Jardines en tiempos de guerra. Teodor Ceric. Edición de Marco Martella. Traducción de Ignacio Vidal-Folch. Ilustraciones de Mercedes Echevarría. Elba Editorial
Unos libros nos llevan a otros. No importa que estás páginas de FANFAN respondan a lo que se llama actualidad. Actual es todo aquello que queremos que lo sea. Las editoriales, en buena medida, viven de convertir en actual algo que lo fue. Sin ir más lejos, tengo delante el magnífico tomo que Circulo de Lectores dedicó a La música en Cuba, de Alejo Carpentier, que ahora otra editorial considera que debe traer al presente. Lo actual es lo que dejará de serlo, para quizá volver a repetir esa condición. Hay cosas que merecen no pasar de actualidad. Y este pequeño libro de Tedor Ceric es una de esas obras. Jardines en tiempos de guerra, son los jardines que Ceric conoció cuando su tierra, Bosnia, ardía y se desgarraba en una cruenta guerra civil. Cuando la destrucción se detuvo, Ceric regresó a Bosnia, creó su propio jardín, se perdió en él y en él murió.
Y a este Jardines en tiempos de guerra llegué a través del reciente libro de Marco Martella editado en España por la editorial Elba. En uno de los capítulos de Fleurs se narra una pesquisa para encontrar el rastro de Ceric. En esa investigación se cruza Vila Matas, que ejerce de medium para encontrar la voz del escritor perdido en una sesión de espiritismo en casa de una heredera espiritual de Madame Girardin, la creadora de las mesas parlantes.
En un breve diálogo entre Martella y Vila Matas, el primero sostiene que la desaparición de Ceric en las profundidades de su jardín se debió a que el escritor era sobre todo un poeta, convencido de que podía encontrar la verdad mejor entre las plantas que en la poesía.
Jardines en tiempos de guerra es la única obra en prosa del poeta Teodor Ceric. De Ceric se conoce también una selección de poemas que publicó en 2007 con el título Solo la poética puede matar la poesía. Sus últimos años los pasó alejado del mundo, desconectado de los ambientes literarios, recluido en su propio jardín, al que siempre consideró como un cementerio. Ceric era un estudiante de letras cuando estalló la guerra en Yugoslavia. En la primavera de 1992 los soldados serbios rodearon Sarajevo, su ciudad, y comenzaron el acoso con una lluvia de proyectiles y disparos de francotiradores. Ceric consiguió escapar.
Los tiempos de guerra fueron para el escritor un deambular por Europa, viviendo a salto de mata, de un trabajo a otro, empleado con frecuencia como jardinero en parques público o en haciendas privadas. Los jardines que describe en este tomo son todos lugares de refugio para personas heridas por la vida. Una película, The Garden, le llevará hasta el jardín que Dereck Jarman creó como un Edén. Prospect Cottage era una pequeña parcela plagada de flores, cruces, chatarra. Un jardín «hecho para resistir» en los últimos años de Jarman, enfermo de VIH. «La muerte siempre llega», escribe Ceric, «y el Edén se convierte en Getsemaní».
Un viejo cantante izquierdista, torturado en la Grecia de los coroneles, dañada su estabilidad mental, se pierde en un lugar remoto en el que construye un bosque, un jardín propio; la penumbra del Monte Caprino, en la parte de atrás de la colina del Capitolio; el jardín de Samuel Beckett en Ussy, entre campos de remolacha. Todos son la expresión de la nostalgia del Edén.
En Un ermitaño en su jardín se cuenta la historia, fascinante, del propietario que contrató a una persona para convertirla en el ermitaño, huraño y distante, un adán que haría crecer la leyenda de aquel paraje: «se llamaba Tom Page, y cuando respondió al anuncio que el propietario de Painshill hizo publicar en el Times, el 10 de abril de 1740, sólo tenía treinta y un años». En las Tullerías, empleado municipal, Ceric descubre a Vincent, un jardinero vocacional, silencioso y distante, atiborrado, según sus colegas, de antidepresivos. Solo tiene el jardín, el jardín le mantiene vivo.
Ceric encontró en los jardines un lugar sanador: «los jardines nacen del amor más desesperado que existe, el amor por una vida que ya no hemos conocido pero nos es familiar, querida como una madre, y que nunca cesa de llamarnos. Nacen de un deseo que, allí entre las plantas, se alivia, ya no quema y se convierte en una promesa». Hay pocos libros que han sido capaces, como el de Ceric, de encontrar la verdad poética que reside en los jardines.