viernes, marzo 29, 2024

Rachel Muyal, la librera de Tánger

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Rachel Muyal. La mémoire d’une tangéroise. Dominic Rousseau. Editions La Croisée des chemins

El azar. Una tarde de agosto en Tánger. No el Tánger que uno recordaba. La ciudad se ha convertido en el escaparate de la modernidad de Marruecos: islas de desarrollo en el norte, en Casablanca o en los nuevos puertos en la región de Safi. El interior es otro mundo: mercados de ganado abiertos al alba, zocos medievales, y arados arrastrados por borricos. Pero Tánger desafía a las grandes capitales del mediterráneo. El boulevard Pasteur es una avenida frenética en la que resisten los cafés de otro tiempo, con terrazas repletas de hombres sentados que miran pasar ese mundo vertiginoso. Años atrás leían los periódicos de una ciudad que ha tenido siempre mucho periódico. Ahora miran internet. En el 54 del boulevard se abre La Librairie des colonnes, desde 1949.

En la entrada el gerente conversa con una señora de mirada viva, la cabeza tocada con un pañuelo. En las mesas hay traducciones al francés de novelas de Ángel Vázquez, libros de autores marroquíes, libros de fotos de Marruecos, cocina local, algunos textos en árabe. El gerente me indica que al fondo están los libros en español. No es lo que busco, así que sigo deambulando entre las mesas hasta que llama mi atención el último número de la revista Nejma, dedicado íntegro a la memoria de Ángel Vázquez, autor de aquella genialidad tan ignorada que se llama La vida perra de Juanita Narboni, la novela que editó Lara por consejo de su mujer: «sepa usted que la vamos a editar solo porque mi mujer me ha dicho que es una gran novela.» El resto de los lectores profesionales de Planeta se habían mostrado tibios.

«Esa del libro, esa soy yo»

Otro texto llama mi atención: Rachel Muyal. La mémoire d’une tangéroise‘ de Dominic Rousseau. «Esa soy yo» dice la señora de la mirada vivaz. Y en el libro están sus recuerdos de una vida en Tánger, y de treinta años al frente de la Librairie des colonnes, una institución, el centro de la vida intelectual de una ciudad insólita. Hablamos del profundo cambio de la ciudad, » nada que ver con lo que era, pero ha sido a mejor», dice Rachel, que vive justo al otro lado de la calle. Se acerca la hora de cerrar. Hacemos una fotos, le pido que firme el libro que relata su vida, anoto su correo y me despido.

Vista del Boulevard Pasteur desde La librairie des colonnes

Y abro el libro. Rachel despliega su memoria desde su infancia. Nacida en una familia de judíos sefardíes, madre y padre descendientes de españoles expulsados de España en momentos históricos diferentes, instalados en Tánger, ciudad de tolerancia. Su vida comienza en el contexto de una ciudad internacional, una criatura única del derecho, en la que conviven franceses, ingleses, americanos, italianos, españoles, árabes, en un espacio delimitado por tres fronteras. Recuerda Rachel el día que aquello comenzó a cambiar: la visita oficial en 1947 del que luego sería primer rey de Marruecos, Mohammed V y su hijo Mulay Hassan («todos nos dimos cuenta de que íbamos hacia la independencia de Marruecos a pesar de que aquella palabra no se pronunció en ningún discurso») Luego llegaron los disturbios de 1952, los muertos ametrallados por los franceses en las manifestaciones del recién nacido partido Istiqlal, y el exilio del sultán Mohammed y su hijo Hassan. Y la independencia, y el final de la ciudad internacional, y la marroquinización de Tánger y la incógnita que muchos resolvieron en los primeros años 60, huyendo a otro país, a otra ciudad.

Al frente de la Librairie des colonnes

Rachel trabajó en una compañía de comunicaciones hasta que en 1973, se hace cargo de la librería y toma el relevo de las hermanas Gerofi, que eran en Tánger una institución por su cultura cosmopolita. De nuevo el azar. Rachel pasó una mañana por la puerta de La librairie des colonnes camino de la playa, toalla al hombro, y sus amigas le pidieron que les ayudara a mover unas cajas. Se quedó treinta años. Por su casa pasó la vida cultural e intelectual de Tánger durante esas tres décadas: Paul Bowles, su esposa Jane, Amin Maallouf, Mohammed Choukri, Tajar Ben Jelloun, Juan Goytisolo, Ángel Vázquez. Son nombres de peso en la literatura. Pero luego está el oficio de librero: la capacidad de servir de transmisor de conocimiento, los libros técnicos, los textos que han ayudado al progreso de las mujeres, o los que servía a Abraham Serfaty, pedidos por carta desde su celda, encarcelado en la prisión de Kenitra.

El recuento de anécdotas es interminable. Algunas demuestran la capacidad de esta mujer de sacar adelante un negocio de equilibrio difícil, siempre precario, con el corazón puesto en las letras, pero esclavo de la rentabilidad de los números. Su casa, al otro lado de la calle, era el lugar donde se celebraban las fiestas posteriores a la presentación de los libros. Conocía la vida privada y las manías de todos los autores que vivían en Tánger. Sabía que a Mohammed Choukri había que procurarle la dosis precisa de alcohol para que brillara en una conferencia, pero ni una gota más. El padre de Rachel fue el casero de Ángel Vázquez. Era mal pagador. Cuando ganó el Planeta con Se enciende y se apaga una luz, el padre confió en ver el dinero del alquiler. Vana ilusión. Las pesetas del premio se fueron en alcohol, en una juerga que comenzó en Barcelona, tuvo paradas en Sevilla y Málaga, y terminó en Tánger, donde a Vázquez le encontraron tirado en la calle, borracho, sin un céntimo.

Rachel Muyal, en la puerta de la Librairie des colonnes

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