Vivir a manos llenas. Periodismo de juventud. José Miguel Ullán. Libros de la Ballena
Regresado de su exilio en París en 1976, José Miguel Ullán tuvo que hacer la mili, a sus treinta y tantos años. Le mandaron a Canarias. Peor habría sido el destino africano que le asignaron en tiempos de Franco, por rebelde. Se marchó a París, trabajó en la radio, colaboró con medios españoles, y se dio un baño de cultura francesa y de novela hispanoamericana, porque buena parte de los escritores del boom estaban en aquella época en la capital francesa. Lo que Libros de la ballena ha reunido en este tomo son una selección de artículos de Ullán, años 60, en el diario El Adelanto. Escritos entre Salamanca y Madrid, sin olvidar Villarino de los Aires, su pueblo natal, en la frontera con Portugal, referencia constante, de sus letras, de sus vínculos emocionales, de su forma de ser.
De José Miguel Ullán conocemos muy bien, los que hemos seguido como lectores, y practicado como aprendices el periodismo cultural, sus años ochenta y noventa. Su obra como poeta, su paso por Diario 16 donde fundó el suplemento Culturas, sus colaboraciones en El País. Y sobre todo, por la potencia que tenía la televisión, por la dirección del programa Tatuaje, donde se podía ver a El Fary o a Luis Goytisolo; o por su retransmisión del festival de Eurovisión en las ediciones de 1983 y 1984.
Entre María Zambrano y Concha Piquer
Ya era un Ullán que le daba a la cultura elevada y a la popular. Ya era un conocedor de las huellas de la canción española, de la copla, y del folclore. Podía conectar a Concha Piquer con Golpes Bajos. Era consciente de que la llamada Movida de Madrid no habría podido existir sin el rastro de cantantes como Raphael, sin el concurso resucitado de las llamadas folclóricas, entre las que se metió en un memorable programa de La clave. Fue en aquella ocasión cuando, hablando de la bata de cola, de porqué las cantantes la habían desterrado de su vestuario, una temperamental Lola Flores exlamó: «yo hasta en la tumba quiero que me la metan». Y ante la unánime carcajada añadió: «la bata de cola, por supuesto».
Este, dicen quienes le trataron, era un José Miguel Ullán distinto al de sus primeros años, y al del exilio de París. Un Ullán más jovial y libertario, desprendido ya de una seriedad grave y adusta, solemne y distante. El Ullán de estas páginas rescatadas de la prensa de los años 60 no habría soñado transmitir por televisión sus comentarios sobre aquella canción de Remedios Amaya, «Quién maneja mi barca» que consiguió cero puntos en el festival eurovisivo. Fue la apuesta más racial que presentó España. Y en Europa nos dijeron, tan paternalistas, que nos olvidáramos de aquellas raíces.
El periodista y la condesa
En estos artículos está el poeta, el escritor que tiene un mirar distinto y una prosa nueva, como muestra en su artículo Ante Gerardo Diego: «menudo, equilibrado y activo, Gerardo Diego nos recibe. Puntualidad. Asientos rojos de tapiz. Máscaras curiosas, polícromas. Libros. Muchos libros. Intimidad. Retrato de Gerardo Diego, sobre la biblioteca de la derecha, de nuestra derecha». Concisión azoriniana, impresión, ligera rapidez, y una poderosa ironía, culta y elegante. La misma que demostraría en la genial réplica que le dedicó a Rosa Chacel («Del cine español, mejor no hablar»), cuando la escritora denunció lo que consideró una manipulación de su entrevista. Ullán tituló su respuesta El periodista y la condesa. Merece una nueva lectura. Las estocadas son tan elegantes que es toda una lección de réplicas.
Vivir a manos llenas comienza con artículos sobre Madrid, la ciudad vista por un sorprendido joven de provincias. Y poco a poco se va adentrando en el mundo literario. Apunta juicios sobre la novela española. No entiende a Gil de Biedma, no le emociona el poeta catalán, al que ve frío y desapasionado. Brillante y condensada la entrevista a Buero Vallejo, que se queja de la falta de libertad, de la falta de público («todo mi teatro trata de cegueras»). Señala a Luis Martín Santos y su Tiempo de silencio como lo mejor de la novela de posguerra, elogia a Vargas Llosa en una entrevista en la que le deja hablar, y se enfrenta con florete afilado con un tal Gutiérrez que pretende haber descubierto intenciones ideológicas en sus críticas literarias.
Uno cierra este tomo de artículos y quiere más. Este lector espera que a esta obra sigan otras, porque Ullán fue un maestro del periodismo cultural, pero sobre todo su obra es una gran lección de cómo mirar la literatura, como contemplar la cultura, como ser poeta y hacer poesía. A los artículos de Ullán los acompañan de un prólogo de Juan Cruz en el que, como es habitual, Cruz habla sobre todo de Juan (Cruz) aunque tiene algún detalle emotivo, y un texto de Antonio Grande Benito, amigo y paisano de Ullán, en el que recuerda infancia, juventud, años escolares y otros recuerdos vinculados con Villarino de Aires.