El término “resistencia” tiene muchas acepciones según los contextos en los que aparece, una de ellas es: La fuerza que se opone a la acción de otra fuerza.
En 2019, el ciudadano Sánchez, publicó un libro: Manual de Resistencia, una obra que escribió Irene Lozano pero que lleva el nombre y la foto de Pedro en la portada. Este libro, presentado como una mezcolanza de memorias, vivencias, historias de superación y ensayo político, trataba de transmitir la resistencia de un líder en medio de adversidades políticas, tensiones partidistas y rivalidades internas. Un texto asociado a la manera de ser, de pensar y de ascender personal del ciudadano Sánchez; una travesía en la que cada obstáculo y cada giro en el camino parecía construido para destacar su perseverancia y capacidad de liderazgo.
Esa misma “resistencia”, tan políticamente conveniente sobre el papel, es la que hoy merece una comparación crítica con la verdadera resistencia: La que España muestra, una y otra vez, en situaciones en la que esta fuerza es lo único que tenemos a mano para seguir, o para empezar de nuevo. La fuerza que se opone a la acción de otra fuerza, que bien podría ser la fuerza de la naturaleza, impredecible e incontrolable.
La diferencia entre ambas “resistencias” es abismal. En la prosa de Manual de Resistencia, este concepto es un atributo individual, casi un adorno retórico, una narrativa de resiliencia ante un entorno adverso en el que la sociedad es apenas ruido de fondo. El pueblo aparece en el libro como un escenario, un público para la épica de un líder que lucha por abrirse paso. Pero cuando la realidad, y la naturaleza, golpean, el significado de resistencia cambia por completo, y esa misma sociedad se convierte en el motor de un esfuerzo genuino, generoso y siempre colectivo.
Cuando el agua y el fango cubren carreteras, hogares y campos, y la destrucción sesga vidas y medios de sustento, la resistencia ya no es una palabra, sino una necesidad. Vecinos ayudando a vecinos, familias ofreciendo cobijo y miles de voluntarios arriesgando su seguridad para rescatar a otros. En esta resistencia, no hay campañas de imagen ni discursos grandilocuentes. Es el poderoso esfuerzo de personas extraordinarias que actúan ante lo extraordinario.
Mientras tanto, la respuesta de algunos líderes parece quedarse atrás, atrapados en la retórica y la burocracia. La falta de preparación en muchas áreas ha dejado en evidencia que el liderazgo político a menudo se queda corto cuando se trata de gestionar la realidad. Y es aquí donde la verdadera resistencia se impone: la del ciudadano que, sin grandes recursos, responde de inmediato, mostrando que la fortaleza de una sociedad no depende de sus líderes, sino del compromiso de su gente.
¿Dónde están los límites de la política? En el libro Manual de Resistencia, Sánchez y Lozano construyen una imagen de liderazgo tenaz y estoico, una “resistencia” que parece perfectamente diseñada para satisfacer el ego de un político, pero que, en última instancia, deja un vacío en cuanto a su utilidad práctica. La obra puede evocar inspiraciones y aspiraciones, pero, ¿de qué sirve esa idea de resistencia cuando la sociedad necesita mucho más? La verdadera prueba de un liderazgo no se mide en páginas, se mide en la capacidad de proteger a las personas ante la tragedia. Y ante la vida. Esto no se hace de un día para otro, esto se hace un día detrás de otro.
Desgraciadamente, la política de hoy marca un gran distanciamiento con la realidad. La sociedad española no necesita grandes lecciones de “resistencia” desde un escenario político. Lo que necesita son líderes preparados, con experiencia real, capaces de actuar eficazmente cuando el bienestar de la ciudadanía está en riesgo. Y cuando no, deben estar preparados para anticiparse, como hacen las empresas que quieren progresar y hacen progresar a la sociedad.
La resistencia no se escribe, la resistencia se vive.
La lección que debemos aprender tras esta terrible DANA en Valencia es clara: la resistencia, como la entienden las familias y comunidades afectadas, es una realidad vivida y no un eslogan político. Cuando el desastre llega, cuando el agua inunda las calles y los recursos tardan en llegar, es la ciudadanía, el pueblo, quien demuestra que la verdadera resistencia no tiene manuales ni autorías políticas. No se trata de luchas de poder ni de victorias personales, sino del esfuerzo común y la solidaridad sincera.
En un mundo ideal, la política debería inspirarse en esta clase de resistencia, en la que las necesidades de las personas están en el centro y no en la periferia. Porque, al final, el único manual de resistencia que importa no es aquel que llena estanterías, sino el que se escribe, un día detrás de otro, con las acciones de una sociedad dispuesta a apoyarse.
Hoy más que nunca, el ejemplo de resistencia está en Valencia, y no en las páginas de un libro.