Una de las historias que recuerdo haberle oído a mi padre de niño, de las muchas que nos contaba, era la supuesta historia real de un aficionado del Atlético aviación, club que más tarde se transformó en el Atlético de Madrid, que se estuvo colando años en el estadio haciéndose pasar por policía, enseñando al portero una galleta maría que llevaba oculta debajo de la solapa. La veracidad de la historia no es contrastable, pero si mi padre dice que es cierta, es cierta. La picaresca española es una parte más, yo diría que una parte importante, de nuestra idiosincrasia.  Fíjense, por ejemplo, en el pequeño Nicolás, que llegó a colarse en el besamanos del Rey Felipe VI el día de su coronación, entre otros actos públicos.

Una de Di Caprio

Supongo que este muchacho vio de niño la película atrápame si puedes, de Leonardo DiCaprio y le marcó profundamente. Si no han visto esta película, trata de la historia real de Frank Abagnale Jr., que antes de cumplir diecinueve años estafó millones de dólares haciéndose pasar por piloto, médico y abogado. Nadie cuestionó su currículum, ni la veracidad de los documentos que aportaba en sus entrevistas de trabajo. Nadie se planteó que la persona que tenía enfrente podía estar mintiendo.

Tengo una teoría, creo que acertada, según la cual puedes colarte en cualquier sitio si cumples tres premisas. Lo primero es ir vestido adecuadamente al acontecimiento en el que deseas colarte. Yo tengo un amigo que vivía en el barrio de la Estrella, frente al hotel Colón y cuando observaba que se celebraba una comunión o una boda, se ponía una chaqueta y se colaba en el cocktail. No tenía ninguna necesidad, lo hacía por la satisfacción de demostrarse a sí mismo que podía hacerlo. Nunca le sorprendieron. ¿ Quien no tiene un primo lejano al que no reconocería ni en un ascensor ?.

Usted no sabe quién soy yo

La segunda regla de oro es mantener una actitud en todo momento que denote que estás allí por derecho. No dudar en atravesar cuantas puertas sea necesario y si te paran, poner cara de asombro y de “ usted no sabe quién soy yo “, pero jamás, jamás, pronunciar esa frase. Mi familia y yo, tanto cuando iba con mis padres como actualmente, siempre hemos veraneado en Campoamor, preciosa urbanización de Orihuela costa. Hay allí una colonia de chalets que dispone de un club deportivo al que, por amistades, siempre hemos accedido por la cara. Tanto es así, que los porteros ya nos conocen y nos llaman por nuestro nombre, nos preguntan por la familia, etc.

No se cuestionan, en ningún caso, que nosotros no somos socios por derecho de este club. Pues bien, hace unos años veraneó en Campoamor uno de mis primos, mi  primo Pablo. Habitualmente, pasaba con nosotros a este club, pero una tarde se retrasó y llegó cuando nosotros ya estábamos dentro. Lógicamente el portero le pidió el carnet, a lo que Pablo, mirándole seriamente desde su 1,90 de estatura y sus cien kilos de músculo, que también influirían, le espetó “ yo soy el primo de los Moreno “. La frase surtió el mismo efecto que si le hubiera dicho “ soy el propietario de este club “ y el portero, tras pedirle disculpas, le abrió la puerta de inmediato. Faltaría más.

Una historia de Benidorm

La tercera premisa es que tú mismo debes estar seguro de que puedes hacerlo. Si dudas, si te tiemblan las piernas o la voz, la has cagado. Hace unos años, hay que decir que bastantes, allá por 1999, mi mujer y yo nos fuimos a pasar una semana a Benidorm, en aquella época dorada de matrimonio joven, sin hijos y con pocas preocupaciones.

