‘Noches de luna rota’, el insoportable peso de la culpa

Noches de luna rota. Fulgencio Argüelles. Acantilado

Todo ocurre en Peñafonte, un lugar imaginario, un pueblo minero, en medio del monte, la niebla, la humedad, lastrado por la culpa de los crímenes, la derrota en la guerra, la venganza del franquismo. Noches de luna rota se desarrolla en treinta diálogos que van desgranando los sucesos del pasado y las reflexiones del presente, y en los que se establece la trama de esta novela coral, dialógica, poética, filosófica. Ese diálogo entre dos de los múltiples personajes termina por cuajar en una visión múltiple, que se forma a través de situaciones que el lector imagina fuera de un contexto físico. Los diálogos terminan por tener autonomía, como esas conversaciones del teatro del absurdo: un escenario, una luz cenital, dos personas que hablan. Como sonámbulos, que es lo que es lo que son estos seres derrotados, aplastados por el peso de la culpa y de la memoria.

nOCHES DE LUNA ROTA

Como escenario de Noches de luna rota, la posguerra. En algún momento se alude a que han pasado diez años del final de la guerra civil. Estamos por tanto en 1949. Arbicio y Jovita se van a casar. Va a ser una ceremonia sin mucha fiesta, porque la familia de Arbicio arrastra la culpa de un parricidio. La de Jovita está marcada por la huida del padre, que se echó al monte después de meterle un tiro en la boca a un guardia.

La boda es el centro de una trama, el pretexto en el que un pueblo marcado por el fatalismo encuentra la razón para recuperar la ilusión de un futuro en el que podrán deshacerse de la losa de la culpa. Jovita se va a casar de negro, porque el blanco parece desterrado de este pueblo en permanente luto, por una u otra razón.

La novela avanza por tanto a través de conversaciones: los del maquis sueñan con ver a los del pueblo, los del pueblo temen que los del monten lleguen a la boda y se organice una redada. Argüelles evita el maniqueísmo reductor: el falangista del pueblo conoce a los fugados y les avisa de las rondas de vigilancia de los guardias. El cura del pueblo es tolerante y rechaza la soberbia vengadora del franquismo. Todos, hombres y mujeres, arrastran fracasos, traiciones, heridas, cicatrices, derrotas, pérdidas. La historia tiene un gran peso en la novela, y se sustenta en relatos orales, de los que, es obvio, Noches de luna rota se alimenta en su fuente sustancial.

La prosa de Argüelles es rica en saberes populares, en ecos de un español viejo, preciso, popular y de una exuberancia lingüista de una maestría clásica. Se concreta en frases cortas. Su técnica está armada con una profunda sensibilidad. Se aprecia más cuanto más avanza el lector en la novela. En los primeros diálogos, el escritor se ve en la obligación de situar en la conversación hechos que el interlocutor ya conoce. Y el lector percibe esa introducción un tanto forzada de referencias, anécdotas o historias, porque está obligado a dar a conocer al lector hechos antecedentes. Se ve la tramoya, y eso le resta eficacia. Pero al avanzar la novela, esa riqueza de lo sobreentendido aparece en el diálogo de una forma natural.

Sobrepasados por la culpa y la fatalidad, los personajes viven su realidad como si fuera un teatro que se desarrolla entre brumas. Delmiro, hijo del parricida, ex seminarista, echado al monte para evitar la represión lo expresa con precisión: «es como si desde siempre me encontrara frente a una ventana cerrada y con los cristales sucios, y a otro lado estuvieran ellos, desvanecidos, confusos… está padre, siempre borracho y con la mirada perdida, y está ese caudillo, hijo de la gran puta, con sus polainas de cuero y su cínica sonrisa de beata, y sé que están ellos al otro lado, pero no consigo verlos con claridad por culpa de la puta niebla, y también al otro lado está Dios, ese Dios que no quiere convencerme de su existencia, el Dios que también es niebla, porque está, pero no está…»

Noches de luna rota es una historia de amores irresolubles, de gentes que tienen poco más de cuarenta años pero ya se sienten viejos, hartos de «rebeldías estériles y sudores sin fundamento. En realidad nunca sabemos por que esperamos, ni a quién dedicamos nuestros esfuerzos». Una novela en la que el lector adivina una escritura lenta, muy lenta, sin prisa, en la que se analiza la errática existencia de seres aturdidos por la tragedia, que tienen como única esperanza una huida a Francia, o la improbable recepción de unas cartas enviadas a la Argentina a un hijo que se fue y que nunca volverá. La vida entre el cielo y el infierno, entre dos absurdos sin mucho sentido.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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