En estas fechas navideñas que nos toca sobrevivir, siempre acuden a mi ya escasa memoria recuerdos de épocas pretéritas, más brillantes y felices. Recuerdo aquellos viajes a la playa en el seiscientos. Esto es mucho decir, porque a mi edad empieza a costarme recordar que cené ayer o donde aparqué el coche, por poner un par de ejemplos de lo más cotidiano.

Recuerdos de un coche familiar

Soy un firme defensor de la certeza de que uno puede enmarcar su vida en los recuerdos de los coches familiares, las vacaciones o incluso las gafas de sol o las zapatillas que ha tenido durante una determinada época, por no hablar de los libros que ha leído. Si alguien de mi generación no ha leído a Enid Blyton o a Saint-Exupery se ha perdido una parte determinante de la niñez.

En mi caso, lamentablemente, las zapatillas se remiten a las Yumas o los Gorila. Eso quiere decir que tengo más años de los que puedo admitir. Sin embargo, la combinación perfecta es el coche de tu padre y los viajes a la playa.

Mi padre tenía un seiscientos, como la mitad de los españoles. Si SEAT no se ha convertido en una empresa capaz de poner un cohete en la luna o fabricar el Eurofighter no será por la falta de fidelidad de sus clientes nacionales. Creo que solo los donuts han alcanzado el nivel de fidelización del seiscientos.

Lo que era una certeza era que ibas a estar siete horas en esa lata de sardinas, hacinado con otras cuatro almas, el uno de agosto, sin aire acondicionado y … ¡ con los asientos de skay !

Pues bien, en este coche nos íbamos a la playa mi padre, mi madre, mi hermano, mi abuela y yo. Ningún día, ni la noche de reyes, era capaz de alcanzar el nivel de felicidad que suponía levantarse a las cuatro de la mañana para cargar el seiscientos, incluido el equipaje en el portamaletas ( bastante teníamos con caber los cinco dentro ) y lanzarnos a la aventura de cruzar Toledo, Cuenca, Albacete y Alicante para llegar a nuestro destino. Lawrence de Arabia era un aficionado comparado con nosotros. Todo esto, en un coche sin cinturones de seguridad, ni ABS. De los airbags ya ni hablamos.

Lo peor no era la muerte, casi segura, en caso de impacto. Esto, a fin de cuentas, era un supuesto que casi nunca se materializaba. Lo que era una certeza era que ibas a estar siete horas en esa lata de sardinas, hacinado con otras cuatro almas, el uno de agosto, sin aire acondicionado y … ¡ con los asientos de skay !. La verdad, me gustaría saber si Ted Bundy trabajó para la Seat en aquellos años. Si no, no se entiende.

Eso sí, cuando llegabas a la playa, tras las paradas porque tu abuela se hacía pis, tu hermano se mareaba y tenía que vomitar, el coche se calentaba y la posibilidad de deshidratación era casi una certeza, te bajabas del coche y besabas el suelo como el Papa Wojtyla.

El gran salto adelante

La cosa no mejoró hasta que llegamos al Seat 131 Supermirafiori, pasando anteriormente por el 127, versión ochentera del seiscientos que, la verdad, lo mejoraba poco, aunque en este ya se daba un prodigio de la tecnología consistente en que se podían bajar las ventanillas de atrás, eso sí, manualmente. Semejante avance supuso al menos cierto alivio si alguno de los ocupantes del asiento de atrás decidía vaciar el molesto aire de su intestino delgado, cosa que en siete horas se daba mucho.

Esto es pasar de clase media primera especial a clase media, eso sí, traicionando el sentimiento patrio como Figo traicionó al Barça. Pero ¿qué es el orgullo nacional comparado con el aire acondicionado?. Le ponías una pegatina con la banderita atrás y listo. Tu sentimiento de deserción desaparecía en el acto.

Pero vuelvo al 131. Es cierto que se produjeron dos avances significativos. Uno, que mi abuela dejó de realizar viajes a la playa, desafortunadamente por defunción. El segundo fue más peregrino, pero para nosotros supuso un cambio muy sustancial.

El 131 equipaba una bandeja bajo la luna trasera, afortunadamente muy sólida ya que en esa época mi hermano se había dado al bocata de chorizo y la nocilla, que permitía que el susodicho se tumbase en ella antes de Villaconejos y se despertase, paradas aparte, en San Pedro del Pinatar, cuando quedaban seis o siete kilómetros para llegar a nuestro destino. Y todavía tenía los huevos de abrir los ojos y preguntar “ ¿ Cuanto queda ?”.

El mítico 127
El mítico 127

Yo, que en mi vida he sido capaz de dormir en el coche, me había pasado siete horas escuchando a Jose Luis Perales, que cuando llegaba a la playa no quería ir al puerto por no encontrarme un velero llamado libertad.  Situación perfecta para acabar como Jack Nicholson En Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco. Si tu cabeza sobrevive a esto, sobrevive a cualquier cosa.

Nos hicimos de Renault

Pero el cambio, el auténtico avance, se produjo en los noventa. Ahí, como unos putos traidores, como Judas vendió a Cristo, abandonamos la Seat y nos pasamos al Renault 21. Esto es pasar de clase media primera especial a clase media, eso sí, traicionando el sentimiento patrio como Figo traicionó al Barça. Pero ¿qué es el orgullo nacional comparado con el aire acondicionado?. Le ponías una pegatina con la banderita atrás y listo. Tu sentimiento de deserción desaparecía en el acto.

Aquí comprendimos que hay una vida mejor, con asientos transpirables y cinturones de seguridad traseros. Además, aunque ya se habían construido las autovías, mi padre continuaba levantándonos a las cuatro, con lo que cuando llegábamos a la playa no podíamos ni desayunar porque no habían abierto ni los bares, pero, ¿qué más daba?. El día uno de Agosto era el día más feliz del año y había que vivirlo en toda su intensidad. ¿Veinte horas despiertos?. Que sean veintiuna. Ya vendrá la vida a quitarte esa felicidad también. Y tanto que ha venido.

A partir de aquí, hemos muerto de éxito. La cosa de viajar a la playa con los coches actuales y las mejores carreteras de Europa, aunque nos cueste reconocerlo, ha perdido parte de su romanticismo. Muchas veces pienso que a nuestros hijos les falta la lección de vida de atravesar Ocaña, Albacete, Hellín y diez o doce pueblos más para llegar a Campoamor. Ahora llevamos climatizador, asientos de cuero y televisión en el coche, amén de los malditos móviles, ese invento del maligno.

Los coches de antes forjaban personalidad. ¿ ABS ?. ¿ Control de velocidad ?. ¿ Faros de Xenon ?.

Eso es para millenials. Así nos va.

Julio MOreno
Julio MOreno

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