‘Récord de permanencia’, el aprendizaje de la lentitud de Gabriel Insausti

Récord de permanencia. Gabriel Insausti. Editorial Rialp

Récord de permanencia, de Gabriel Insausti, es un libro raro, bello y hondo. Raro porque está formado por notas y aforismos, reflexiones de apenas unas páginas o unos párrafos, o destellos de una frase. No es lo común, aunque cada vez es más frecuente. Tiene una belleza sencilla, humilde, y a la vez profunda. Parte a veces de lo aparentemente banal, de una etiqueta en un envase, de una perplejidad, por ejemplo, para llegar a lo radical. Está emparentado, en su visión, con otros libros que ya hemos comentado en Fanfan, con Humano, más humano, de Josep María Esquirol , o con el dietario de Jordi Doce escrito durante los primeros meses de la pandemia. Y suena con el mismo latido rítmico de otros escritores del género, desde Pascal a Cioran, de La Rochefoucauld a José Ramón Eder.

Sentido y fin de la existencia

récord de permanencia
Récord de permanencia

Récord de permanencia toma el título de una nota en la que se comenta lo absurdo de esas aventuras humanas que consisten en permanecer en situaciones extremas, por el simple prurito de permanecer. Empresas sin sentido que son difundidas con excitación por los medios de comunicación. Como si el único fin de la existencia fuera permanecer en ella, en su intemperie.

Insausti es poeta, ensayista, y profesor de literatura en la Universidad de Navarra. En el prólogo escribe una carta a D., Carta a un suicida. El libro es una conversación con el ausente: “acaso no sea demasiado tarde para conversar contigo, quiero creer pues pese a estar a este otro lado. Tú mismo lo dijiste: en las formas primitivas del arte funerario, y esta carta no es otra cosa, el hombre se percibe a sí mismo “como presencia que deja un vacío, como portador de un principio inmortal que se adentra en otro mundo”.

¿Y de qué habla este libro de Insausti? En lo concreto, habla de casi todo: de belleza, de arte, de la física del alma, de un monte que derrama aguas en dos mares, de regiones de uno mismo que pasan años y no envían noticias (“a menudo me he propuesto ir allá y comprobar si todo sigue en su sitio”) de fe, de filosofía, de series de ficción, de cultura, de política: “Cada dios en su casa y el Estado en la de todos”. La prosa de Insausti se despliega en ese territorio que tienen en común la poesía y la filosofía.

El sitio en la memoria

Récord de permanencia habla de las cosas, de cerca («Desde una cima no podrás ver las flores») como si cada una precisara una reflexión. “Habría que inventar una manera de dar a cada cosa lo que pide, la parte de nosotros que le toca. Habría que reconocer de un vistazo su estatura, su carácter, el sitio que está llamada a ocupar en la memoria”.  El resultado, en lo formal, es como ver las luces de la reflexión desde el interior del alma del escritor, como el que contempla un día soleado desde el interior de una catedral, iluminada a través de las vidrieras.

Hay en Insausti un ir contra corriente muy sereno, muy firme y muy civilizado, y  una defensa  de la lentitud, del susurro como revolución. Lo explica en una de las entradas, la que evoca a Morandi: “Lo más humilde puede ser también lo más noble y digno. Todo sucede siempre hic et nunc, con Morandi; para llegar muy lejos hay que entrar en lo que está cerca, hay que amarlo. Ahí puede encontrarse el atisbo de lo inconmensurable, de lo más absoluto, de lo infinito. Carece pues de sentido añorar otro lugar u otro tiempo, y más aún afanarse en ese sucedáneo de la búsqueda que es la distracción deliberada y alienante del movimiento perpetuo. La quietud confesa de Morandi, cuando todo se agita constantemente, sugiere la mayor de las rebeldías. En un mundo que grita, la discreta afirmación del susurro”.

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Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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