“ La música da alma al universo, alas a la mente, vuelos a la imaginación, consuelo a la tristeza y vida y alegría a todas las cosas “ ( Platón ). Si tenemos en cuenta que Platón nació en el año 427 a.C., podemos alcanzar a entender la dimensión que la música ha tenido, universalmente, en la historia del ser humano. Desde mi punto de vista, el mundo podría ser el mismo sin la existencia de otras artes y bellas artes. De hecho, hay disciplinas que nos acompañan desde hace relativamente poco, como es el caso del cine y, sin embargo, se han hecho un hueco más que importante en nuestra existencia. Sin embargo, la música acompaña la historia de la humanidad desde que el hombre puede denominarse así.

Música en directo

En mi caso, creo que podría vivir sin cine, que me apasiona. Podría vivir, incluso, sin televisión, la cual cada día veo menos, pero no podría vivir sin música. La música es la banda sonora de nuestra vida, nos acompaña a lo largo de nuestro desarrollo vital y no hay nada que despierte nuestros recuerdos, que avive nuestros sentidos, como la música. Siempre he sido un fanático de la música en directo. Los conciertos son a la música lo que el teatro a la interpretación. Son la verdad. El momento en que el artista demuestra por qué es artista y revela todo su potencial, toda su fuerza y toda su realidad.

Todos los que fuimos tocados por el destino y nacimos en aquella maravillosa época que tanto nos ha aportado, tenemos la suerte, o al menos la teníamos hasta hace unos meses, de poder disfrutar de aquellos grupos en salas pequeñas.

Yo, particularmente, soy un amante de la música española. Soy uno de esos afortunados que creció con la movida, que logró imbuir de su espíritu a varias generaciones. No ha habido en nuestro país un fenómeno social como la movida. Los que tuvimos la fortuna de vivirla, quedamos atrapados para siempre en la magia de los conciertos. Recuerdo conciertos pantagruélicos en el rockodromo de la casa de campo. Mecano, con Nacho Cano subiéndose, literalmente, por una torre de tres pisos de teclados, sudando como un pollo con su melena, a pecho descubierto. Aún hoy, cada vez que escucho “ por la cara “ le veo allí, con su guitarra española, sentado en una silla de enea y llenando el escenario, él solo.

Una historia de grandes momentos

Los conciertos en la antigua ciudad deportiva del real Madrid, el Palacio de los deportes, el Calderón. Momentos maravillosos que pueblan el ideario personal de mi juventud. Todo esto se ha ido aplacando con el paso del tiempo, que en mi caso va paralelo a la historia que la movida generó, pero nada ha muerto, solo se ha transformado. Ahora, todos los que fuimos tocados por el destino y nacimos en aquella maravillosa época que tanto nos ha aportado, tenemos la suerte, o al menos la teníamos hasta hace unos meses, de poder disfrutar de aquellos grupos en salas pequeñas. Conciertos más íntimos, más personales.

Las salas de conciertos han aportado un espacio donde se materializa el sueño de juventud de expandir la vida del concierto, de que no se quede solo en la música desaforada, en los grandes espacios, en las multitudes, sino que sea una experiencia global con el artista. Que el artista, el músico, pueda sentir tu emoción desde el escenario como tú sientes la suya. A lo largo de los últimos años, he tenido la fortuna de disfrutar de cerca de grupos que en los noventa solo podías mirar con un telescopio.

La Galileo

He podido ver, por ejemplo, a La Unión, varias veces en la sala Galileo, en la Marco Aldani y varias salas que ahora no podría enumerar, acudiendo luego al camerino y compartiendo ratos de risas y anécdotas con Rafa y Luis. He visto a La Guardia, Modestia Aparte, los Limones, los refrescos, Nacho Campillo, Los Secretos nuevamente en el Galileo, donde tuve la fortuna de que Alvaro Urquijo nos acompañase después  del concierto, en una larga conversación sobre el IVA cultural y otros temas que, entonces, preocupaban mucho al mundo de la cultura.

Los Hombres G en el teatro Compact de la Gran Vía de Madrid, donde, al principio nos daba corte levantarnos de los asientos y en la tercera canción ya estábamos dando saltos, y tantos y tantos grupos que ahora no podría enumerar.

Chamberí

Tengo la inmensa fortuna de vivir en Chamberí, uno de los mejores barrios de Madrid, ya no por su poder adquisitivo, sino por la vida cultural que bulle en sus calles. A tiro de piedra de mi casa, se hallan la Sala Galileo, Clamores, Revolver Club, Rko, Copérnico, y seguro que me dejo más de una. Pues bien, habitualmente, casi a diario, paso por delante de la sala Galileo.

La programación de la Galileo siempre ha sido de altísima calidad, contando entre sus habituales con artistas de gran nivel, entre los que cabe citar a Javier Krahe, Enrique Urquijo y los Problemas y el simpar Antonio Vega, todos ellos, por desgracia, desaparecidos ya.

