Dictadores. El culto a la personalidad en el siglo XX. Frank Dikötter. Traducción de Josep Mussarra. El Acantilado Editorial.
En Dictadores. El culto a la pesonalidad en el siglo XX, Frank Dikötter se fija en ocho tiranos del pasado siglo. Podrían haber sido más. Deja fuera a algunos de los más ególatras y temibles dictadores, como Fidel Castro. También a Franco, Tito, el albanés Hoxha, y a los africanos Mobutu o Gadafi. O a algunos vivos como Teodoro Obiang, el tirano de Guinea Ecuatorial. Pero los ocho que retrata y cuya evolución analiza, bastan para trazar similitudes y paralelismos, para analizar los mecanismos por los que nace y se desarrollan los mecanismos del culto a la personalidad en los que se sostienen las ocho tiranías que cita.
Frank Dikötter es ya un viejo conocido de FANFAN y de los lectores de obras de historia, porque es el autor de la llamada «trilogía del pueblo», que abrió con La gran hambruna en la China de Mao, y siguió con La tragedia de la liberación. Es profesor de Humanidades en la Universidad de Hong Kong y de Historira Moderna de China en la Facultad de estudios orientales de la Universidad de Londres. Es probable que su conocimiento de la historia de la China contemporánea haya sido un punto de partida para esta obra en la que aborda lo que hay de común en los tiranos que recurren al culto a la personalidad. Y hay muchos elementos comunes.
El primero de ellos es la debilidad. Dikötter ve el culto como una ficción que sirve, entre otros propósitos, a enmascarar las debilidades de los dictadores. El culto crea una ficción, la de un apoyo popular sin el que el dictador sería un gobernante sin carisma. Un apoyo que se debe manifestar con la absoluta apariencia de la espontaneidad. esa ficción tiene la utilidad añadida de convertir en un aparente consentimiento lo que solo era un absoluto sometimiento al dictado del tirano, motivado por el miedo.
Producto del siglo de las masas, el culto a la personalidad se establece como concepto en el célebre informe de Nikita Jrushov al XX Congreso del Partido Comunista de la Unión soviética, cuando denuncia los delirios de grandeza que fueron el estilo de gobierno de Stalin. Esa fe ciega en la persona, esa lealtad al líder, se desarrolla a través de los medios de comunicación de masas: de la radio, la prensa y la fotografía. Hitler tenía su propio fotógrafo, Heinrich Hoffmann, al que nunca faltó papel para imprimir millones de fotos del tirano. Y Mussolini puso su conocimiento como periodista al servicio de su propio culto.
El miedo es la razón fundamental por la que millones de personas siguieron a Stalin, aclamaron a Hilter, corrieron en estampida a tocar el cadáver de Stalin o lloraron desesperados ante la muerte de Mao. Pero también la capacidad de crear una figura mágica, protectora, un liderazgo omnipresente. Es curioso cómo se repite en casi todos la absolución que el pueblo otorga a los dictadores para exculparlos de los abusos del poder: «si esto lo supiera il Duce…..»
Afirma Diklötter que «los dicatdores mentían a su pueblo, pero también se mentían a sí mismos. Unos pocos se perdían en su propio mundo, convencidos de su genio. Otros desarrollaban una desconfianza patológica frente a su entorno. Todos ellos estaban rodeados de aduladores. Oscilaban entre la soberbia y la paranoia». Y por eso tomaban decisiones en las que no consultaban con nadie, que costaban la vida de millones de personas. El delirio del dictador se convertía a menudo en un continuo juego de purgas y delaciones, para mantener vivo el terror. El resultado era una espiral en la que era imposible distinguir la lealtad de la obediencia por terror. Para Dikötter el culto a la personalidad no es una extravagancia de algunos dictadores. Los ejemplos que maneja, y los que usted, lector, tiene en mente, demuestran que es inherente a las tiranías, que anida en su más íntimo corazón.