La última copa, las memorias alcohólicas de Daniel Schreiber

La última copa. Daniel Schreiber. Traducción de Aníbal Campos. Libros del Asteroide.

La última. No, no digas la última, siempre se dice la penúltima. ¿Recuerdan ese diálogo tantas veces repetido en noches de farra? Decir «la última» daba mala suerte. Se suponía que uno solo dejaba de beber por razones de fuerza mayor: un consejo expeditivo del médico, una enfermedad, la medicación incompatible, o la muerte. La última se tomaba a las puertas de la muerte, así que mejor decir la penúltima. Siempre la penúltima. Porque había que dormir. después del sueño volveríamos a la serie de copas: vino, cerveza, licores, champagne y otros espumosos. Daniel Schreiber ha escrito un libro sobre el alcoholismo, sobre la dependencia del alcohol. No es un libro fúnebre. Al contrario. La última copa es un texto entre la memoria y la ciencia. Porque cuenta lo que le pasó hasta recuperar su vida, pero también cuenta por qué le paso. No se limita a la experiencia. Y nos explica cuáles son los mecanismos de la adicción, y qué le pasa al cerebro del adicto, en este caso del alcohólico.

El amor al vino

«Beber fue para mi un gran amor, un amor inmenso», dice Schreiber en los primeros párrafos de La última copa. Un comienzo lleno de promesas. Sobre todo la promesa de poder llevar esa misma vida durante muchos años. La suave sensación de equilibrio que le transmitía la bebida, sobre todo después de jornadas de trabajo agotadoras. El vino acallaba la voces que de vez en cuando armaban ruido en su cabeza. Schreiber se convirtió pronto en un alcohólico, pero como la mayoría de los alcohólicos, difícilmente se habría definido como tal. «Durante un largo período de tiempo, beber nos sienta a las mil maravillas. Nos hace felices, o al menos eso creemos, y nos ayuda a transitar por la vida de forma más o menos indemne».

Es probable que el lector mire el libro con cierta aprensión y pereza. Nos gustan más las obras que nos invitan al hedonismo, a la alegre celebración del vino y su cultura. Pero esta obra valiente y serena nos descubre un mundo oculto por los tópicos. Asociamos la imagen del alcohólico al que bebe en plena calle, al que vaga por tabernas y clínicas sin poder evitar las recaídas. Pero esa imagen se corresponde a una ínfima proporción de los que beben de forma habitual: «se pueden conseguir muchas cosas aunque uno beba de forma desmedida. Y eso nos permite construir la fachada de una vida aparentemente productiva tras la que nos ocultamos y nos exhibimos a modo de coartada. Luego uno hace de tripas corazón y , de una forma u otra sale adelante. Y en cuanto tiene ocasión, echa mano de lo que más se aproxima a la sensación de estar plenamente vivo: una copa.»

La delgada línea roja

Llega un momento en que el mal hábito de la bebida se convierte en una enfermedad. El adicto a la bebida no es alguien que intenta curar un trauma con el alcohol, no es una persona que intenta olvidar, no es un débil mental que se entrega al abrazo del alcohol. En 1938 la Universidad de Harvard inició una investigación que en la actualidad sigue abierta. Una de las preguntas que intenta responder es si la dependencia es una enfermedad o es solo un síntoma de otros males.

La última copa
La última copa

La respuesta es reveladora. Los que acaban siendo alcohólicos no se diferencian en nada de aquellos que mantendrán durante su vida hábitos de consumo de alcohol completamente normales. «El estudio Grant solo puedo establecer dos diferencias entre los futuros alcohólicos y las personas que luego consumirían alcohol de un modo normal. Una de esas diferencias era que muchos de los futuros alcohólicos tenían mucho más aguante bebiendo. la otra, que los futuros adictos a menudo se habían criado en un entorno permisivo con los estados de embriaguez».

Una enfermedad crónica e irreversible

El alcohólico padece una enfermedad, «una enfermedad crónica e irreversible, una enfermedad que le hace creer que la sustancia que la provoca es también el remedio». No hay ningún motivo psicológico para beber, no existe ningún misterio que descifrar. El que bebe lo hace simple y llanamente porque es dependiente. Y los resortes de la dependencia son tan fuertes en nuestro cerebro, que son capaces de armar los pretextos más persuasivos para que nunca dejemos de mirar el alcohol como el gran remedio.

A partir de ahí, Schreiber describe los procesos de autoengaño, describe los mecanismos psicológicos y neurológicos que forman la dependencia, esa condición que no abandona al enfermo durante toda su vida. También la necesidad de ayuda, el salvavidas de los grupos de Alcohólicos anónimos, la necesidad de estar acompañado. Las recaídas. Hasta que llega ese momento de lucidez: «momentos en los que un rayo de luz atraviesa la gruesa capa del autoengaño, momentos terroríficos en los que uno siente, con todo el cuerpo, que algo va muy mal». Los momentos de lucidez que salvan nuestra vida, que nos «permiten examinar de forma honesta nuestro yo dependiente».

El libro de Schreiber es un libro honesto, un libro sabio, lleno de revelaciones y de descubrimientos, que giran en torno a la felicidad: «para llevar una vida feliz es preciso enfrentarse también a los pequeños traumas, esas heridas ocultas que hacen sus estragos de forma silenciosa, en un segundo plano». Las páginas de La última copa están llenas de revelaciones, de lucidez, de humildad y de humanidad. Una lectura más que recomendable

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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