‘Vladivostok’, o el lujo de leer a José Carlos Llop

Vladivostok. José Carlos Llop. Editorial Fórcola

«He ido a Vladivostok tantas veces como he escrito su nombre», y en esta frase, entre las primeras de esta reunión de «terceras» del diario ABC, José Carlos Llop enuncia el sentido de su escritura, el poder evocador de la literatura, y el propósito de rescatar estos artículos aparecidos en la prensa, pero que no tienen la fecha de caducidad del encabezado del periódico. Más bien, estas páginas rescatadas del reciclaje periodístico buscan, como dice en el prólogo, «tejer la pequeña crónica de lo que vemos esfumarse ante nuestros ojos sin apenas resistencia». Fragmentos de la civilización que hemos conocido, añade, para volver a decir que el mundo fue así y no como a veces nos lo quieren contar, desde el adanismo, desde la desmemoria, desde el desconocimiento de la historia y de la cultura. Como Llop regresa a Vladivostok cuando quiere, desde el estudio austero en el que escribe, nosotros volvemos con él a la librería La Hune de París, a la brasería Lipp, al Estambul de Pamuk, a la música de Leonard Cohen, al imperio austrohúngaro o a la decadente Palermo de Visconti.

Vladivostok

Sutil, culto, elegante, abierto a la duda, Llop escribe en Vladivostok sobre el mundo de ayer, es decir sobre nuestro mundo, pero con una perspectiva de horizontes alejados. Así, en uno de estos artículos de prosa lujosa como una seda china, evoca las lágrimas de Aníbal por los muertos de los dos lados de sus batallas. El escritor avanza y se para en la falta de sensatez y el desequilibrio de los juicios que hoy se leen sobre la Guerra Civil: «resulta paradójico, pero habrá que pensar en una relación directa entre los supervivientes de una guerra y la capacidad desapasionada de interpretación de la misma. Hoy ya quedan muy pocos de los que la protagonización y quizá éste sea el motivo por el cual aquella sensatez del 86- cuando todavía vivían bastantes de los participaron en ella y la memoria lo era d verdad- se haya transmutado este año en cierta inconsciencia lamentable, tan alejada del espíritu de Aníbal y tan cercana al extravío de Fabrizio del Dongo». Se refiere a la confusión del personaje, que se perdió en la batalla de Waterloo sin saber que estaba en aquel combate.

Vladivostok podría haber tenido cualquier otro de los nombres del oriente que aparecen en sus páginas, en las que el escritor es un cronista que pone siempre algo de su propia vida: viajes, personas que aparecen de forma fugaz, y una inteligencia que elabora sus análisis a partir de detalles, de anécdotas. Como en el retrato que hace del que fuera primer ministro italiano en Andreotti en Casa Dante. Lleno de finezza evoca las sesiones que Giulio Andreotti mantenía los domingos con un grupo de estudiosos de la obra de Dante. «Andreotti ha sido el Virgilio de Italia», dice Llop. Y le reconoce una inteligencia desmesurada, «un gran artista» de lo posible.

Por Vladivostok desfilan Sartre y Camus, censurados de su placer del tabaco en esta época de placeres proscritos por la policía de la moral; Pamuk y Estambul, Modiano y París, Visconti, González Ruano o Picasso, del que nos han robado algunos episodios que dan la medida del personaje: los nazis que visitaban su estudio, las negociaciones con el régimen de Franco para su regreso. Todas son páginas de gran literatura, las que el lector recorta del periódico, o lamenta perder cuando envía el fajo de papel al reciclaje, consciente de que entre lo caduco pierde también alguna joya lujosa, elegante, civilizada. «Piezas que merecen ser salvadas», dice Llop, y que aquí, en Vladivostok, componen un cuadro complejo, rico, del mundo que hemos ido perdiendo y que merece la pena recordar, tal como era, para evitar entre otras cosas que nos lo cuenten como nunca fue.

Alfredo Urdaci
Alfredo Urdaci
Nacido en Pamplona en 1959. Estudié Ciencias de la Información en la Universidad de Navarra. Premio fin de Carrera 1983. Estudié Filosofía en la Complutense. He trabajado en Diario 16, Radio Nacional de España y TVE. He publicado algunos libros y me gusta escribir sobre los libros que he leído, la música que he escuchado, las cosas que veo, y los restaurantes que he descubierto. Sin más pretensión que compartir la vida buena.

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