Hoy día creo que es muy necesario releer a Nietzsche, para darnos cuenta de cómo describió a la perfección la degradación de la civilización occidental. La muerte de Dios decía Nietzsche, nos conduce inevitablemente a la muerte de toda civilización. Y Europa hace un tiempo que en este sentido eligió el ateísmo.
No hablamos de un Dios en sentido literal. Hablamos de la crisis moral, de valores, en última instancia de fe, que lleva afrontando Europa tantos años atrás. Hemos vendido Europa al peor postor. Se nos vendió el sutil engaño, un juego de trileros, que no es otro, que creer en una sociedad abierta, fundada e infundada por George Soros, una sociedad sin sentido, sin géneros, sin fe, sin moral, huérfana del recuerdo de lo que un día fue, de lo que tanto le costó conseguir. Un pensamiento que ha penetrado hasta las raíces más profundas del viejo continente, dejándolo a su vez, viejo y enfermo terminal.
Una sociedad cada vez menos espiritual, que depende de esa misma espiritualidad para progresar, para sobrevivir como civilización. Hemos degenerado en una sociedad de lo superfluo, del placer más básico, del entretenimiento/adoctrinamiento, que ha dormido nuestro espíritu crítico y ha despertado la mayor de las ignorancias.
El hombre inteligente condenado a la extinción, verá sus últimas horas, vagando en soledad entre este decorado desalentador que llaman progresismo. Y entre la mayor de las degradaciones, danzará arropado de una sana locura, sumergido en esta nueva cordura, hasta verse empujado al suicidio por no ser capaz de afrontar un segundo más esta realidad carente de todo sentido. Una realidad donde las bestias remplazarán al hombre, como el hombre remplazó a Dios. A cuchilladas de soberbia. Un asesinato silencioso, premeditado y más que consentido.
Me gustaría creer que podremos sacar el veneno de la picadura, pero como bien sabemos la manzana ha sido mordida, y esta civilización ha sido expulsada del paraíso por sus propios pecados, por Dios, que ha sido asesinado en incontables veces, por innumerables civilizaciones. Quizás la paradoja de todo esto, después de releer a Nietzsche, sea haberme dado cuenta, que quizás sea Dios quien mate al hombre.