Pues bien, hace unos cuantos años, allá por 2008, pasaba yo por delante de la sala cuando observé que el cierre estaba entreabierto. Como he tenido la suerte de contar entre el personal  con algunas personas a las que he podido llamar amigos,  se me ocurrió colarme en el local, a ver si quedaban entradas para el concierto que, esa noche, daba Antonio Vega. Entré, pues, en la sala por debajo del cierre, sin saber que iba a vivir uno de esos momentos que quedan grabados a fuego para siempre en la crónica de tu vida.

El sitio de mi recreo

Una vez hube franqueado el cierre, me encontré con Domingo, el encargado del local, que, sin decir palabra, se puso el índice en los labios para indicarme que permaneciera en silencio. Fue entonces cuando me percaté de que en la sala solo nos encontrábamos Domingo, yo, el técnico de sonido y ese chico triste y solitario llamado Antonio Vega, que se disponía a realizar la prueba de sonido.

Así que, sin darme tiempo a reaccionar, Antonio Vega inició, a la guitarra, los acordes de “ el sitio de mi recreo “. Aún hoy, doce años después, se me eriza el vello tan solo de recordarlo. Fue, sin lugar a dudas, una experiencia impagable, un regalo de la vida, que vale por diez conciertos, o por cien. Antonio cantó la canción entera para Domingo, el técnico de sonido y para mí, lo cual me hizo sentir que no merecía tal fortuna. Y aún lo siento.

No sería este el único momento mágico que me ha proporcionado mi larga relación con la sala Galileo. Las noches sabineras que habitualmente se celebran allí me han posibilitado cantar, en muchas ocasiones, acompañado por alguno de los mejores músicos de este país, como Pancho Varona, Antonio García de Diego, la extraordinaria Mara Barros o Paco Beneyto, el último Viceversa.

Mi amigo Paco

Gracias a la generosidad de mi amigo Paco, camarero del entresuelo y persona entrañable   que llevo en mi corazón y que, desgraciadamente, también nos ha dejado ya, y que se acordaba de avisarme de cada concierto, he disfrutado de la profesionalidad y la humanidad de estos monstruos. Nada, ni saltar en paracaídas, debe poder compararse al subidón de subir al escenario con ellos. Gracias, de corazón, por tanta felicidad.

Vaya mi recuerdo, desde este foro, para Germán Pérez, copropietario y Alma Mater de la sala Galileo que nos ha dejado esta semana. Extrañaré no cruzarme con él y su pajarita por las calles del barrio. Descanse en paz.

Pues desgraciadamente, las salas de conciertos que tanto nos han aportado a muchos, son una víctima más de esta desgraciada situación a la que nos ha abocado el COVID.

Ayer mismo, hablaba con Rafa Higueras,  de la Jazzville Band, promotor y artífice de los conciertos que, año tras año, homenajean a otra figura inolvidable de nuestra música contemporánea, Enrique Urquijo, en el aniversario de su fallecimiento.

La cultura no vive del aplauso. Los halagos no pagan las hipotecas, así que consumamos este preciado producto responsablemente. Yo, personalmente, pienso volver a los conciertos en cuanto nos quiten la correa del cuello y, si puede ser, el bozal.

Rafa, amigo desde hace más de treinta años y persona entrañable es, además, propietario de la Sala Jazzville bar, en la calle Jesús Aprendiz de Madrid. Al preguntarle por como iban las cosas en su mundo, en los conciertos, Rafa me contestó, literalmente “ este mundo mío, como tu dices, está muerto. Llevamos cerrados desde marzo, así que pocos conciertos vamos a poder promocionar “.

Menos hipocresía

Voy a caer en un lugar común, cosa que intento evitar, pero, que en una ciudad donde millones de personas cogen a diario el metro, no se puedan celebrar conciertos y sin embargo se permitan todo tipo de manifestaciones políticas, religiosas o de todo ámbito, no hace sino degradar nuestra calidad de vida y nuestra imagen exterior, que tanto nos ha rendido.

Se han criticado, hasta la saciedad, acontecimientos culturales, como el concierto de Raphael de diciembre en el Wizink, en el que el aforo quedó reducido al 30% y se dobló la distancia de seguridad recomendada por los protocolos sanitarios, cosa que sé de primera mano ya que mi hijo Javier participó en el staff de dicho concierto. Y, sin embargo, nos parece bien que actos políticos como los de esta semana en Cataluña y en muchos otros lugares de nuestra geografía generen aglomeraciones que escapan a cualquier tipo de control sanitario.

Decía David Summers, en una reciente entrevista “ Jamás en la vida se nos ha ayudado con nada (…) después de todo lo que han hecho subir el IVA, de ir en contra de los locales de música en directo, de piratear nuestros discos, de las descargas digitales que arruinó la industria, ahora nos llega esto “.

No olvidemos nuestra parte de responsabilidad en este asunto. La cultura no vive del aplauso. Los halagos no pagan las hipotecas, así que consumamos este preciado producto responsablemente. Yo, personalmente, pienso volver a los conciertos en cuanto nos quiten la correa del cuello y, si puede ser, el bozal. Un año sin música. Un año frio y gris. Triste.

Hoy hace un año.  Las calles frías me han visto pasar… “ ( David Summers ).

Julio Moreno
Julio Moreno

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