Por los faros del Norte de España con Julio Herrera

Faros. Luces del Norte. Julio Herrera. Anaya Touring

Los faros. Esa construcción que elevó el fuego de las costas. Antes de los faros fueron las hogueras. Pero el resplandor había que subirlo hasta casi tocar el cielo para que lo vieran los marineros. Es uno de los primeros diálogos entre el hombre y la naturaleza. La luz que guía, que marca el cabo, la tierra, el hogar, también el peligro. La luz intermitente. Y junto a la luz, el farero, el hombre que no duerme para que los barcos tengan una guía, el hombre que alimenta la luz. Durante siglos fueron los únicos elementos que permitían una navegación segura. Hoy siguen siendo construcciones fascinantes que permiten una fotografía espléndida que retrata ese combate de las holas contra la espada del faro, o la serenidad de una noche que extiende su oscuridad por toda la tierra. Julio Herrera lleva años fotografiando las linternas del norte. Ahora las ha reunido en un tomo soberbio, bello, digno de contemplar con lentitud, que nos inspira un viaje por las luces del norte. Faros. Luces del norte.

De Baiona a Biarritz

En Faros Luces del Norte, Julio Herrera escribe que no hay dos faros iguales, que «desde Namibia hasta Islandia cada uno tiene su propia personalidad. Los hay románticos, sobrios, barrocos, recios, tristes, fantásticos, solitarios, delicados.. Solo hay que saber mirar más allá de los muros de piedra u hormigón para plasmar una imagen que nos cuenta cosas y nos permite captar la verdadera alma de estas inspiradoras edificaciones».

Al fin y al cabo, uno cree que los faros son como los mares en los que alumbran con su parpadeo intermitente. Hay también mares que son tristes, o fantásticos, o trágicos como abismos. Los faros que recoge en su libro van desde la frontera con Portugal, en las rías bajas gallegas hasta Biarritz, en los límites del Cantábrico.

Los fareros

Faro de la isla de Mouro
Faro de la isla de Mouro

De faros y fareros. Los Faros Luces del Norte de Julio Herrera contienen una lección de geografía, historia natural, de ingeniería, y hasta de humanismo, porque un retrato de los faros sin una evocación de los fareros sería como acudir al Amazonas y evitar el contacto con sus tribus. Así aprendemos que los faros tienen tres partes, que se llaman base, fuste y torreón. Luego está el edificio que sirve de almacén, y de vivienda del farero. En el interior del faro, por el tubo de su torre, corre una escalera, de metal o de piedra, que lleva hasta la linterna y su óptica, en el corazón del faro.

Suele estar rodeada de un balconcillo. La linterna está cubierta por una cúpula. En su cúspide suele haber una veleta y un pararrayos, porque en las noches de tormenta no se puede esperar nada bueno de las tempestades. Uno aprende también que las lentes rotatorias tienen una base de mercurio para evitar el desgaste por la fricción de los materiales. Y que las lentes son dióptricas o catadióptricas para aumentar la potencia d ela iluminación y su alcance. Las lámparas pueden ser de petróleo, de gas, eléctricas o de incandescencia.

Faros Luces del Norte
Faros Luces del Norte

El farero y sus escuelas.

Herrera repasa también la historia de los fareros españoles, junto a una fotografía en la que vemos a José Luis, que uno de los últimos, el que vigila el faro de cabo Peñas. En la historia de los faros anota el incendio que sufrió el faro Silleiro en 1924, cinco meses después de entrar en funcionamiento. El primer plan general de alumbrado marítimo de España es del año 1847. Y unos años después, en 1851 se creó el Cuerpo de Torreros de Faros con un reglamento por el que se regía la profesión, sus accesos y sus obligaciones. En 1939 pasaron a denominarse Técnicos Mecánicos de Señales Marítimas, y se establecieron las primeras escuelas, como las que hubo en la Torre de Hércules en Coruña, o en el cabo de Machichaco.

El viaje que nos propone Julio empieza por Galicia, y Silleiro es el primer faro en el que detiene su cámara. «Como un balcón a la entrada de la ría de Vigo, este cabo junto con el cabo Home conforma los dos extremos de la bocana de la ría. El cabo Silleiro es un punto de gran interés natural próximos a tierras lusas». Luego viene el de las islas Cíes y el faro de las isla de Ons, uno de los más potentes de Galicia, con un alcance de veinticinco millas. Sálvora, Punta Cabalo, Corrubedo. Este último tiene una de las imágenes más fascinantes del libro, con linterna acariciada casi por una luna en cuarto creciente. Los faros de Lariño y de Fisterra, el de Touriñan y cabo Vilán, el de punta nariga, el coloso de la torre de Hércules, imponente y quizá el más antiguo del mundo en funcionamiento. Su obra es romana del siglo segundo.

En el Cantábrico

Ortegal, Estaca de Bares, el libro es como un recorrido por la geografía de la infancia, cuando cantábamos los cabos de España en una letanía de cadencia melodiosa. El faro de Sancibrao, el de Pancha en Ribadeo, o el de la isla de Tapia, ya metidos en Asturias. El de Luarca, que es un faro urbano, o el de Busto, que ilumina desde las paredes de un acantilado agreste lleno de peñascos. Suances, Santoña, Getaria, Monte Igeldo, Pasaia.

Los faros y su paisaje, entre la niebla, en el amanecer, en la noche cerrada, en días de nubes trágicas, en días de lluvia, con cielos azules que tiran hacia el negro, o adornados por el arco iris. Este es un libro bello, al que se llega después de un enorme trabajo, de mucho tiempo, con mucha técnica. Un libro para contemplar, para evocar, y también para trazar el mapa de ese esfuerzo colosal con el que el hombre quiso dominar las noches del mar y las travesías de sus buques, de esos viajes que desde los albores de la civilización anudaban en nuestra alma la fantasía y el terror, la promesa o la muerte.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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