En memoria de la memoria. María Stepánova. Traducción de Jorge Ferrer. Acantilado.
Como si se tratara de un enigma de la física cuántica, Stepánova ha escrito un monumento a la imposibilidad de la memoria, y lo ha hecho persiguiendo hasta el muro oscuro los detalles de su familia, desplegada en un árbol genealógico de riqueza deslumbrante. Ojo, se trata de la riqueza de vidas que aspiraban al anonimato, de seres que eligieron pasar desapercibidos, vivir en la sombra, no en la oscuridad, pero si en una penumbra. En la luz, los humanos de su tiempo morían achicharrados como los insectos que buscan el deslumbrante y azulado artilugio que los va a matar.
Y sin embargo, a pesar de la titánica labor que exige el relato de los que han buscado la sombra, Stepánova ha dedicado una vida a la escritura: «siempre supe que algún día escribiría un libro sobre mi familia y en algunos momentos concebía esa tarea como la misión de mi vida. Narrar esas vidas en modo sumario, juntarlas en un mismo relato». Y pronto emerge la pregunta sobre la legitimidad de ser el narrador, «en aquel que sabe qué parte del volumen total de lo que no ha sido comunicado debe ponerse bajo la luz del foco y qué contenido, en cambio, debe permanecer en la sombra, para propios y extraños».
Y a partir de los recuerdos de una tía muerta, la tía Galia, hermana del padre de la autora, una tía que vivía «presa del ansia de la belleza», que pasaba las horas ordenando los pocos objetos que tenía, una tía que deja un cajón del armario lleno de cajas de recuerdos, de cartas, de postales, de notas y fotografías, comienzan la inmensa reconstrucción de un puzzle imposible, salpicado de zonas vacías, de lagunas, o imposibilitado por la radical confusión que suponen algunas piezas a las que es imposible dar un sentido cierto. En nuestra comunicación, llenamos muchas veces nuestras cartas o mensajes de fantasía, para ocultar esa cantidad de realidad que puede provocar dolor o zozobra en nuestro interlocutor. El libro de Stepánova está repleto de esos casos.
Pero En memoria de la memoria no es solo un libro de recuerdos, de investigación familiar. Stepánova se detiene para reflexionar sobre el peso de las cosas, sobre la función de los objetos que nos sirven para construir los recuerdos, y sobre el efecto que tienen en nuestra memoria. Son brillantes las páginas que dedica a la fotografía: «si me viera obligada a explicar lo que tengo en contra de las imágenes, diría que padecen una misma enfermedad, la amnesia eufórica: no recuerdan qué significan, de dónde salieron, quiénes son sus afines, y sin embargo nada de eso les importa. Da la impresión de que la imagen ofrece algo más al observador (la instancia receptora que ya no sé bien si llamar lector o espectador), le sirve mejor».
La memoria, como dijo Todorov, es el culto al que en la actualidad rendimos homenaje. De alguna forma también lo hace Stepánova, pero en su libro hay muchos momentos en los que se para a meditar, y se pregunta el derecho que tenemos a utilizar a los muertos, silentes, en nuestras causas de hoy, para ponerlos en el lado de la balanza que más nos interesa, para interpretar sus vidas, su pasado, en función de nuestro presente y nuestro futuro: «al contrario de lo que pasa con la naturaleza, los difuntos son extremadamente dóciles, y nos dejan hacer con ellos lo que nos venga en gana. No hay una sola interpretación contra la que eleven su protesta; no hay forma de la humillación que los haga amotinarse; su propia existencia está ubidada de antemano en una zona en la que no rige el derecho, ni hay espacio para el fair play«. Parasitar a los muertos ha sido un negocio muy ventajoso, «y los muertos siempre lo han llevado con la mansedumbre propia de los árboles». Los muertos son esos seres a los que se les ha privado del derecho a ser dueños de su propia memoria, «se han convertido en una nueva minoría, infinitamente vulnerable, humillada y despojada de sus derechos.»
De sus meditaciones sobre el recuerdo, Stepànova concluye que existen tres tipos de memoria: la memoria de lo perdido, que es melancólica e inconsolable; la memoria de lo recibido, satisfecha de lo que le echaron, y la memoria de lo que no fue, que crea fantasmas a partir de lo visto. Tres tipos de memoria que tienen en común el mismo objeto.
Más allá de la reconstrucción de su árbol familiar, esa «sucesión de sueños irrealizados», En memoria de la memoria es una sucesión de ensayos que dialogan con Proust, con Sontag, con Nabokov, con Barthes o con Salomon. Es también un libro sobre la historia rusa del siglo XX, ese país en el que «el ciclo de la violencia se ha prolongado sin desmayo creando su propia crujía de traumas por la que la sociedad se mueve de desgracia en desgracia, de la guerra a la revolución, al hambre, a la represión masiva, a una nueva guerra y a nuevas represiones, se convirtió en el territorio de una memoria dislacoada antes que otros lugares».