En la web de Casa de México advierten de que las visitas guiadas están agotadas. A mediodía hay diez personas que hacen la fila en la calle a la espera de turno para entrar. El Altar de Muertos deslumbra desde el exterior: la escalinata está forrada de flores de papel de colores. Los escalones adornados con calaveras de azúcar. Llega el Día de Muertos, uno de los más relevantes en la cultura popular mexicana. Tradiciones prehispánicas mezcladas con signos y elementos de la cultura hispánica y católica. Del techo cuelgan hojas de papel con figuras dibujadas a cincel. Cuando el viento las mueve, dice la tradición, es que las almas pasan entre los dibujos calados de estas láminas que tienen referencias a los muertos, a los anónimos esqueletos, o a figuras tan señaladas como Diego Rivera y Frida Kalo. En la visita nos acompaña Rubén Pizá, el anfitrión más cordial de una Casa que en unos años se ha convertido en un concentrado de México en el centro de Madrid.
El sincretismo mexicano y las flores
La primera reacción del visitante es un deslumbramiento perplejo por este manto de flores de papel que cubren las paredes. La Casa de México ha transformado su entrada y su fachada para celebrar el Día de Muertos. Flores que son guías, que marcan el camino. La flor de cempoalxochitl o cempasúchil, nos explica Rubén, se pone en el suelo porque guía el camino de los muertos con su color y con su aroma. El aroma es lo único que falta. Ese camino floral representa “la luz del sol, el calor y la vida en el camino de los muertos”.
El Día de Muertos es una tradición producto del sincretismo. Nace de la fusión de dos culturas: la mesoamericana y la tradición católica llevada a México por los españoles en el siglo XVI. Por eso tiene elementos anteriores a Colón. En el Día de Muertos se funden dos visiones del mundo de las ánimas. Dan forma a la experiencia del reencuentro de los vivos con los muertos, con sus muertos.
Papeles picados de colores
Del techo del Altar cuelgan papeles picados. Están elaborados a cincel. Cuando el aire los mueve son la imagen de las almas que disfrutan de la ofrenda. En el Día de Muertos las familias mexicanas vuelven a los cementerios. Prenden velas, comen junto a los difuntos, beben con ellos. Las velas representan el fuego y el camino iluminado. Y se dejan arder hasta que se consumen.
Es una fiesta de celebración en la que la nostalgia, la tristeza, se transforman en recuerdo, en afecto, en reconciliación. La memoria se evoca a plena luz del día, con un aire de fiesta. El mexicano prefiere para este día la luz antes que la oscuridad. La UNESCO declaró esta forma de celebración como Patrimonio Inmaterial, «como una de las más relevantes del mundo, y una de las expresiones culturales más antiguas y fuertes de los grupos indígenas del país».
Los altares que se ven en México son diversos, pero todos tienen elementos comunes. Las flores, las velas, las pequeñas calaveras de azúcar, la cruz de sal como elemento de purificación, o una escultura de un perro xoloitzcuintle, que ayuda a las almas a
cruzar el río del inframundo. Incluyen semillas para calmar el hambre del difunto en su viaje, agua, los alimentos que el difunto prefería en vida, y copal, una resina aromática capaz de guiar a las almas en su viaje.
Biombos y Castas
Pero ya que has entrado, lector, en Casa de México, no debes perderte dos exposiciones magníficas. La primera son Biombos de la Nueva España y una serie de pinturas que ilustran la complejidad de las castas, los diferentes resultados de la combinación de razas. Los biombos, muebles de influencia china, son de los siglos XVII y XVIII. Motivos profanos, o batallas de los Farnesio.
Los cuadros son como postales antropológicas, didácticas. Describen el paisaje étnico, pero también la indumentaria, los trajes típicos, los oficios, los talleres. La mezcla de españoles, indios y negros, dio vida a una nomenclatura formada por palabras como mestizo o mulato, castizo, morisco o albino, saltatrás, chino, coyote, albarazado o cambujo, entre otras, útiles para definir posibilidades pero sin consideración oficial.
La otra exposición reúne trabajos de platería de la Nueva España. Son cálices, atriles de altar, sagrarios, cálices, platos de plata repujada, y el frontal de un altar traído desde Santillana del Mar. Muchos emigrantes, agradecidos por su nueva vida, enviaron a sus localidades natales ricos objetos de plata. Estaban destinados en su mayoría al culto en las iglesias. Con ello, materializaban las promesas cumplidas o la íntima devoción al Santísimo Sacramento y a aquellas imágenes por las que sentían especial afecto.
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