viernes, marzo 29, 2024

‘Ecologismo real’, o cómo cuidar del planeta sin que te tomen por imbécil

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Ecologismo real. J.M. Mulet. Editorial Destino

Abunda en la literatura ecologista un tipo de autores que clasifica al lector en dos categorías: los delincuentes o los imbéciles. Hay textos, artículos de prensa, videos de organizaciones ecologistas, que comienzan por decirte que todo lo haces mal, con mala intención o por vulgar ignorancia. Una vez macerado el lector, apaleado, maltratado y vilipendiado hasta crearle una conciencia culpable densa y turbia, es atacado con recomendaciones, y un plan de vida que le llevará de regreso al buen salvaje. Así, los remedios para nuestra vida errada son los huertos en el tejado de casa, el pan negro, el salvamento de los osos panda y los filetes de soja, como diría Bart Simpson, con un buen inhibidor de arcadas. El libro de Mulet es todo lo contrario. Tiene poca ideología, critica a los ideólogos del ecologismo militante, denuncia los buenos negocios que hay detrás de algunas campañas, y te da consejos, recomendaciones y prácticas razonables y razonadas.

Entre la negación y el apocalipsis

Ecologismo real
Ecologismo real

No se trata de desmontar los principios del ecologismo militante, sino de proponer soluciones reales a problemas objetivos. Mulet se sitúa en una zona en la que las propuestas vienen del análisis científico. A un lado están los negacionistas, con un gran poder mediático, sobre todo en Estados Unidos. Al otro lado los que predican el apocalipsis, muy presentes en los medios occidentales, donde los periodistas han comprado la mercancía del final de los tiempos con gran facilidad y espíritu acrítico. Y por último, podríamos hablar de un tercer grupo, los que creen que la ciencia y la innovación vendrán al rescate de los grandes problemas de la humanidad como un deus ex machina. La ciencia suele aparecer con soluciones, es cierto, pero no siempre llega a tiempo.

En su ecologismo, Mulet apela a la ciencia como único criterio válido, porque es el único práctico y que nos permite mirar los problemas con sentido común. De nada sirve culpar a la especie humana y proponer su extinción a cambio de salvar el planeta, como predica el ecologismo radical. Al fin y al cabo, después del sermón hay que llenar la nevera, y es ahí donde podemos adoptar comportamientos que permitan aprovechar los recursos sin comernos el planeta. Dos datos informativos son fundamentales: la huella de carbono de cada producto que compramos y la carga hídrica, el agua necesaria para obtener el algodón de una camiseta o un kilo de carne de ternera.

Que no te tomen por imbécil

Hay rasgos de comportamiento en el ecologismo de los que Mulet huye como de la peste, y el lector lo celebra. Uno de ellos es ese moralismo que pretende dictar a otros países lo que deben hacer, lo que deben comer, cómo se tienen que vestir, y lo que tienen que cultivar. Al fin y al cabo, el ecologismo es un producto de las sociedades opulentas. Cuando el pan era un bien escaso había que conseguir alimentos sin pensar en el coste ambiental.

El libro repasa el impacto ambiental de algunos alimentos, las soluciones de movilidad que menos contaminan, y las formas de mover mercancías con menos emisiones. El AVE es fabuloso, pero es un error haber eliminado los trenes de mercancías para dejarlo todo en manos de las flotas de camiones.

Hay un capítulo para la construcción y las casas, y otro para los timos del ecologismo y de la industria verde, donde Mulet denuncia los intereses creados en las organizaciones, y la complicidad de Greenpeace o de Ecologistas en Acción con algunas empresas. El libro le va a escocer a Juancho López de Uralde, que fue director general de Greenpeace España, y a los ecologistas de salón y pancarta que lanzan campañas sin ninguna base científica. Por ejemplo contra los transgénicos, de los que Mulet es firme partidario.

Mulet afirma que el tener partidos ecologistas ha sido más bien un inconveniente para el ecologismo, que el cuidado del medio ambiente y las políticas para gestionar mejor los recursos son una obligación de todos, que debe estar en el programa de todos los partidos políticos. En definitiva, más ciencia y menos ideología.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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