“A veces me elevo, doy mil volteretas, a veces me encierro tras puertas abiertas, a veces te cuento por qué este silencio y es que a veces soy tuyo y a veces del viento”.(“Cuando nadie me ve” .Alejandro Sanz).
Llega un momento en la vida, motivado principalmente por la madurez, en el que uno, desde el punto de vista de un observado más joven, en teoría debería haber llegado a un conocimiento propio y de aquellos que acompañan su vida, en uno u otro papel, en el que ya no hiciera falta tan siquiera la palabra, tan siquiera el enunciado, para explicar que está sintiendo, como se siente o la reacción que nuestras acciones van a causar en los otros. Un poco enrevesado, el razonamiento, pero yo espero mucho de mis lectores que, sin duda, son lo mejor de cada casa.
Y resulta que no. Que cada vez, a pesar de las experiencias anteriores, de la jurisprudencia, si hablamos en términos legales, que otros acontecimientos hayan sentado, cada vez, repito, entiendes menos a los que tienes alrededor, ya sean tus hijos, tus padres o hermanos o tu mujer. Hay que decir que, al menos en mi caso, en lo referente a la mujer, a mi mujer en concreto, cada día la entiendo menos. Supongo que a ella le puede pasar igual, aunque creo que, en este caso, la sensación es que es al revés; ella cada día me conoce más. Y esto, como en el chiste, ni es bueno, ni es malo.
Aunque si he de decantarme, creo que más bien es malo; significa que yo soy un libro abierto, de tal manera que ella puede adivinar mis cagadas presentes, futuras y pretéritas, antes siquiera de que yo sepa que la voy a cagar, mientras que yo, habitualmente, me quedo con cara de imbécil ante sus reacciones, que muchas veces son inesperadas y la mayoría contrarias a lo que yo esperaba.
No sé por qué ocurre esto. De cualquier modo, pienso que es porque el hombre es más transparente, menos retorcido o más ingenuo y por el contrario la mujer siempre le anda buscando tres pies al gato. En el caso del hombre, cuando no queremos recibir una respuesta negativa, pues no hacemos la pregunta. Sencillo. Sin embargo, una pregunta simple de cualquier mujer, siempre encierra una letra pequeña, una intención oculta, que te hace poner a toda máquina el cerebro para evitar dar la respuesta equivocada; el problema, es que, muchas veces, no hay una respuesta correcta.
Cuando una mujer les haga una pregunta simple, del tipo “¿Te gusta mi falda nueva?” o, por ejemplo, “¿Dónde vamos esta noche?”, desconfíen. Analicen bien la situación. Un simple monosílabo puede ser un error irreparable, que te persiga hasta el final de los tiempos en cada una de las discusiones que surjan en adelante. “No, si ya me dijiste una vez que …”. Y tu “¡ Pero si eso fue hace cinco años y simplemente te dije que prefería un italiano!”. Y ella “Si, pero tú estabas pensando en la italiana esa, en la camarera que cada vez que íbamos te hacía ojitos”. Te hacía, porque ya no has vuelto a ir, claro.
¿No les ha pasado?. No se preocupen. Les pasará el día menos pensado. A no ser que ustedes, en lo referente a las relaciones sean ascéticos y onanistas en el sexo. En caso contrario, tengan por seguro que si no la han cagado, la van a cagar.
Y digo yo que, con tanto literato suelto, con tantas personas, de ambos sexos, que nos dedicamos al noble arte de escribir, como no le habrá dado a nadie por escribir un manual para entender a las mujeres. Eso si sería un Best Seller, traducido a todos los idiomas posibles. No habría un hombre que no codiciase ese libro, como Indiana Jones codicia el Santo Grial. Un manual para no cagarla nunca, que maravilla. Y esto me lleva a una conclusión bastante grave, porque que no lo haya escrito un hombre, tiene lógica, dado que posiblemente no ha nacido ni nacerá el hombre que las entienda; pero que no lo haya escrito una mujer, con el nicho de negocio que ello supondría, quiere decir que no se entienden ni ellas.
Así pues, un consejo de alguien que ha visto atacar naves en llamas más allá de Orión. No intenten entender a las mujeres; simplemente, acéptenlas como son. Cualquier otra opción les conducirá al fracaso. Eso o renuncien a su compañía, lo cual, la verdad, es una opción, pero sin duda una mala opción.
Y, ante las preguntas simples, protéjanse, háganse los despistados, dense tiempo para pensar y, si no encuentran una buena opción, vayan al baño, o finjan un retortijón o un infarto incluso. Algo que les permita no contestar a ese tipo de preguntas que son una trampa mortal, que no tienen repuesta correcta. Más vale aquí corrió, que aquí murió.
“Hola guapa. Me encanta tu disfraz de vaca”.
“Voy de dálmata”.
En fin…
