¡GUERRA! Así es, la diplomacia, ese cofre lleno de secretos, ha fracasado y la guerra ya está aquí. Con reflejos de gran escala, en un mundo, aunque cueste entenderlo, más libre que el de hace un siglo. Un lugar en el que se empieza a respirar cierta agorafobia existencial, lo que nos lleva a anhelar un sitio más seguro, cuando ya sabemos que, por ahora, no hay otro y que en este cabemos todos. Ojalá todo se quede ahí, pero… el punto rojo está entre nuestras cejas. Un punto más sutil que el del nazismo prebélico, el cual, y mira que dio pistas, no pudo ser frenado hasta millones de muertos después.
¿Será este otro tropiezo en la misma piedra?
Hablar de Hitler es más sencillo que hacerlo de Pablo de Tarso o de Mickey Mouse, personaje que al “Guía” alemán encandilaba. Pierdes originalidad, porque… ¿qué más se puede decir sobre él?, pero lo que pierdes, lo ganas en atención. El Führer como unidad de consumo. Nada nuevo. O el Führer como “Señor de los Porqués”. ¿Por qué, Adolf?, tal vez le preguntase su propia madre, la pobre Klara, cuya foto llevó consigo hasta el día en que se voló la cabeza, lo que demuestra que hasta los hijos de puta son, de primeras, y algunas veces por encima de todo, hijos. Y el porqué que suele rondar la cabeza de los historiadores, doctos o aficionados, en los inicios de su aprendizaje: ¿por qué en un estado tan culto, próspero y, desde algunos ángulos, tan respetuoso y consecuente con su devenir histórico, pudo surgir un Hitler? La respuesta es sencilla si uno escarba y no se queda en la superficie, porque el odio a los judíos no fue una obra exclusiva del nazismo y es una duda que hoy debemos responder con Ian Kershaw en su “Hitler, la biografía definitiva”, editorial Península: “En realidad, solo pudo haber tenido lugar en aquella sociedad alemana”. Y entonces, ¿por qué, Adolf? Es aquí cuando un negacionista sacaría sus púas y replicaría: por qué, ¿qué?
Inspirado en Haffner
Inspirado en «The Meaning of Hitler», de Sebastian Haffner, lúcido y ferviente opositor al régimen nacionalsocialista de antes de la guerra, asimismo autor de “Historia de un alemán”, donde el lector interesado puede profundizar en ese por qué sucedió un Adolf Hitler, el documental “Anotaciones sobre Hitler”, Petra Epperlein y Michael Tucker, (Movistar), cuenta con intervenciones de prestigio: los historiadores Sir Richard Evans y Saul Friedländer, el centenario profesor Yehuda Bauer, quedándose, un servidor, con las del siempre controvertido, Martin Amis, (por ejemplo, “La zona de interés”). Y no hay duda de que es un trabajo excelente que, sin embargo, acaba devorado por el ser del que habla y su maligna iconografía, inagotable fuente de inspiración cultural. Aunque no lo abandona del todo, la producción se aleja, quizá sin querer, de su tema; la influencia del dictador alemán en la actualidad, con el negacionismo y el antisemitismo instalado en ciertos lugares de la sociedad, quedándose más en la personalidad del artista austriaco frustrado, que en lo que la gente piensa hoy de él, lo que, a bote pronto, me anima a recomendar “Ha vuelto”, la satírica novela de Timur Vermes, en la que el Mismísimo aparece vivo en pleno siglo XXI, en una Berlín capital de su “Deutschland über alles”, que es gobernada por una mujer y en la que hay símbolos de paz en las calles, calles similares, por lo babilónico, a la Viena de principios de siglo XX que él recorrió intentando ganarse la vida como pintor y que tomó como punto de partida de su enfermizo odio posterior.
