Últimamente se está poniendo de moda no escuchar al otro, dar por sabido lo que te podría decir, y creer que eso no va a ser importante, que ya vale la atención a lo que te dijo en otras ocasiones, para no volver a dedicar tiempo a escucharle nunca más.
Los marketinianos se suben por las paredes con este tipo de actitud, y repiten una y otra vez que hay que saber escuchar y atender al cliente para conseguir servirle mejor y que aumente asi tu nivel de ventas, porque mejoras tú, todos los tuyos, y tu negocio, si entiendes bien a los demás con una escucha atenta.
Aunque lo digan por una razón práctica que les favorece, lo cierto es que escuchar vale mucho por si mismo. Indica respeto, un trato de tú a tú con las personas, sin considerarte superior a ellas, sin pensar que te deberían escuchar a tí, y no tú a ellos, porque lo que les dices vale más que lo que puedas escuchar jamás de esa gente despreciable, como si fueran tontos útiles que no sirven mas que para rellenar.
En realidad, marcharse sin escuchar revela miedo, casi pánico, a lo que te puedan decir, que contradiga lo que tú crees firmemente, y se tambaleen tus proyectos de futuro. Tu seguridad se vuelve enfermiza, sectaria porque sólo te crees a tí mismo, y eso te lleva a un encerramiento creciente, te aleja de lo que podrían ser soluciones mejores que las tuyas. Claro que también hay que ver a quién escuchas, de quién te fías, porque si sólo estás rodeado de tontos útiles que te jalean sí o sí, es muy probable que pierdas el sentido de la realidad y acabes pegándotela, como ha pasado tantas veces a gente como tú. ¿O no?