Susana Fortes es una escritora y articulista de prensa que nos habla en esta entrevista sobre Nada que perder, una novela ambientada en Galicia que nos muestra como la desaparición de dos niños pequeños a finales de los años 70 trastoca la vida de Blanca, la única superviviente de ese hecho. Con un juego de evocación del pasado poco a poco se va desgranando los secretos de un misterioso núcleo rural, donde todos ocultan algo.
Buenas, Susana estoy encantada de poder entrevistarte para la revista Fanfan. En primer lugar quería que nos contases como es tu inmersión en el mundo de las letras y es que no eres sólo escritora, sino también periodista y además impartes cursos de escritura ¿Cómo compaginas todas esas facetas?
Al fin y al cabo todo está relacionado. Se trabaja con la misma materia prima, que son las palabras en distintos recorridos. El mayor problema a veces es el tiempo, pero eso nos pasa a todos. Y nos las apañamos.
En los cursos de escritura cada vez prevalecen más personas; sin embargo, hay escritores que nunca han acudido a un taller de este tipo ¿Qué es aquello que aporta esas clases? ¿Son realmente necesarias? ¿Tú como docente cómo las planteas?
Tienes razón. Ni Cervantes, ni Conrad, ni Patricia Highsmith aprendieron el oficio en ninguna universidad. La verdadera cantera para un futuro escritor es leer y leer. Los talleres de escritura son algo reciente. En mi opinión no son necesarios. Pero creo que sí pueden ser útiles. Hay muchas cosas que se pueden aprender: técnicas constructivas, herramientas, recursos… Lo más difícil es enseñar a mirar, el instinto narrativo. Eso tiene que llevarlo cada uno puesto de casa. Y sin eso no hay nada que hacer. Compartir con otro escritor el proceso creativo allana mucho el camino.
Por ejemplo que García Márquez te cuente como su editor jefe le devolvía los textos con una frase: “Hay que retorcerle el cuello al cisne” y le tachaba todos los adornos literarios con los que él pretendía lucirse (adverbios, adjetivos altisonantes etc..) hasta que dejaba el texto en los huesos. Esa clase de cosas son muy útiles para cualquier escritor en ciernes. Los constructores de catedrales en el románico aprendían así el oficio, transmitiendo su experiencia de unos a otros. De eso se trata.
Entrando de lleno en tu universo literario una de tus primeras obras es Querido Corto Maltés con el que fuiste reconocida con el Premio Nuevos Narradores en 1994, pero no es el único de su extensa carrera y es que también has sido finalista del Premio Primavera y del Planeta entre otros ¿Cómo es recibir reconocimiento por parte de la crítica especializada? ¿Cuál de todos esos premios ha supuesto más para ti?
El Premio Nuevos Narradores, pese a ser con mucho el menos remunerado, fue el que más significó para mí. Era la primera vez. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza la idea de ser escritora y me cambió de carril en la vida. Además hacerlo de la mano de Corto Maltés, el héroe de mi adolescencia, tuvo su punto. Eso nunca lo olvidaré.
En 2009 llega uno de sus mayores éxitos Esperando a Robert Capa con el que además de otorgarte el Premio Fernando Lara de novela, tu novela se traduce a 15 idiomas ¿Cómo fue ese momento? ¿Qué crees que tuvo esta novela de especial para llegar a tantos países?
Para ser honesta, he de reconocer que el mérito en este caso fue de Robert Capa y Gerda Taro. Es difícil encontrar otra pareja que haya tenido una vida tan literaria y cinematográfica como la suya, tan encarnada en la historia del siglo XX, tan apasionante. Tuve suerte de escribir la novela en un momento en el que sus figuras volvían a estar en primer plano de actualidad. Y con ellos viajé a París, Roma, Pekín, Moscú, Londres, Varsovia, Nueva York… Fue toda una experiencia.
Ahora con Nada que perder te adentras en tu nuevo proyecto literario, una novela de suspense desarrollado en un pequeño pueblo situado en la frontera de Galicia con Portugal en donde la desaparición de unos niños hace años consterna al pueblo ¿Cómo surge esta historia? ¿Por qué es tan importante la ambientación en esta novela?
Cuando empiezo a escribir una novela, casi nunca lo hago sobre cosas que ya sé, sino sobre cosas que me gustaría saber. No es fácil determinar a ciencia cierta dónde está el germen de una narración. Yo crecí en una casa con la puerta siempre abierta, llena de historias. Mi abuela se sentaba en las escaleras del porche y empezaba a hilar unas cosas con otras: historias de niños perdidos, de crímenes no resueltos, de cosas extrañas ocurridas hace tiempo. De pronto un día algunas imágenes me asaltaron sin explicación aparente: un Land Rover subiendo por una pista forestal, un hombre con mono de faena espiando por la ventanilla, algo de lluvia fuera, recortes guardados de revistas…
Las novelas se construyen así, con imágenes que te van llevando, no con conceptos o ideas preconcebidas. Si has estado en Galicia, un día con viento, leyendo tranquilamente en tu casa o en un hotel, y te asomas a la ventana, con el océano rugiendo y las ramas golpeando los cristales, puedes sentir de una forma muy real que ahí afuera pasa algo.
Nicolás y Hugo estaban jugando cerca de un río junto a Blanca siendo apenas unos niños, a la mañana siguiente Blanca aparece en una cesta de mimbre pero no hay ni rastro de los hermanos. Esa desaparición cambia la vida de Blanca aunque tenga un vago recuerdo ¿Por qué fue para Blanca tan importante ese momento? ¿Un hecho de tu infancia puede condicionar una vida?
