Nueva York. Un año en el otro mundo. La ciudad automática. Julio Camba. Reino de Cordelia
Vuelve Julio Camba. Vuelven sus artículos de viajes, sus columnas de un humor muy serio. Camba hizo tres viajes a los Estados Unidos. El primero en 1916. Era corresponsal de ABC. De aquella primera visita es Un año en el otro mundo, publicado por vez primera en 1917. Regresó invitado por la Fundación Carnegie en 1927. La ciudad automática corresponde a esa segunda inmersión. En plena guerra mundial, Camba deja atrás Europa y sus años de corresponsal en París y Berlín, el fragor de los cañones y algunos incidentes diplomáticos en las capitales europeas. Camba está con los aliados. En Estados Unidos asiste a las elecciones presidenciales de ese año, que ganará Wilson, el presidente que metió a los Estados Unidos en la primera guerra mundial. «¡Qué hondura, qué originalidad, qué delicadeza en las páginas escritas por este hombre indiferente e irónico!», escribe Azorín al leer Un año en el otro mundo.
El diario de un escéptico
Un admirable humorista, dice Azorín, un humorista, dirá Julio Camba, al que se le debe tomar en serio. Dice Camba en una introducción a los artículos que hablan de la guerra en la primera parte de este libro que «el periodismo, aun el más ligero y el más superficial, tiene cierto derecho a entrar en la Historia, si bien no pueda nunca desempeñar en ella un papel mucho más brillante que el que desempeña en un reloj la aguja de marcar los segundos». Y el lector se pregunta cómo ha conseguido Camba entrar en la Historia, en la del periodismo y en la de la literatura, con un género como la columna, tan de consumo inmediato, colocado en los periódicos al lado de esas crónicas, noticias y reportajes que caducan a las horas de haberse publicado.
Uno se pregunta cómo es que Camba vuelve una y otra vez con una prosa fresca que no pierde atractivo. Y piensa que quizá el secreto es su escepticismo, una incredulidad distante, irónica, de un humor sutil, una prosa certera, condensada, a la que nada le sobra, de adjetivos precisos. Unos artículos redondos.
Cuando Camba viaja a Nueva York no solo deja atrás una Europa en guerra sino también su fe anarquista, sus amistades con Mateo Morral en 1906 ( “El terrible anarquista es un guapo mozo, de finos ademanes y traje correcto. En sus manos, la bomba parece un bouquet. Es cosa de inclinarse y saludar, siquiera la arrogante cabeza caiga luego en el cesto de la guillotina”)
Una vida áspera y espantosa
Todo ha envejecido, todo ha caducado, menos esa mirada curiosa. En la nota introductoria a sus artículos, Camba explica su trabajo como una forma de comparación entre países y concluye que los Estados Unidos le han producido una mala impresión: » fuera de la mecánica, apenas existe allí nada verdaderamente importante. La cocina es pésima y la literatura abominable. Las muchachas, muy hermosas por lo general, tienen el inconveniente para el europeo de carecer de psicología (…) La vida es áspera y espantosa».
Sus impresiones cambian, se decantan con el paso del tiempo. «yo creía que la mecánica se desarrollaba en América más intensamente que el gusto y el sentimiento; pero que no pretendía sustituirlos. Ahora comienzo a persuadirme de lo contrario. Y el día en que esté convencido de ello por completo, entonces América me parecerá un país de posibilidades infinitas. El país, sencillamente, de donde puede surgir nada menos que una nueva humanidad».
Camba siente en Nueva York que ha dejado atrás otros países, pero también otras épocas, que el mundo ha girado el rumbo y galopa con otra velocidad en busca de la emoción de la prisa, y de los rascacielos: «la primera sensación no es la de haber dejado atrás otros países sino otras épocas, épocas probablemente muy superiores a esta, pero en todas las cuales nuestra vida constituía una ficción porque ninguna de ellas era realmente nuestra época». Camba se siente aquí fuera del mundo y concluye con ironía «soy un hombre moderno, un hombre de mi época, aunque la verdad preferiría serlo de cualquier otra».