La era sin paz. Cómo la conectividad genera conflicto. Mark Leonard. Traducción de David Cerdá. Rialp ediciones.
La era sin paz de Mark Leonard parte de una decepción: pensábamos que interconectar el mundo llevaría a una interdependencia de las regiones que funcionaría como un ancla para la paz. Lejos de la paz duradera, los conflictos se multiplican y adoptan formas nuevas. La guerra ha mutado y ahora los arsenales son ejércitos de soldados cibernéticos y las batallas consisten en infiltraciones, campañas de desinformación, desestabilización, ofensivas de bloqueo financiero y otras formas, apoyadas siempre en la red. La red que nos iba a unir nos ha separado.
La guerra sigue ahí, con otros medios. De nuevo una promesa incumplida. Como aquella que nos aseguró el conocimiento ilimitado cuando llegó la «sociedad de la información», o un ocio multiplicado en tiempo y rico de experiencias. De nuevo el fantasma del progreso. Pero quizá el error fue pensar que un instrumento tecnológico iba a cambiar la naturaleza humana, que íbamos a abandonar el recurso al conflicto como forma de aventajar al adversario. El lector de La era sin paz tiene la sospecha de que si elimináramos de la descripción que hace Leonard de nuestro tiempo la variable «red cibernética» los conflictos serían los mismos, pero resueltos con otro tipo de armamento.
La red nos dio cercanía, y en esa vecindad se agudizan las diferencias. La Tierra es más pequeña, ya somos, como diría McLuhan, «una aldea global». Y como todo el mundo sabe, en las aldeas se repite aquello de «pueblo pequeño, infierno grande». El roce, más que provocar el afecto, multiplica las disputas. Ocurre desde el inicio de la historia. Las primera guerra púnica estalló cuando los cartagineses tomaron algunos puertos de Sicilia. Y siguieron hasta la tercera, cuando Roma se aseguró de que las naves comerciales de Cartago no pudieran llevar los higos y el aceite de África hasta el mercado del foro romano.
Leonard contempla compungido y decepcionado cómo la nueva globalización se rompe, cómo hemos vuelto a desaprovechar otra gran oportunidad. Como en 1914, cuando aquella contracción del mundo (un movimiento hacia la globalización) se resolvió en una guerra mundial, que fue el prólogo de la Segunda Guerra mundial. Luego llegó el mundo de los bloques, la llamada Guerra Fría. La gran empresa de aquel tiempo fue desarmar los arsenales nucleares. Las redes cibernéticas hicieron porosas las fronteras, hasta casi derribarlas.
La envidia y la verdad
La tesis de esta obra afirma que cuanto más se acercan los países, más se separan; cuanto más contacto tenemoss, más se agudiza el «narcisismo de las pequeñas diferencias». Decepcionado, Leonard asegura que con «nuestros avances en ciencia y tencología lo único que hemos logrado comprender es cómo nuestro mundo conectado está avivando la envidia al tiempo que proporciona a los países y a las personas armas para hacerse daño mutuamente». Leonard no se limita a repasar los nuevos arsenales, las nuevas guerras, en las que se utiliza el bloqueo del comercio, las sanciones, o a los refugiados, convertidos en carne de cañón, utilizados como amenaza de invasión. Indaga en las razones antropológicas de por qué las redes han hecho aflorar el lado más competitivo, por qué nos han fragmentado en sociedades polarizadas, cómo han alimentado una epidemia de envidia, cómo han hecho saltar por los aires todos los controles.
Más grave es la constatación de que el entorno digital ha fragmentado la realidad hasta convertir la verdad en una palabra sin prestigio: «las sociedades no solo están divididas por sostener opiniones diferentes, sino también por hechos diferentes». Hemos llegado a aquel mundo que vaticinó Nietzsche en el que no cuentan los hechos, tan solo las interpretaciones.
Mark Leonard, director del Consejo europeo de Relaciones exteriores, se detiene a fondo en la estrategia de lo que llama los «imperios conectados»: Estados Unidos, la Unión Europea y China. Y advierte del riesgo de que la confrontación nos impida resolver problemas planetarios: nuevas epidemias o la adaptación a las nuevas condiciones climáticas. Al final de su libro aporta una serie de recomendaciones, que tienen como punto central la prudente propuesta de ser primero conscientes del problema al que nos enfrenta la conectividad. Porque partimos de visiones muy distintas del mundo al que debemos llegar. Y en esto también el libro de Leonard es agudo porque señala los modos distintos de enfocar la realidad que tenemos los europeos, los norteamericanos y los chinos. Un buen libro para hacer un diagnóstico preciso de la realidad en la que estamos.