La sombra alargada e inmortal de Sherlock Holmes sigue proyectándose hoy con todo su esplendor en pleno siglo XXI. ¿Quién no conoce acaso la figura, o al menos ha oído hablar alguna vez del detective más célebre del siglo pasado quien, de haber existido antes, lo sería también de todos los tiempos? Creado por el escritor y médico británico Arthur Conan Doyle hace 124 años, para ser exactos, este singular personaje de tez alargada, tocado con cervadora o gorra de caza y una sempiterna cachimba pegada a los labios, no pasa en absoluto de moda. De hecho, siguen estrenándose series de televisión y películas inspiradas en sus enrevesados casos. Por no hablar de los más de sesenta millones de ejemplares vendidos de Las aventuras de Sherlock Holmes, convertida en una de las veinte obras más leídas en todo el mundo. Los fans no se cansan así de emular a este pintoresco sabueso. Holmes sigue levantando pasiones.
Lugares de memoria
Las aventuras de Sherlock Holmes, como decimos, una colección de 12 cuentos policíacos salidos de la pluma de Conan Doyle en 1892, ha sido la culpable de que lugares tan emblemáticos como Baker Street o el Big Ben (el reloj de Londres) sigan siendo visitados hoy por miles de turistas sedientos de los efluvios de Holmes.
Holmes protagonizará por enésima vez la tercera parte de la saga cinematográfica que lleva su nombre, cuyo trasunto en la gran pantalla será de nuevo el actor estadounidense Roberto Downey Jr. El estreno de la película está previsto para el 22 de diciembre de este año.
¿Existió de verdad?
Pero la pregunta que muchos se harán a estas alturas es, sin duda, si Sherlock Holmes existió de verdad. Podríamos sospechar que Conan Doyle se inspiró en una persona real para lanzar a la fama mundial al detective más excelso de cuantos conocemos. Y no sería arriesgado pensarlo, pues existe la certeza de que el clon de Holmes en la vida real tiene nombre y apellidos: el doctor escocés Joseph Bell House (1837-1911), profesor del propio Conan Doyle mientras estudiaba medicina en la Universidad de Edimburgo.
Bell House fue un destacado precursor de la medicina forense que brindó su portentosa capacidad de observación y deducción a los mismísimos servicios secretos británicos, es decir, a Scotland Yard. Resultaba impensable que a Bell House se le escapase el menor detalle durante una de sus minuciosas pesquisas. Era un auténtico lince del crimen. Su método detectivesco actuaba del mismo modo que la tinta simpática a los ojos humanos, haciendo visible ante la policía al criminal más escurridizo.
Calco literario
Su personalidad arrolladora de sabueso persistente y sagaz inspiró así a Conan Doyle el personaje de Sherlock Holmes. Un calco literario de Bell House, a quien el propio Conan Doyle escuchó decir durante una clase: “El estudiante debe ser amaestrado sobre cómo observar. Para interesarles en esta clase de trabajo, nosotros los profesores encontramos útil mostrar al estudiante cuánto puede descubrir un entrenado uso de la observación sobre temas ordinarios como la historia previa, la nacionalidad y la ocupación de un paciente”.
Palabras similares a las pronunciadas por el mismo Sherlock Holmes a su fiel ayudante, el doctor Watson. Por si fuera poco, Bell House empleaba con sus alumnos de la Universidad de Edimburgo la misma célebre muletilla que Sherlock Holmes con su inseparable compañero de aventuras, el doctor Watson: “Elemental…”.
Y la cosa no acabó ahí: Bell House fue consciente de que su destacado alumno Conan Doyle se había inspirado en él para crear el personaje de Sherlock Holmes. Eso le enorgullecía no sólo por verse retratado en él, sino sobre todo por sentirse inmortalizado.
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