Nuevamente, es martes. El martes es un día que, de por si, por su propia naturaleza, podría parecer anodino. Sin lugar a dudas, no posee la connotación negativa de los lunes, ni la positividad que impone un viernes. Es cierto que ahora, los jueves son los nuevos viernes y, sin duda, el miércoles te prepara para el jueves, por lo que los miércoles serían los nuevos viernes. De esta manera, descontando el fin de semana que es, sin duda, el culmen de la felicidad humana, el martes se queda en tierra de nadie.
Aún así, en un intento de dotar al martes de personalidad propia, hay gente que filosofa sobre este segundo día de la semana. Si atendemos a la sabiduría popular, podemos encontrar ejemplos como “ en martes, ni te cases ni te embarques “. Mi mujer es, sin duda, una convencida de esta aseveración. Baste decir que, cuando iba a dar a luz a nuestro tercer hijo, Jorge, el último de la saga, empezó un martes con las contracciones y, presa del pánico que le produce tal día, se tumbó en la cama y esperó a que se le pasaran, con tanto empeño que Jorge no nació hasta el jueves.
Es cierto que es un caso extremo, pero mi mujer nunca toma una decisión en martes, ni emprende una iniciativa, ni coge un avión ni nada que no implique pasar el día casi de incógnito. Por supuesto que, como la vida sigue, hay veces que el martes viene torcido, ratificando su impresión negativa.
En esos casos, la frase preferida de mi mujer es “ martes tenía que ser “. Sin embargo, tengo un amigo, un filósofo urbano, de esos que sueltan una frase de vez en cuando que pesa como un bloque de hormigón, que comienza los martes con una inyección de positividad. La máxima de Pedro, que así se llama mi amigo, para lograr este propósito es “ hoy es martes. Llegando mañana, pasado mañana viernes “. No me digan que no es una visión optimista del asunto.
Si voy a vestirme por la mañana y cuando voy a coger la camisa, o el reloj, suena un teléfono, un despertador, sirena, portazo o cualquier otro ruido impredecible, inmediatamente descarto esa prenda.
No digamos ya si el martes cae en trece. Hay gente que no sale de casa, directamente. De cualquier manera, el optimismo y el pesimismo vienen de serie. Habría que decir que la superstición también. Yo, por ejemplo, tengo mis propias supersticiones. Supongo que a ustedes también les pasa, pero en mi caso, es muy posible que rocen el trastorno obsesivo compulsivo.
Así, a bote pronto, puedo enumerar varias de ellas. Por ejemplo, yo, si voy a vestirme por la mañana y cuando voy a coger la camisa, o el reloj, suena un teléfono, un despertador, sirena, portazo o cualquier otro ruido impredecible, inmediatamente descarto esa prenda.
Tengo que encender y apagar dos veces. Si uso el papel higiénico, o de cocina, descarto el primer trozo. Si me levanto por la noche, voy a la cama de mis tres hijos, a ver si respiran. No puedo ver una puerta de armario abierta, hasta el punto de levantarme de la cama a cerrarlas si no me doy cuenta antes. Cuando voy en moto, si antes de cogerla tengo pensamientos negativos, cojo el coche. No soporto las tijeras abiertas y, si veo un pelirrojo, me toco un botón.
Y probablemente me olvido de otras muchas manías que acompañan mi día a día. Si esto no es un TOC, que baje Dios y lo vea. No obstante, estoy seguro de que todos, en mayor o menor medida, tenemos nuestras costumbres absurdas, nuestros ritos. Forman parte de nuestra naturaleza, absurda e irracional.
Si un tipo como Rafa Nadal, probablemente el mejor deportista español de todos los tiempos, tiene que golpearse los dos talones con la raqueta, sacarse el pantalón del culo, acomodarse la camiseta en los dos hombros, tocarse la nariz y las dos orejas, y todo esto en cada bola de cada partido de tenis que disputa, habrá que pensar que la genialidad y la superstición pueden ir ligadas, sin lugar a dudas.
Solo los necios andan tranquilos por el mundo, con la que está cayendo. Así que, por si acaso, toquen madera.
Twitter : @julioml1970

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