Durante noventa minutos, “Anotaciones sobre Hitler” expone, como núcleo de interés, ese influjo del que es complicado huir. La fascinación del personaje por encima del ser humano que el dictador se encargó de moldear y que, con tenebrosa teatralidad, nos ha dejado como legado. Fascinación que, afirma uno de los intervinientes, en concreto, Friedländer, <<se acaba en Sobibor>>, aunque hasta allí haya que ir con auténticos arqueólogos a buscar pruebas, de lo bien que las ocultaron. Porque no ha habido genocida más imitado o encarnado, -con Mao, por cierto, sucede lo contrario-, hasta con auténticos mitos al servicio de su imagen y semejanza: Chaplin, Guinness, Hopkins, Ganz, etc. Tal influencia es un detalle que, “Anotaciones sobre Hitler”, exhibe en multitud de representaciones. Incluso el videojuego Minecraft aparece por ahí, con interesantes declaraciones, mensajes y palabras de quienes lo sufrieron, lo blanquean o lo han estudiado, intentando ver en él al terrícola más malo de la historia: <<Le gustaba su perro, pero le dio una pastilla de cianuro>>, Amis, alcanzando uno la sensación de que Hitler, en verdad, no existió. Que el señor que vemos en los documentales dando voces, fue un ciudadano anónimo haciendo de Hitler, un personaje inventado. Hitler como marca registrada a la que adorar, en una sociedad, la teutona de la época, deseosa de revancha. Hitler como bufón de la historia al que, con la masificada información sobre su vida, vendida bajo demanda, se humaniza e incluso se perdona. La realidad es un río que desemboca en un mar de ficción.
Más allá de sarcasmos, el documental, notable actualización del libro de Haffner, muestra el cinismo del revisionismo y del negacionismo, junto con imágenes de los actuales movimientos islamófobos y antinmigración, con varios nombres propios: Alexander Gauland, anterior líder de la extrema derecha de la Alemania actual y su: <<Hitler y los nazis son solo una pequeña cagada en más de 1.000 años de exitosa historia alemana…>> Una pequeña cagada. O, dentro de ese negacionismo, especie de terraplanismo lleno de oportunismo y sesgos tomados en su favor, aparece, cómo no, el gran portavoz de dicha corriente, el británico David Irving, con su apuesta ante la cámara sobre lo que hoy queda del Läger de Treblinka: <<Te doy 1.000 dólares si puedes encontrar una sola página sobre la guerra que diga que Adolf Hitler ordenó el exterminio de los judíos…>>, reflejando lo ridículo de su argumento negacionista, porque el líder nazi, en tanto que cautivador jefe de una banda de asesinos, ladrones y corruptos cualquiera, junto a sus escasas dotes como gobernante o legislador al uso y su aversión por la burocracia, evitaba comprometerse por escrito. Es más, nunca se dejó ver en un campo de concentración. Para despachar la “Cuestión judía” ya tenía a acérrimos hinchas que trabajaban por y para él con gran motivación y entusiasmo, siguiendo sus ideas desde el principio. Con los Himmler, Göering, Heydrich o aquel extraordinario propagandista de Goebbels como consumidores secundarios dentro de la enorme cadena alimenticia del Partido Nacionalsocialista, poco trabajo que hacer le quedaba. Además, ya lo dice otro de los testimonios, el de Serge Klarsfeld, cazador de nazis célebre por haber denunciado, entre otros, a Klaus Barbie, “El carnicero de Lyon” y que en el documental aparece junto a su mujer, Beate, también activista: <<Negar a Hitler es como si negásemos a Napoleón, porque lo que tenemos de Napoleón es una tumba en Francia, pero como esta no se puede abrir, pues Napoleón no existió…>> Y punto.
¿Y si va a ser verdad que Hitler ni existió? O, si lo hizo, no era ni nazi. O tal vez desaparezca como figura histórica real en un futuro y, por la banalización y la normalización de sus actos, la fascinación que incluso hoy en día provoca en muchas personas, se convierta en un personaje mítico, legendario, tipo el Rey Arturo, Thor, Thanos. En un mundo en el que la vida humana vale menos que la tinta con la que se escriben las cifras de las que se apagan, todo es posible. En un mundo en el que se prohíben tantas cosas, pero nunca las guerras y las malditas consecuencias que estas nos dejan.