‘Zuleijá abre los ojos’, la transformación de una mujer deportada a Siberia

Zuleijá abre los ojos. Guzel Yájina. Editorial Acantilado. 541 páginas

El título del libro corresponde a la primera frase de esta novela: ‘Zuleijá abre los ojos. Está oscuro, como en una bodega. Al otro lado de la fina cortina, los gansos se lamentan’. Es el comienzo de una historia en la que se narra la experiencia de los kulaks, los campesinos desposeídos de sus tierras y deportados a Siberia por el régimen estalinista.

Zuleijá abre los ojos es la experiencia de los desplazados por la colectivización. La horda roja sembró un caos brutal en los años 30. Cuatro millones y medio de personas fueron represaliadas y enviadas en trenes en viajes que duraban meses a las zonas despobladas de Siberia. Allí debían aprender a vivir desde cero, sin nada más que unas pocas herramientas para cavar el suelo, cortar árboles, construir sus primeras chozas y resistir durante el invierno. Sin ropa, sin alimentos, sin luz, sin medicamentos, como robinsones.

El lector, quizá familiarizado con la historia del comunismo soviético, sentirá la sorpresa de leer, por vez primera, una historia que reúne en la ficción, todos los elementos de esa realidad atroz. El gran mérito de esta novela colosal está en haber reconstruido la mentalidad de quienes sufrieron la invasión, la desposesión, y el exilio. Esta novela es la historia de las personas sin historia que padecieron la brutalidad de un régimen que solo admitía la adhesión incondicional, sincera o fingida, a los principios dictados por el padrecito Stalin.

Una profunda transformación interior

Guzel Yájina
Zuleija abre los ojos

Zuleijá es una campesina tártara. Los tártaros tienen su propia cultura, tienen su propia lengua, del mismo grupo que la lengua turca. Tienen también creencias propias: dioses y fantasmas que habitan más allá de los lindes de la ciudad, a los que se debe rendir reconocimiento, y que conviven sin contradicciones con la fe musulmana.

Zuleijá vive en una situación de sumisión extrema: a un marido para quien es criada, a una suegra para quien es tan solo un despojo estéril, incapaz de dar descendencia. En su mentalidad domina la tradición de lo que se espera de una esposa, y tan solo encuentra un consuelo comprensivo en las oraciones a Alá, en el respeto a los pequeños dioses que habitan el bosque, y en la dulce protección que cree que emana de esos retratos colgados desde los que Stalin mira con expresión paternal.

Tres puntos de vista

La novela se teje en torno a tres puntos de vista: el de Zuleijá (punto de vista tártaro) el de Ignatov (el oficial ruso encargado de conducir a los kulaks a Siberia) y el Leiben (un doctor alemán, ginecólogo en Kazan, la capital de los tártaros). La novela es la historia de una profunda transformación interior. La de una mujer que vive en el temor permanente, marcada por la muerte temprana de sus hijas y expulsada de su pequeño mundo, cruel pero seguro y estable, a una existencia incierta en un territorio hostil. Zuleijá se entrenta en el relato a dos grandes desafíos vitales: la certeza y aceptación del amor hacia el hombre que asesina a su marido al principio de la novela, y el gran sacrificio vital que tendrá que asumir como madre al final del relato.

Es decir, que estamos ante una gran historia inserta en acontecimientos históricos que parecen ir en sentido contrario. La lectura de Zuleijá abre los ojos le recuerda a este lector Un día en la vida de Ivan Denisovich, el relato de la experiencia en los campos de concentración. Son dos novelas muy diferentes. En el texto de Solzhenitzyn asistimos a la certeza de que, incluso en las peores condiciones de esclavitud, el hombre mantiene un ámbito de libertad que constituye el núcleo de la naturaleza humana. En la novela de Yájina, Zuleijá pasa de una vida oscura al dominio pleno de su existencia.

Recuerdos de una abuela deportada

En sucesivas entrevistas, Yájina ha explicado que el origen de este libro está en los recuerdos de su abuela. ‘coincide con mi historia familiar, pues mi abuela, que se fue al destierro siendo una niña analfabeta que sólo hablaba tártaro, regresó con un ruso perfecto, una formación como profesora y zapatos de tacón’. Los deportados tenían orígenes diversos: unos venían del campo y sus conocimientos eran mínimos; otros llegaban de la ciudad. Algunos eran matemáticos insignes, pintores notables, expertos en lenguas clásicas o modernas, físicos, químicos. En la taiga, en medio del bosque, las escuelas contaban a veces con profesores eminentes. La horda roja era una maquinaria que solo distinguía entre adeptos al nuevo orden o pequeñoburgueses que debían depurar su mentalidad.

Junto a esta reconstrucción de la memoria de la abuela, Yájina ha hecho un profundo trabajo de arqueología, para que los detalles más nímios, desde la forma de un botón a los remedios herbáceos con que se curaban los primeros deportados, tengan un nivel de precisión extremo. Están por tanto, lectores, ante uno de los grandes relatos de la Rusia contemporánea. Una obra que recibió en 2015 el Premio al Gran libro de Rusia, y el Premio Yásnaia Poliana, que recuerda al gran Tolstoi. Otro de los recuerdos y evocaciones de esta gran novela es precisamente Resurrección, una de las grandes novelas de Tolstoi, en la que narra la experiencia de los deportados a Siberia, una tradición de la Rusia de los zares que Stalin practicó con la misma pasión que si hubiera sido una idea suya.

Como nota final, debemos destacar el excelente trabajo de Jorge Ferrer como traductor. Llegó a viajar hasta Kazan para conocer los lugares por donde transita esta obra que tiene muchos términos de origen tártaro. El texto de Ferrer guarda los matices de la delicada reconstrucción de la mentalidad de una mujer tan alejada del mundo de la autora. Insisto en que ese es uno de los grandes logros de esta novela. Añado otro detalle. Es de agradecer, en este caso a Acantilado, que el texto esté limpio de erratas, sin ruido de errores, cuidado al máximo.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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