“Sus invitaciones, por favor“. Lejos de achantarme, envalentonado posiblemente por el vinillo de la cena, le dije “  por supuesto “ y eché mano a mi bolsillo interior para buscarlas. Cuál sería mi sorpresa cuando descubrí que no las tenía

En esta situación feliz y ociosa, leí en el periódico, cuando aun tenía el privilegio de leer el periódico en papel, que esa noche se celebraba la gala de entrega de los galardones del Festival de cine de Alfáz del Pí. Es esta una localidad preciosa, interior, muy cercana sin embargo a Benidorm, por lo que decidimos que esa noche, por el mero hecho de llenar nuestras horas de ocio, nos acercaríamos siquiera a ver llegar los actores y actrices, la gente del cine en general, al lugar donde se celebraba la gala, que no era otro que la casa de la cultura de la localidad. He de decir que siempre he sentido una fascinación especial por el mundo del cine, lo cual hace que cualquier acontecimiento relacionado con el séptimo arte atraiga mi atención.

Bueno, pues a tal fin, nos dirigimos a Alfáz del Pí, a media tarde, tras maquearnos convenientemente para la ocasión, nunca se sabe. Tampoco es que llevásemos un traje de chaqueta, pero íbamos, como dice Belén Esteban, “ arreglaos pero informales “. La verdad es que el festival de cine, pese a ser en una pequeña localidad, goza de predicamento y la llegada a la gala estaba muy bien organizada, con su alfombra roja y todo, a la que los posibles galardonados e invitados llegaban en coches de época, preciosos coches de los años veinte y treinta del siglo pasado. Todo muy cinematográfico.

Por allí vimos desfilar a todos lo que en aquella época cortaban el bacalao en el cine patrio. Así, a vuelapluma, puedo recordar a Jorge Sanz, Gabino Diego, Maribel Verdú, Candela Peña, Fernando Trueba e incluso algún peso pesado como José Sacristán, aparte de una amalgama de seudoperiodistas y croqueteros profesionales.  Bueno, pues una vez terminó el desfile y todos se introdujeron en el salón de actos, concluimos que el espectáculo, para nosotros, había terminado y nos dispusimos a cenar.

Una puerta que se abre

Como no era cuestión de dudar mucho, ya que se nos había echado la hora encima, decidimos cenar allí mismo, en la casa de la cultura, que contaba con una cafetería más o menos decente. Pues allí estábamos cenando cuando, no sé cómo ni por qué, se abrió una puerta que estaba junto a nuestra mesa y salió un Bedel que, nada más vernos, nos preguntó si queríamos acceder al patio de butacas de la entrega de premios.

Supongo que le caímos bien. Por supuesto, le contestamos que sí, por lo que, tras indicarnos que le siguiéramos, nos condujo a dos asientos vacíos del salón de actos. Allí pudimos presenciar, como dos invitados más, la ceremonia.

Pero esto no es el final de la historia. Una vez finalizada la gala, la actriz que hacía de maestra de ceremonias anunció que nos íbamos a dirigir a la fiesta que se celebraba tras la entrega de galardones. Yo miré a mi mujer, que a su vez me miró a mí y le dije “ a la fiesta “. Mi mujer me dijo que no creía que eso fuera a ser posible, pues la fiesta se celebraba en otro recinto y, una cosa era ser invitados a ver la gala por un bedel y otra muy distinta terminar la noche como si fuéramos Buenafuente y Silvia Abril.

Pero yo, entonces más que ahora, aunque ahora también, siempre he sido un poco como Thelma y Louis, que cuando cojo carrerilla no paro aunque al final esté el abismo, así que me dispuse a ir a esa fiesta sí o sí.

Parada, el de Cine de barrio

La realidad, sin embargo, fue que al salir del recinto a la calle ya nos mezclamos con los autóctonos que allí se encontraban y vi que la cosa se complicaba. No obstante, yo no me doy por vencido tan fácilmente, así que busqué una piedra a la que agarrarme y la encontré en la figura de José Manuel Parada, que se hallaba  por allí. Me acerqué a él y le pregunté, como si fuéramos conocidos de toda la vida, con la mayor naturalidad de la que fui capaz, que donde se celebraba la fiesta, a la que, por supuesto, estábamos invitados.

