León XIV, el cowboy del Perú

Si Pablo VI levantara la cabeza con muceta y todo, sin duda repetiría aquella frase célebre con la que pasó a la Historia para alegría de aquellos que gustan de lo oculto, la conspiranoia y lo anecdótico, a propósito de una fumata -ni blanca ni negra- que, a juicio del Papa, había esparcido Satanás entre las grietas de la Iglesia.

Dejando la interpretación a apocalípticos, agoreros, nostálgicos de palios y privilegios y sabelotodos en los que no puede entrar más conocimiento por evidente tamaño de ego, si podemos afirmar, a tenor de los hechos, que el humo diabólico no se ha disipado del todo, aunque esta vez y para los próximos cónclaves haya tomado la forma de ruido mediático, opinión desproporcionada, interpretación mundana de la elección papal. Una elección que cuando toca, desboca -nunca mejor dicho- a los enviados especial(mente) ignorantes y enfermos, en la mayoría de los casos, de lógicas de poder, contrapoder y todas esas coordenadas futbolístico-políticas en las que ha devenido la información general.

La introducción de la dialéctica como confrontación ideológica entre electores ha llegado para quedarse en nuestra casa como un signo demoledor de que los informantes y los fieles están más atentos al politiqueo cotidiano, a los gustos personales, a ver si sale uno “de su cuerda”, el de “la camarilla” y el del devenir violento que las ideologías proporcionan siempre al Cristianismo, cuando lo reducen a refriega entre progresistas, conservadores, ultraindefinidos, o creyentes de medio pelo. Porque hoy, si hay algo importante y sagrado, ya no es el misterio de la verdad, sino la imposición del propio gusto…; de ahí, que pueda haber vaticanistas encerrados en su habitación de Parla y tuiteras racistas de Marruecos. Así estamos…

Una perla de lo que digo sucedió minutos antes de salir el ínclito y emocionado pontífice (que significa ‘puente’, para aquellos que se reían de Francisco por querer construir muchos para estar más unidos)…como decía, que me voy por las ramas…; una perlita entre los enviados con micro en mano, se atrevía a dar nombre, apellidos, pros, contras, medida de la sotana y del calzado del nuevo barquero, sucesor del viejo pescador galileo. Mientras tanto, el pobre Prevost, cual torero que se enfrentaba a su alternativa, se revestía de blanco y capote negro en la Sala de las Lágrimas, ante un san Pedro crucificado del revés, surrealista martirio, y que boca abajo, mirando a su discípulo Bob le diría: “Maestro; suerte y al toro…”.

Y pensando, pensando en toros, en encastes y en bravuras, el toro malo de Prevost no será el trabajo diario, las reformas necesarias, cerrar la grieta por la que se escapan los millones a Londres, si duerme en santa Marta o en santa Clara, si los zapatos serán rojo martirial o rojo Ferrari o, si por ser de piel cetrina, ya nos estaremos acercando al temido Papa negro que terminaría con la estirpe, según un adivino también algo fumado, o que inhaló demasiado incienso en la infancia…

El toro malo tampoco será la ingente obra que lo espera: las reuniones, los tiras y aflojas, las visitas de postín, los viajes apostólicos, las necesarias y obvias llamadas a la paz y a no aprovecharse de las nuevas y viejas esclavitudes en forma de migración…

El toro malo que saldrá por chiqueros será un burel sin fijeza, sin atención, distraído y cegado por las luces y vítores del público; ese toro malo al que cuesta descubrir la embestida, el pitón bueno y que no termina de humillar, como las cabezas perdidas de tantos fieles que se quedan en el artificio, en lo accesorio, en la superficie. En lo banal.

Ese toro sin atención, le dará más de un susto al padre Bob, que una mañana de hace dos años vino al trote de su mula hasta la puerta trasera del Vaticano para ayudar a Francisco en la dura brega y marcaje de obispos, cardenales, mayorales y monosabios, que en vez de dejar un albero en condiciones, lo ensucian más con su endemoniada manía de juzgarlo todo desde la lógica del poder, del formalismo y la querencia al chismorreo en tablas. A la Curia me remito…

Otro toro malo, mansote, al que habrá que ceñirse bien, es el del pueblo; contaminado desde hace tiempo por esa misma lógica que eleva una opinión a razón incorpórea de la tauromaquia o del papado y que ya no se sorprende por nada más que por el ornamento y las tendencias pasadas de un Sumo Pontífice que ya no piensa en el ayer, sino en mañana, donde lo espera el hombre sediento de sentido, de justicia y de amor.

Como nota final y en aras de la fijeza del aficionado, el Presidente -Dios- ya ha dado dos avisos señalando que el futuro de la Fiesta está en los sufridos tendidos de sol, ahí donde escuece la sed. Así que dejemos a Dios ser él mismo y preguntémonos cuanto antes, si creemos más a nuestro Papa peruano o a las diatribas entre viejos que no quieren cortarse la coleta y jóvenes que se lanzan al ruedo con la bandera del partido. Y de paso, y sin olvidar que hay amigos, camaradas, aliados y entendidos de todo que quieren una Iglesia sumisa, recordemos que la Iglesia es esposa libre y que no depende de nadie más que de su Esposo; es decir, de la Providencia, como el santo de Asís, como Francisco. Y sí, ya por terminar de una vez y para espolear su atención a ver si embisten, dense cuenta -por favor-: hemos recibido un regalo; no se queden en la envoltura, no se queden en la puerta. Hemos recibido un nuevo padre; no lo desprecien para dar crédito a nuestros enemigos que, en horario de máxima audiencia, reconocían no querer al agustino Prevost como Papa. Pues esos, si no querían ceviche, que tomen dos platos. Y viva el Perú, Lima, Chiclayo, Chicago y León XIV, que abra todas las ventanas que no ha podido el bendito Bergoglio . A ver si de una vez, deja de oler a naftalina o al pestazo a buey que olió Pablo VI aquél día.

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