Desde luego que sí. Para Blanca esa fue su línea de sombra. El momento en el que pierde a sus amigos. Su primera pérdida. Ya nada volverá a ser igual. La infancia es el territorio mítico por excelencia. Tenemos tendencia a idealizarla. Pero en la infancia también existe el terror, el peligros, los monstruos.
La novela después se centra en la actualidad, en como ella acude de nuevo a ese lugar porque creen hallar los huesos de sus amigos en unas excavaciones arqueológicas y eso desentierra recuerdos del pasado ¿Es necesario para Blanca cerrar esa etapa? ¿Por qué decide encontrar la verdad ahora y no años atrás?
Sí, ella es una superviviente. Después de lo ocurrido, sufrió un trauma que le ha dejado secuelas, pero ha conseguido seguir adelante, pasar página… Es una treintañera profesional, culta, viajada. Trabaja en Copenhague para una agencia literaria. Pero su procesión va por dentro. En el momento en el que suena el teléfono en su apartamento, esa fortaleza que se ha construido salta por los aires. Y sabe sin lugar a dudas que ha llegado el momento de reencontrarse con la niña de ocho años que sobrevivió a lo que sucedió- fuera lo que fuese- aquel verano del 79.
Con la ayuda de Lois Lobo empieza a desenterrar “fantasmas” del pasado, y es que ahora empieza a vislumbrar como era su vida, la relación con sus padres y se recrea en las personalidades de Hugo y Nicolás ¿Es ese pueblo su principal inconveniente a la hora de continuar con su vida? ¿Es quizás la culpa la que la ata a esos recuerdos?
Todos los supervivientes experimentan en algún momento ese complejo de culpa. “¿Por qué yo me he salvado y mis amigos no?” Parece que eso te convierte en sospechosa de algo. Ella es rescatada casi inconsciente y no recuerda nada de lo ocurrido. Al regresar al pueblo, tendrá que bucear en la niebla.
A medida que ahondamos en la novela se hace más presente la conexión con el pasado de Blanca, dejando atrás la propia investigación y es que apenas hay indicios o movimientos que nos guíen sobre lo que va a ocurrir ¿Por qué preferiste enfatizar en Blanca como trama principal, en vez de en la investigación en sí? ¿Qué tiene esta novela de diferente con respecto a otras el mismo género?
Aquí hay dos hilos que tejen la trama. Uno es la memoria que es un territorio de riesgo, y otro es la investigación periodística. Lois Lobo es un periodista de calle, de grabadora en mano, de los que piensan que la gente, antes o después, dice lo que tiene que decir. Ambos se complementan. Como lectora, me gustan las novelas en las que la trama no se reduce únicamente a la resolución de un acertijo, sino que va un poco más allá, porque los verdaderos enigmas son siempre los que están en el fondo de uno mismo.
Por eso es tan importante para mí la construcción de personajes. En ese sentido creo que Nada que perder se aparta un poco de los estereotipos del género y de los efectismos del thriller al uso. He apostado por otra clase de suspense más psicológico, donde lo que te mantiene en vilo es algo más intangible.
Es importante en esta novela destacar la ambientación, enfatizando sobretodo en la figura del pueblo como “familia” como “unión” y es que la gente de As Covas está muy presente en la trama, porque ellos forman parte del secreto que se intenta mantener ¿Por qué crees que es tan imprescindible la figura de los vecinos del pueblo en la novela? ¿Cómo fue hacer partícipe a un pueblo de una desaparición?
Es como en el misterio de la habitación cerrada. En principio nadie parece culpable, pero todo el mundo es sospechoso. Todo ocurre en un radio de apenas 5 kilómetros. Si lo piensas, en los universos pequeños sucede todo.
Nada que perder es un homenaje al recuerdo y al olvido, al empezar y al finalizar, es una oda a seguir hacia delante y es que son muchos los temas que aquí se tratan de manera transversal pero ¿Qué es para ti Nada que perder? ¿Qué encontrarán los lectores que se adentren en esta lectura?
El título tiene que ver con un poema de Elizabeth Bishop sobre el arte de perder. Empezamos a perder desde muy pronto, casi desde que nacemos. Perdemos cosas, perdemos personas a las que queremos, perdemos las llaves, perdemos el Norte tantas veces, perdemos amores que creíamos eternos, perdemos la inocencia… De eso va la vida. Y de eso va también esta novela. De eso y de cómo nos las apañamos para seguir adelante.
Hay otra serie de elementos transversales que recorren toda la trama y que cobran protagonismo en algún momento de la narración, como las tradiciones ancestrales y la mitología celta, el paisaje atlántico, las relaciones entre padres e hijos, los años ochenta, el comienzo del narcotráfico en Galicia, los secretos familiares, los fantasmas del pasado, la guerra … En el fondo se trata de asuntos y lugares a los que no se puede llegar siguiendo una línea recta. Hay que dar un rodeo.
Y ya para finalizar, nos encantaría que nos recomendases una novela, esa primera novela que te venga a la mente y que te evoque una sonrisa.
Una de las últimas novelas que he leído con una sonrisa cómplice es “Nosotras ya no estaremos”, de Lola Mascarell, publicada en Tusquets. Va también de una niña tenaz que a su manera lucha sola contra molinos de viento.
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