‘Epigramas, diatribas y reparos’ la sabiduría irónica y distante de Francisco Castaño

Epigramas, diatribas y reparos. Francisco Castaño. Editorial Hiperion

Tiene una dedicatoria grande, este que es el décimo sexto libro de Francisco Castaño (Salamanca 1951). Está dedicado a Maite «que ha hecho suya la sombra laboriosa para que hiciéramos nuestra la luz», y alude al trabajo de la editora, que consiste en que las letras del poeta cuajen en un libro de papel, con todos sus detalles a punto. El libro de Castaño es también fiel a San Juan de la Cruz, en aquella cautela que aconseja: «Jamás dejes de hacer las obras por el sinsabor que en ellas hallares, si conviene que se hagan, ni las hagas por el sabor que te dieren, si no conviene tanto como las desabridas, porque sin esto es imposible que ganes constancia y que venzas su flaqueza». Así que haz lo que tengas que hacer, te guste o no. Un manual de educación propia, es este Epigramas, diatribas y reparos. Un libro empapado de estoicismo, de distancia, de dominio del ego, al que se trata aquí con ironía y clemencia.

epigramas

Castaño deja claro desde el título, desde ese Epigramas, diatribas y reparos, que en el libro se abre un diálogo con dos vertientes: una mira a los clásicos, y otra a los contemporáneos. Una se fija en los universales del hombre, la otra parece entrelazada con la actualidad, en una conversación con nuestro tiempo. Siempre irónica, esa charla está articulada en las formas clásicas, que Castaño domina: las redondillas, los sonetos, las quintillas, los romances, el alejandrino o los serventesios.

Preside el libro una invitación al optimismo de quien se asoma a los noventa, y aspira a llegar a los cien. Los versos de Castaño tienen música, se dicen como si fueran coplas y mantienen a menudo una estructura circular. Asume la vejez y se toma lo de cumplir años con una serena actitud del que sabe que el tiempo deja heridas «también cicatriza y cura».

El poeta aspira a ser un «viejo autónomo y digno» y a mirarse desde fuera, con distancia: » y a practicar con largueza la más ardua gentileza: mantener a raya el yo.» Para gobernar esa bestia que todos llevamos dentro en forma de ego, Castaño practica de entrada la autocrítica, lo que le otorga legitimidad para abordar con tono cáustico algunos diálogos en los que reparte alguna colleja. Pero esa autocrítica tiene su reverso en otros versos en los que defiende su camino, como en «Respondo a aquel que pude ser», un rondó en el que confiesa calmar esa inquietud sobre la vida posible que no se cumplió. Ese Castaño posible «del que me libró, no la virtud, sino el funesto vicio de leer».

Sus poemas están llenos de referencias a los clásicos, en una intertextualidad rica, en la que el lector navegará con ligereza si no es muy leído, y con suspicacia detectivesca si lo es. Hay miradas a la vida, desde la distancia, como en Sub nocte en que hay ecos de aquella célebre hipálage de Virgilio: iban oscuros por la noche sola bajo las sombras. «En las noches turbulentas, a las que éramos tan dados, encendíamos palabras como quien enciende un faro, no para evitar peligros, sino para provocarlos».

Suena el francés en muchos versos, no en vano Castaño es traductor y profundo conocedor de la obra de algunos poetas franceses como Mallarmé. Viejo y libre se dice Castaño al final, y el tono de sus versos es el de un escepticismo sereno, del habitante de una Arcadia que celebra no haber decepcionado demasiado: «ya desde la adolescencia nunca fui el mejor en nada, lo que impidió que pusieran en mí grandes esperanzas».

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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