre lo que quizá alguien más consciente, o más conservador, hubiera dudado, sobre sábados enteros dedicados a la preparación de una entrevista, con el único fin de hacer un trabajo digno del que, al menos yo, pueda sentirme orgulloso. Y todo ello tratando de no descuidar otros ámbitos de los que ni hablo ni voy a hablar.

Entre las cosas maravillosas he impensables que me han ocurrido en los últimos tiempos, mi programa me ha permitido, y espero que siga permitiéndomelo, conocer a personas muy valiosas, literatos, artistas, gente del ámbito cultural a la que se le caen las ideas si los sacudes un poco, y fue una de estas personas, concretamente David Summers, el que no hace una semana me contó, en una entrevista, que era un hombre afortunado; que había tenido muchos golpes de suerte y que estos habían sido el cimiento sobre el que edificar una vida de trabajo, de entrega y dedicación, que le había llevado a su actual posición. Él, evidentemente, lo expresó de otra manera, porque su humildad, la humildad que solo poseen los verdaderamente grandes, le impediría expresarse de ese modo; pero el trasfondo quedó meridianamente claro. La suerte juega su parte, pero sin trabajo, sin esfuerzo y dedicación, el resultado es fugaz, como los mundos sutiles, ingrávidos y gentiles de Joan Manuel Serrat.

Cuentan que un hombre de fe, pero poco dado a sacudirse el bolsillo, acudía a la iglesia con asiduidad para pedirle a Dios que le tocase la lotería, sin obtener, sin embargo, el deseado premio; y fue tal su insistencia, que un día Dios, que es poco dado a ello, no tuvo otro remedio que hablarle. “¡Compra el boleto!”, le dijo. Es muy fácil decir que uno ha tenido suerte, por la envidia que, por lo general, caracteriza al género humano, pero la suerte es una semilla que ha de regarse con trabajo, con esfuerzo y con dedicación, para que acabe floreciendo en el resultado deseado.

Así pues, si quieren algo, si persiguen una meta, pongan su empeño en ello. Más vale fracasar en el intento que no haberlo intentado. Como leí una vez en una pared “si luchas, puedes perder. Pero si no luchas, estás perdido”.

Sabiduría popular.

gracias por los días que vinieron

@elvillano1970

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