Los nombres de Feliza, una mujer que encarna una época

Los nombres de Feliza. Juan Gabriel Vásquez. Alfaguara. Narrativa Hispánica

El hilo del que nace Los nombres de Feliza está escrito en una columna firmada por Gabriel García Márquez. En ella, desde su exilio en París, da cuenta de la muerte, fulminada por un infarto, de Feliza Bursztyn en un restaurante de la capital francesa, mientras leía la carta. Murió de pena, dijo el escritor en su relato. El tejido espeso de esa pena, las decepciones que la formaron y el cansancio con el que se cuajó son los elementos que forman esta novela. Se trata de un relato basado en la biografía terminado como novela, porque una vida enigmática es inalcanzable en su verdad y tiene por tanto que apoyarse en la ficción en busca de un sentido.

los nombres de feliza

Los padres de Felisa, refugiados polacos que huyeron del nazismo, iban a poner a su hija Fergele. Conscientes de la dificultad de pronunciación del nombre, la nombraron Felisa, que luego ella transformó en Feliza. Un cambio de letra en el que ya manifestaba su firme voluntad de hacer su propia vida. Feliza Bursztyn nunca consiguió que su nombre estuviera bien escrito en documentos y crónicas periodísticas. Las erratas la persiguieron hasta después de su muerte: su lápida, en el cementerio judío de Bogotá, es la de Felisa Bursztyn. Una muerte de pena para una mujer que llevaba un nombre feliz.

Como si fuera el personaje de una novela del realismo mágico, cuando murió, aquel 8 de enero de 1982, Feliza estaba leyendo la Crónica de una muerte anunciada, recién publicada. Bursztyn llevaba unos meses viviendo en París, donde se había trasladado con Pablo Leyva, sus esposo, después de que fuera detenida en Bogotá, acusada de servir de correo entre Cuba y el grupo terrorista M-19. Feliza había estado en Cuba, invitada por Casa de las Américas. Era una mujer de izquierdas, no comunista, contraria a la violencia. Su casa en Bogotá era a la vez su taller, el estudio donde soldaba esculturas de grandes dimensiones, formadas primero con restos de chatarra, después con acero inoxidable, y lugar de reunión de una generación de artistas y escritores que el libro retrata con detalle.

Vásquez toma como punto de partida aquella columna de García Márquez para iniciar una investigación que le lleva a los lugares de la vida de Feliza, a indagar entre sus amigos, a preguntar a su esposo Pablo Leyva, a entrar en la escuela de arte que frecuentó en París, siempre en busca de detalles y momentos que le ayuden a explicar la muerte o a encontrar sentido a su vida. Donde no llega, el autor imagina: «yo tengo para mí que fue por entonces cuando Feliza llegó a la conclusión de que la única manera de llevar la vida era sin ataduras -ni a la familia, ni a los hombres, ni a la mirada de la gente-, pero que tener un lugar en el mundo , en cambio, era la única certeza necesaria» (pag. 159) Y así compone una novela en la que, en efecto, el personaje lucha contra viento y marea, contra todo tipo de tempestades, para hacer vivir su propia vida en lugar de que se la vivan.

El autor dosifica con inteligencia los detalles que el lector ya sabe al comenzar la novela: que al final Feliza muere desplomada en un restaurante parisino en una noche de invierno con García Márquez como testigo. El relato de la vida de Feliza tiene como contrapunto los detalles de ese último día de su vida: la tarde en la que tomaron una sopa de cebolla en un apartamento con ventanas viejas por las que se colaba el frío, el cuadro que prepararon como regalo para «los Gabo», o el paseo hasta Montparnasse. Las piezas de esa reconstrucción minuciosa se alternan con el recuento de una vida: la infancia en Nueva York, el matrimonio, las tres hijas de Feliza, la ruptura con el primer marido para dedicarse a la escultura. Feliza encarna una época compleja y difícil. Su pulso vital es el combate permanente por hacer su propia vida. El contexto es el de una generación de escritores y artistas fascinada por la revolución cubana, dispuestos a defenderla contra el «enemigo exterior». La muerte temprana de Feliza le ahorró, sin duda, la amarga decepción que arrastran hoy otros escritores como Sergio Ramírez.

Terminada la novela, Feliza sigue siendo un enigma. Inaprensible, como la complejidad de toda vida, quizá la suya más, por la magnitud de sus pérdidas: tres hijas que vivieron siempre lejos, un amante que murió en un accidente de aviación, un país que la acusó de connivencia con la guerrilla terrorista, y una artista que siempre tuvo que luchar contra la incomprensión de su obra.

Marcelo Brito
Marcelo Brito
Nací en 1960 en Matanzas, Cuba. Hijo de gallegos. Crecí entre pocos libros, pero con una curiosidad insaciable. Estudié cine en La Habana y salí de Cuba en cuanto pude porque el mundo era limitado, estrecho, pobre, áspero y poco higiénico, para el cuerpo y para la mente. He colaborado en múltiples publicaciones. Primero en Miami Herald, luego en Caretas de Perú, y ahora en FANFAN.

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