No obstante, José Manuel me miró con esa cara de pécora que tan bien sabe utilizar y sus labios fruncidos y me dijo que no tenía ni idea. Lejos de desfallecer, enseguida advertí que Boris Izaguirre estaba a mi espalda, así que me dirigí hacia él.

Hay que decir que siempre he gozado de cierto predicamento entre la comunidad gay, no me pregunten por qué. No teniendo nada en contra de la homosexualidad, es un palo que, hasta hoy, no he tocado. Pongo en práctica la máxima de Camilo José Cela cuando, preguntado en una entrevista sobre su opinión acerca del tema, contestó  “ yo no estoy ni a favor ni en contra de la homosexualidad. Me limito a no tomar por el culo “.

El comodín de Boris

Pues a lo que iba. Boris Izaguirre, al que hay que decir que admiro y respeto como profesional y del cual, además, he leído un par de libros que considero buenas obras literarias y que además me cae bien, que coño, me miró de arriba abajo, me plantó dos besos y me dijo que la fiesta se celebraba en el polideportivo y que allí nos veíamos.

Así que allá vamos, mi mujer y yo, a una distancia prudencial detrás de Boris.

 Lógicamente, al llegar a la puerta, el encargado del control de acceso nos paró y nos dijo “sus invitaciones, por favor“. Lejos de achantarme, envalentonado posiblemente por el vinillo de la cena, le dije “  por supuesto “ y eché mano a mi bolsillo interior para buscarlas. ¡ Cual sería mi sorpresa cuando descubrí que no las tenía !.

 “ Maricarmen, mira a ver si las llevas en el bolso “. Mi mujer, como si fuese Bonnie Parker y yo Clyde Barrow mantuvo la compostura, aunque estuviera pensando “ en que lío nos va a meter el gilipollas de mi marido “ y buscó y rebuscó las inexistentes invitaciones.

 Fue entonces, ante la ya inquieta mirada del vigilante, cuando yo reaccioné y le pregunté a ella “ ¿ pero… las invitaciones no las llevaba Boris ? “. “ Si, claro, ahora que lo dices…” respondió Bonnie, perdón, Maricarmen.

“ Perdone, pero ¿sabe usted si Boris ha entrado ya? “. Bien sabía yo que Boris Izaguirre había entrado. Lo tenía bien controlado. “si, acaba de entrar “, respondió entre perplejo y un poco mosqueado el vigilante. “ Pues, si no le importa, déjeme pasar a mí y en seguida se las traigo “.

El vigilante nos miró de arriba abajo, evaluó, entiendo, la cola que se estaba montando y nos dijo “ adelante, pasen “. No me extenderé en cómo se desarrolló la noche, pero tomar mojitos con Jorge Sanz y Gabino Diego y terminar bailando con Candela Peña fue poco. En fin…

Posteriormente a esto, hemos tenido la suerte de acudir a muchas fiestas de este calibre y más, invitados por derecho o por contactos, entre las cuales recuerdo la gala de los premios Forqué, la fiesta en el Círculo de Bellas Artes en honor a Tommy Hilfiger , menudo personaje, por cierto, y hasta a la gala de los Goya, fiestas, todas ellas, estupendas y pantagruélicas, pero la sensación de aquella noche, el sentimiento de iniquidad que acompañó a la fiesta, la hace diferente de todas las demás.

A veces, una situación así, aunque ilícita, es un soplo de aire fresco que, cuando la recuerdas, te llena los pulmones y el corazón de buenas sensaciones y , casi, te hace feliz.

Por eso, si alguna enseñanza se puede extraer de todo esto es que a veces hay que saltarse las normas, hay que colarse en las fiestas y hay que subvertir las buenas costumbres. Ya tenemos tiempo más que excesivo de vivir encorsetados, de actuar según se espera.

No seré yo, no obstante, quien les incite a saltarse las normas.

O sí.

Julio Moreno
Julio Moreno

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