No hay otra forma de arte que vaya más allá del conocimiento ordinario como lo hace el cine, directo a nuestras emociones, profundamente al cuarto oscuro del alma “ ( Ingmar Bergman ).

Disiento profundamente de este enunciado de Bergman, lo siento mucho. Para mí, nada va más directo a nuestras emociones que la literatura. Es cierto que una película puede contar en una hora y media, milagrosamente, la misma historia que se refleja en una novela, pero, por esto mismo, por su inmediatez, no puede alcanzar a reflejar de ningún modo lo que un autor plasma en un papel. En el papel se encuentra la esencia de lo que el creador quiere transmitir, pero también trasluce aquello que el autor tiene bajo la piel.

La vida y las películas

En cierta ocasión, Bob Dylan, a la sazón premio Nobel de literatura, preguntado en una entrevista sobre si alguna vez interpretaba sus temas como en el disco original, contestó : “ bueno, ya sabes. Un disco no es sino un reflejo de lo que estabas haciendo en un día particular, y ¿ a quien le interesa vivir siempre el mismo día ? “. Es verdad que la música también tiene ese don de llegarnos al corazón en un momento, de exacerbar nuestro estado de ánimo, pero, al igual que sucede con el cine, llegar al alma del autor en tan breve espacio de tiempo es, al menos, improbable.

Es cierto. El cine es, sin duda, entretenimiento. Decía Billy Wilder que “ Si el cine consigue que un individuo olvide por dos segundos que ha aparcado mal el coche, no ha pagado la factura del gas o ha tenido una discusión con su jefe, entonces el cine ha alcanzado su objetivo “. Si un genio como Billy Wilder opinaba así, según mi criterio ya está todo dicho. El cine es una evasión, mientras la literatura es, sin duda, una introspección.

Me explico. Es verdad que una película es capaz de sacar de tu cabeza aquello que te atormenta, durante el breve lapso que suele durar un film, pero este efecto placebo desaparece, como las burbujas del champan, cuando se encienden las luces. No lo critico. Yo mismo, muchas noches, necesito sentarme ante el televisor y ver una película, una serie, simplemente para no pensar. Es cierto. Y, puede ser, que sea beneficioso, sin duda.

El libro y el pensamiento

Sin embargo, un libro te obliga a pensar. Es el efecto contrario. Si no tienes tus neuronas en ebullición, déjalo, cierra el libro y enciende la tele. El libro te hará pensar, te hará reflexionar y te obligará a llegar a conclusiones. Incluso, te aportará conocimientos que, antes de leerlo, no tenías.

No se ustedes, pero en el Primark yo solo me emociono cuando veo que unos vaqueros me van a costar nueve con noventa.

Se pregunta mi admirado Juan Tallón, en una de sus columnas, que hay en el cerebro de la gente que no lee. Que oscuro vacío encierra, como un desván polvoriento, en el rincón de su cabeza destinado a la literatura. Yo también me lo pregunto, la verdad. Supongo que una cabeza se puede llenar de infinidad de cosas, como un desván, pero al final, la mayoría de cosas que guardas en un desván son material de desecho, que realmente deberías haber tirado. Solo una pequeña parte de esas cosas es realmente valiosa. Lo demás está estorbando.

Toda esta reflexión nace, realmente, de un paseo que ayer tuve la suerte de disfrutar por la Gran Vía de Madrid. Yo vivo en Chamberí, lo cual me faculta a bajar andando a la Gran Vía en apenas veinte minutos, así que tengo la suerte de ser habitual de la zona. Esto me ha permitido, durante los veinticinco años que ya llevo en este barrio, ver evolucionar esta arteria de Madrid, sin duda una de las calles más vivas y más interesantes del mundo.

Reflexionaba, ayer, sobre la gran cantidad de salas de cine, librerías y, por qué no, tiendas de discos míticas que ya no existen, que se han trasformado en otras cosas, mucho más feas y tristes, que nada aportan a nuestras vidas salvo más ropa barata, más tecnología inútil y más viviendas de lujo y más comida basura.

Los cines de Madrid

Tal es el caso del cine Azul ( Gran vía 76 ), que ahora alberga un restaurante de comida rápida. El cine Rex ( Gran vía 43 ), que ahora pertenece a la aseguradora AXA y se encuentra cerrado, el cine Pompella ( Gran vía 70 ), que ahora es parte de un hotel de lujo, o el cine Imperial ( Gran vía 32 ) que ahora alberga la tienda de ropa Primark.

No se ustedes, pero en el Primark yo solo me emociono cuando veo que unos vaqueros me van a costar nueve con noventa. Es cierto que la música también arrastra ínclitos cadáveres, como la mítica Madrid Rock, de la que ahora solo quedan los dos heavys que llevan años plantados a la puerta del local, Emilio y José Alcázar, y que, pese a su desaparición siguen allí, recordándonos que hubo otro tiempo mejor y más luminoso. Desde aquí, un abrazo para estos dos hermanos. Sin embargo, la librerías subsisten. Quizá solo sobreviven, pero ahí están, como bastión irreductible de la cultura en Madrid. Incluso algunas, como la Casa del Libro, se han permitido afrontar grandes reformas en estos tiempos difíciles.

Es verdad que Madrid, a pesar de todo, ha luchado por seguir siendo la ciudad viva y abierta a la cultura que ha sido siempre, especialmente en los últimos cincuenta años y que, pese a los avatares de los últimos tiempos, pese a los cambios políticos, a veces gracias a ellos, a veces a pesar de ellos, sigue siendo un oasis de cultura y libertad. Doy gracias a Dios por la ciudad en la que vivo, en la que nací y en la que, a poca suerte que me depare el destino, moriré. No podemos dejar que ninguna circunstancia nos arrebate las ganas de conocer, de disfrutar, de enriquecernos que la cultura, en todos sus ámbitos, nos aporta.

Así que, si les es posible, llenen su vida de cine, de música, de literatura y, sobre todo, de experiencias. Vivan, en definitiva. Miren a su alrededor, respiren hondo. Llenen su vida de luz.

Y, sobre todo, sean felices.

luz

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