Las cajas de Acantilado se han convertido ya en un clásico. Suponen siempre una inversión que merece la pena. Las entrevistas de The Paris Review, que fueron un superventas en diciembre pasado, fueron un éxito, creo que inesperado incluso para la propia editorial. Reunir en dos tomos conversaciones con grandes de las letras era un regalo para los amantes de la literatura o para los seguidores de un género en el que la revista ha alcanzado la excelencia. Reunir sesenta años de conversaciones con los grandes autores permitió crear dos tomos ineludibles. Lo mismo podemos decir de la obra biográfica de Stefan Zweig, un género en el que llegó a la cumbre, porque las biografías del austríaco son clásicos, por su valor histórico pero también por su capacidad de penetrar en los pliegues psicológicos de personajes que en muchos casos son de una complejidad muy difícil de abarcar.
Recuerdo todavía con emoción mi primer encuentro con Zweig. Fue en la biografía que dedica a Fouché, ese navegante de la política que es capaz de atravesar las turbulencias del final del siglo XVIII y los principios del XIX en la Francia de la revolución. Fouché el transformista, la pieza que no cambia de lugar aunque se modifique el tablero. El hombre que se convierte en imprescindible en cualquier situación. No importa quién tenga el poder. No importa que Fouché estuviera entre los poderosos del régimen anterior. Un genio del equilibrio y de la supervivencia.
Cuando un lector entra en Zweig por cualquiera de las biografías que dedicó a los personajes de la historia, ya no le abandona, porque percibe que la mirada del escritor es una mirada sabia, que busca la verdad en la complejidad psicológica, y que es capaz de aceptar que por mucho que se investigue, la luz del interior del hombre es caleidoscópica, y escapa a quienes miran dentro con esquemas y etiquetas simplificadoras.
Lectores, estos dos tomos encajados, merecen ser un regalo estrella de Navidad, o de Reyes. Acantilado publica ahora Biografías, una recopilación de las semblanzas que Stefan Zweig (Viena, 1881- Petrópolis, Brasil 1942) realizó de personajes muy diversos: Erasmo de Róterdam, Fernando de Magallanes, María Estuardo, María Antonieta, Joseph Fouché, Honoré de Balzac o Marceline Desbordes-Valmore. Pero entre las biografías también hay personajes contemporáneos, algunos de ellos amigos del escritor. Aquí están Émile Verhaeren o Romain Rolland.
A Zweig le interesa la peripecia histórica de sus personajes, dibuja con precisión el contexto en el que se mueven, pero el objetivo de la escritura es el alma, la verdad psicológica, los laberintos, el éxtasis o los tormentos. En esto es un genio. Lean por ejemplo este párrafo en el que se explica el estado anímico de María Estuardo después del crimen de su esposo Enrique de Escocia: «el que solo comete un crimen, el criminal pasional, sólo suele estar a la altura del hecho, raras veces a la de sus consecuencias. Actuando tan sólo bajo un ardiente impulso, mirando fijamente el hecho que se ha impuesto, dirige todas sus energías a esa sola y única meta, y en cuanto la alcanza, en cuanto la acción se ha cometido, su energía desaparecen, su decisión se quiebra, su inteligencia falla, precisamente en el momento en que el criminal frío, el sobrio, el calculador, emprende flexible la lucha con acusadores y jueces». María Estuardo no estaba a la altura de la situación criminal a la que le ha llevado la obediencia a Bothwell.
Narración y humanismo
Las biografías de Zweig son además un prodigio narrativo. El escritor narra en presente, de tal forma que las peripecias de la historia tienen un ritmo y una tensión cercana, novelesca. Y ese tratamiento atrapa al lector hasta llegar a la conclusión.
Zweig lee la historia de sus personajes sin perder de vista la suya propia, o al menos la circunstancia trágica en la que se mueve su presente: «lo que Erasmo, ese anciano decepcionado que nunca perdió del todo la esperanza, dejó como legado en medio de la agitación de las guerras y los conflictos europeos no fue otra cosa que el antiguo sueño renovado de todas las religiones y mitos de una futura e imparable humanización de la humanidad y el triunfo de la razón clara y justa sobre las pasiones egoístas y pasajeras». Ese es también el legado de Zweig y de su obra.
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