Aquí estoy, en una tarde de sábado, pensando en arreglar algo. Sí. El fin de semana es el momento ideal para el bricolaje. Esos días llenos de horas ociosas que piden a gritos ser llenadas, solo son propicios cuando te encuentras confinado, en Madrid, para cocinar o para hacer chapuzas. O para otras cosas que no voy a enumerar en este foro. Pero con la casa llena de niños, estas últimas quedan descartadas de momento. La verdad, a mi me gusta hacer chapuzas. Soy un manitas frustrado. En otra vida quizá sea fontanero o electricista o pintor de brocha gorda. De momento, solo soy un amateur, un aficionado, pero todo se andará.
En la cocina de Kafka
Me pasa igual con la cocina, aunque tengo voluntad. Hoy, por ejemplo, he hecho bacalao al pil-pil, para los de casa, y les ha gustado y todo. Masterchef, sin duda, ha hecho mucho daño a los paladares españoles, haciéndonos creer que cualquiera, con lo que tiene en la nevera puede cocinar, que se yo, un filet mignon con salsa de champiñones digno de los fogones de Paul Bocuse. Hoy, la figura del chef es equiparable a un premio nobel de química o, incluso, de literatura. Valiéndose de las más innovadoras técnicas y explorando los oscuros recovecos del alma humana para preparar un plato que no solo esté bueno, sino que explote en boca y te haga descubrir las profundas ensoñaciones de tu yo filosófico como si lo hubiera cocinado Franz Kafka en su casa de la Starometske Namesti de Praga en una pausa en la redacción de La metamorfosis.
Yo, cuando veo a Ferrán Adriá diciendo este tipo de chorradas, la verdad, me descojono. Con lo bien que se ha cocinado siempre en las casas españolas, le vas a decir a tu madre que te haga una esferificación de reducción de crema de guisantes con quinoa valiéndose del alginato. Cómete las croquetas y calla, gilipollas. Unas buenas albóndigas, eso sí que es una esferificación de toda la vida.
Mi abuelo zapatero
Volviendo al tema manitas y al tema madres, mi madre siempre ha dicho una frase que, si bien proveniente de la literatura popular, es una verdad como un templo : ‘Zapatero a tus zapatos’. Y sabe de qué habla, ya que su padre era, ciertamente, zapatero.
Yo pude comprobar la conveniencia de este sabio consejo hace ahora poco más de un año. Por aquella época, entramos en un programa de acogimiento de estudiantes americanas en Madrid. Bueno, así explicado, suena como la receta del sándwich mixto de Adriá, pero quiere decir que nos mandaban estudiantes americanas a casa mientras cursaban un curso trimestral.
Pues nada. Estábamos a punto de dar la bienvenida a la que fue nuestra primera chica americana y, a tal efecto, acomodando un dormitorio que tenemos a la entrada de casa y que siempre ha tenido una utilidad ambigua. Bueno, que sirve para que mi mujer me mande a dormir allí cuando se cabrea conmigo, o sea, a menudo.
Una tarde de martes
Como la habitación en cuestión no tenía televisor ni clavija de conexión de la antena colectiva, decidí pasar un cable de antena desde la estancia contigua, esto es, la cocina. Hasta aquí, todo correcto. A tal fin, preparé el cable, la clavija de conexión y sobre todo la taladradora que me habría de servir para traspasar la pared, un simple tabique de rasillas, vamos. No podía ser muy difícil. Tampoco iba a terminar la Sagrada Familia de Barcelona, aunque creo que si me pongo la termino antes que ellos.
Pues ahí estaba yo, una tarde de martes, porque era martes, solo en casa, que es como me gusta trabajar estas cosas y con todo preparado para acometer una labor sencilla. Hay que decir que las labores sencillas a veces devienen complicadísimas, majestuosas incluso. Si alguna vez les proponen una labor sencilla, digan que están malos o que tienen que llevar a su perro al veterinario. Si no tienen perro, cómprense uno para la ocasión. Una labor sencilla suele ser una trampa mortal.
Repentinamente, el taladro topó con un obstáculo. Algo más duro que un ladrillo, sin duda. Me extrañó, pero como no estoy versado en la resistencia de los materiales de construcción, casi asumí que era normal. En respuesta, subí las revoluciones del taladro y empujé una poco más fuerte. Nada.
