Mi último tren llegaba con retraso, así que decidí aceptar el caso de la rubia platino”.(“El caso de la rubia platino”. Joaquín Sabina).

Es curioso, pero a veces, el ciclo de la vida parece invertirse; no en general, no en toda su dimensión, pero si en determinadas materias particulares. Me explico, si soy capaz. En los últimos tiempos, en los últimos tres años, aproximadamente, la vida en cierto aspecto, muy importante y preponderante sin duda, se ha vuelto dulce. No quiero que se me entienda mal, mi vida ya era dulce en muchos terrenos, sobre todo el personal;  No permita la Virgen que esto parezca una queja. Pero en otros aspectos, el profesional y sobre todo el intelectual, parecía haber varado en la playa de la madurez y, lo que es peor, del desapego y la indiferencia.

Podría parecer que es normal, pero no me encuentro precisamente en la senectud. A mis cincuenta y dos años, en cierto modo, me siento más vivo que nunca, con la necesidad de emplear mi tiempo, no de dejarlo pasar; Pero caminar sin saber en pos de qué avanzas, sin tener un objetivo, una meta, a cierta edad se hace cuesta arriba. Puede ser porque, en cierto modo, habría que pensar que a estas alturas tu vida ya está encauzada y tu devenir ya debe ser un lento navegar, con la vela arriada, hacia el pantalán donde habrás de echar amarras.

Sin embargo, cuando ya parecía arribar a puerto, a un puerto ajeno, pero un puerto a fin de cuentas, el mar de mi existencia se ha embravecido de tal modo que he tenido que virar hacia un destino diferente, a su vez incierto y excitante, promesa de la aventura que ya creía abandonada en la bodega de mi alma. Un destino que, sin lugar a dudas, ha rejuvenecido mis deseos de aprender, de luchar y de vivir.

Podría decirse que, como en las bodas de Canaán,  la vida a veces reserva  su mejor vino para el final del banquete, situándonos en un lugar tan inesperado como anhelado; Tanto  que muchas mañanas me hace preguntarme si todo esto está ocurriendo o solo lo estoy soñando. Cabría plantearse, por tanto, o al menos yo me lo he planteado en  numerosas ocasiones, si realmente nunca es tarde para subir a determinados trenes y, por lo tanto, la sensación de que a determinada edad ya no estás a tiempo, es una visión errónea.

Tenemos cierta tendencia, sin duda condicionada por la sociedad espídica y cruel en la que nos toca desempeñarnos, de que llegado un momento ya no somos capaces de ciertas cosas, que nuestro tiempo ha pasado, pero en innumerables ocasiones, la vida te demuestra que no, que aún hay trenes esperando en la estación a que te subas a ellos. Puede que ya no estemos capacitados para alcanzarlos a la carrera, pero sin duda, de una forma sosegada y meditada, podemos embarcarnos, con la misma ilusión del viajero que tuvimos hace años.

Decía Facundo Cabral que “de mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo; Ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan”.  Quizá empezar de nuevo sea demasiado ambicioso. A mi modo de ver no es tanto empezar de cero, sino pensar que hay cosas que querías hacer y no has hecho por miedo al fracaso o al ridículo. Lo bueno de la madurez es que, por lo general, guardas tantas cosas debajo de las alfombras del alma y de la conciencia que ya el fracaso es, sin duda, un concepto abstracto y el ridículo, si bien a mi particularmente me sigue causando cierto pudor, ha perdido la carga que tenía en la juventud. En cualquier caso, ya no estamos a tiempo de estar lastrados por las cosas que antes podían preocuparnos y quizá, solo quizá, es el momento de tirarse a la piscina.

La vida, a fin de cuentas, es una enseñanza constante; no somos si no aprendices y el resultado final está tan condicionado por los aciertos como por los fracasos. Por los trenes que cogiste y los que dejaste escapar. Es verdad que hay ocasiones en las que, si pudiéramos, cambiaríamos ciertas decisiones pretéritas, pero, al menos en mi caso, hoy estoy donde quiero estar; y esto es posible gracias al efecto mariposa de cada una de mis decisiones, de cada uno de mis actos, importantes y nimios.

Por tanto, si bien nuestra vida está más condicionada por el libre albedrío de lo que cabría pensar, no deberíamos arrepentirnos de lo hecho o lo no hecho. Quien sabe que hubiera ocurrido si, esta mañana, en lugar de coger el coche hubiera subido al metro. Si cuando te llamaron para proponerte algo hubieras respondido al teléfono, o por el contrario, no hubieras respondido. La vida es un algoritmo inescrutable; los caminos del Señor son infinitos.

Según José Saramago, “para que sirve el arrepentimiento, si eso no borra nada de lo que ha pasado. El arrepentimiento mejor es, sencillamente, cambiar”. Por tanto, estamos a tiempo. No renunciemos a nuestros anhelos, a nuestros sueños. La vida, muchas veces, te recompensa tarde, pero hay recompensas que valen la pena la espera.

Resígnate a no haber podido hacer una cosa, más nunca a no haberlo intentado, si vale la pena intentarlo”. (Amado Nervo).

Nunca es tarde.

@elvillano1970

Dejar respuesta

¡Deja un comentario!
Nombre