Una vez evaluada la situación, monté la broca adecuada para traspasar azulejos con la parafernalia que emplea un marine para montar su fusil M27 IAR. En las manos inadecuadas, un taladro es material explosivo, radiactivo incluso. Una vez montado, busqué la ubicación ideal para el agujero, trasladándome al dormitorio y midiendo desde la pared contigua el punto perfecto para la clavija de la antena y apuntándolo en un papel. Después, con si tuviera en mis manos los planos del acorazado Potemkin, medí el punto exacto en la pared de la cocina. “ Es aquí. Qué grande eres, chaval “, pensé con la sonrisa de Clark Gable en Lo que el viento se llevó. Marqué el punto y me dispuse a perpetrar el agujero.
Al principio, todo fue bien, los dos o tres primeros segundos, quiero decir. El azulejo cedió suavemente provocando una leve y etérea polvareda rojiza. El taladro sonaba como un concierto para mandolina de Vivaldi, pero la felicidad es fugaz. Repentinamente, el taladro topó con un obstáculo. Algo más duro que un ladrillo, sin duda. Me extrañó, pero como no estoy versado en la resistencia de los materiales de construcción, casi asumí que era normal. En respuesta, subí las revoluciones del taladro y empujé una poco más fuerte. Nada.
La culpa de los materiales
“Esto va a ser que estas brocas para taladrar azulejos son una puta mierda “, pensé. Con una serenidad profesional, desmonté la broca y puse otra que me pareció más adecuada, no me pregunten por qué. Al cabo de unos instantes, ya estaba yo insistiendo nuevamente sobre el agujero. Esta vez la taladradora sonaba la Cabalgata de las Walkirias, de Wagner. Al cabo de unos treinta segundos más, yo ya apoyaba todo mi cuerpo, que es mucho cuerpo, en el taladro, sudando la gota gorda y jurando en arameo que o traspasaba la pared o la molía a martillazos. He de decir que la pared de una cocina normal, como la mía, puede medir unos 5 metros de largo por 2,50 de alto. Una superficie, evidentemente, amplia. Pues allí estaba yo, con la broca al rojo vivo cuando de repente siento que la broca, al fin, traspasa el obstáculo. La sensación de triunfo, aunque absoluta, fue fugaz.
Duró exactamente lo que un chorro de agua rojiza y demasiado caliente tardó el alcanzarme el rostro y, a presión, ducharme a mí y a toda la cocina. “ Pero que coño?…”, pensé intentando taponar la fuga con ambas manos. Hasta que no corrí para alcanzar la llave general del agua y evitar males mayores no advertí que lo que había ocurrido es que había traspasado una tubería de la caldera de la calefacción, que, por ende, estaba justo encima de donde yo me había propuesto taladrar.
Mi falta de conocimiento en el terreno de la fontanería, sin embargo, no justifica que en una puñetera pared de 5 x 2,5 mi taladro fuese a caer justo en el centro de una tubería que, por otro lado, no tendría más de tres centímetros de diámetro.
¿Qué probabilidades había de que esto ocurriera ?. Probablemente, menos de que me toque el gordo de la lotería, pero a la lotería juego todas las semanas y solo me toca pagar.
Un teléfono de urgencia
Lo siguiente fue bajar a buscar al portero, para pedirle una solución a un problema que se me antojaba que él sabría resolver, pero no. El muy capullo solo me dio el teléfono de un fontanero de urgencia, que por otra parte me sacó 125 pavos por media hora de trabajo y un trozo de tubería de PVC de diez centímetros, además de romper, lógicamente un azulejo, tras preguntarme, eso sí, si tenía azulejos de repuesto. Supongo que lo preguntó por curiosidad porque cuando le dije que si el precio incluía colocarlo, me dio el teléfono de un albañil de emergencias. Al final, lo acabé colocando yo, y así esta.
A pesar de todo, es inherente al español pensar que es capaz de hacer cualquier cosa que otro pueda hacer. Incluso escribir el Tractatus de Johann Wittgenstein en los ratos libres, pero conviene no olvidar que los profesionales están para algo, no vaya a ser que le duela el pecho a tu cuñado y le digas que son gases. Cuidado.
Zapatero, a tus zapatos.

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