El otoño en Budapest es duro, es frío, es triste. Pero es a la vez íntimo, romántico y lleno de música y color. Budapest conserva el esplendor del Imperio, recuerda las heridas del nazismo, ha borrado el rigor de la tiranía comunista, y ha abrazado la modernidad con entusiasmo. Budapest son dos ciudades, y es una sola ciudad, con dos almas: una oriental, la otra occidental.
Budapest no puede escapar de su historia, pero ha aprendido a vivir con ella. Han hecho de apartamentos en ruinas, bares pintorescos; han conservado la pastelería más fina del Imperio Austro-Húngaro y hacen honor a su variedad de culturas con su particular gastronomía. A las 7 de la tarde las calles están casi vacías, porque los húngaros se reúnen para comer, para beber y parar hablar. A cualquier hora. Durante el otoño en Budapest, esa costumbre adelante su horario.
En una ciudad llena de vida, estas son las 5 cosas que deberías hacer si vives el otoño en Budapest, para olvidarte del frío y disfrutar de la ciudad en todo su esplendor.
Visitar Szimpla Kert de día y de noche.
Szimpla Kert es un Ruin Bar, un antiguo edificio en ruinas que se ha convertido en pub. Entrar es como atravesar la puerta de Alicia en el país de las Maravillas. Uno no se sorprendería de ver un gato tomando café o un conejo que habla en alguna de sus habitaciones. Todas las noches puedes disfrutar de él, probar la cerveza húngara y admirar su característica decoración.
Pero si eres más diurno, su mercado de productores los domingos por la mañana te encantará. Puestos de quesos, mermeladas, frutas y verduras, panes. La luz entra por el techo de cristal y juega con las sombras de un conjunto de plantas que recuerdan a la jungla, en una decoración sorprendente. Lo mejor, que los húngaros poco dados a las sonrisas, sonríen en las mañanas del Szimpla Kert. Son solícitos y amables. Ofrecen bolsas al comprador si lo ven muy cargado, y muestran su consideración con los visitantes que no hablan húngaro: una abuela productora de mermeladas se toma la molestia de colocar encima de cada tarro, el fruto que contiene para que los turistas sepan qué están comprando.
Los puestos ofrecen una amplia variedad de productos y permiten pedir un café donde anoche se servían cervezas, o almorzar en una mesa al tibio sol para observar la actividad incesante de los aquincenses.
Y como alternativa, por 15 euros se puede tomar en el piso de arriba, un desayuno/brunch que seguramente es el mejor remedio para aquellos que visitaron Szimpla Kert ayer por la noche. Conviene ir con el estómago vacío para poder probar sus deliciosas creaciones.
Comer en Gettó Gulyás
Para probar la gastronomía típica húngara hay que visitar Gettó Gulyás. Situado al lado de la sinagoga, en pleno barrio judío, es un restaurante luminoso, decorado con antigüedades que respeta el valor la tradición culinaria húngara.
Su carta es corta, pero incluye platos típicos como el goulash (4€), el paprikash de pollo (7€) o el pörkölt, acompañados de sus spaetzle (pasta con queso fresco húngaro).
Para gustos más atrevidos, aconsejamos el más innovador el paprikash de ternera que te servirán con noodles con turó envueltos en bacón.
Te recibirá un maître de dos por dos que parece sacado de una sala de interrogatorios de la Lubianka moscotiva, y que te pondrá mala cara si acudes sin reserva. Conviene no dejarse amedrentar y preguntarle si te permite esperar. Merece la pena. Mientras tanto, pide una de sus limonadas caseras con frutos rojos, la mejor de Budapest. Una última advertencia: en Gettó Gulyás todas las raciones son de tamaño húngaro, parecen diseñadas para saciar a su maître, lo que significa que los vasos de limonada se sirven de litro en litro.
Probar los pasteles chimenea
Son el reclamo favorito de los turistas. Pero conviene no caer en la tentación de probarlos en los puestos callejeros: para disfrutar del mejor Kürt´óskalács de Budapest, conviene darse un paseo por el Danubio hasta Molnár’s kürtőskalács.
Originarios de Transilvania, son el dulce húngaro más antiguo. A través la ventana que da a la calle se ve cómo la masa es troceada en una cinta fina y para enrollarla luego alrededor de un cilindro de madera que se introduce en un horno de ladrillo. El resultado es una corteza dulce y crujiente con una masa suave y esponjosa.
Si vas acompañado, es recomendable pedir el de vainilla (receta original) y un segundo con otro sabor. Degustarlos allí mismo tiene el plus de que lestán recién hechos y bien caliente. Para llevar quedan los que se han horneado hace horas, y que lógicamente, no están tan crujientes.
Y si no resistes la tentación de probar los de los puestos callejeros, que sea antes de ir a Molnar o no olvidarás la decepción.
Visitar el New York Café
La cafetería del New York Palace es el lugar más chic del país en el que tomar un café. Tiene una decoración más propia de un palacio real que de una cafetería y es uno de los lugares con más historia de toda la ciudad.
Construido dentro del edificio de la compañía New York Life Insurance, se convirtió en punto de encuentro de poetas, escritores e intelectuales durante el siglo XIX. Muchos de ellos pasaban el día allí: el papel y tinta eran gratuitos y podían disfrutar de un “menú del escritor” con descuento. Se cuenta que el escritor Ferenc Molnar tiró las llaves del café al río para que permaneciese abierto día y noche. Tras dos guerras mundiales y 45 años de comunismo, el café quedó en ruinas. Se renovó en 2001 con su estilo original.
El precio de un café está entre los 5/7,5€ pero merece la pena para admirar su majestuosidad, su estilo renacentista, los frescos que lo decoran y sus camareros repeinados y abotonados que nos trasladan a otra época.
Disfrutar de la mejor pastelería de Budapest
Ruszwurm es la pastelería más antigua de la ciudad. Fue fundada en el siglo XIX por una de las familias reposteras más famosas de Hungría. Sus pasteles se hicieron famosos en el imperio Austrohúngaro y eran reclamados desde Viena y el palacio real de Budapest. Duques y archiduques se acercaban a comprar sus dulces. Sus cuberterías, cristalerías y vajillas eran alquiladas a las familias que encargaban pasteles para sus celebraciones.
Durante el régimen comunista, la pastelería permaneció dos años cerrada y sirvió de punto de encuentro para los opositores al régimen. El país vivió el invierno comunista. La trastienda de la pastelería era el otoño en Budapest.
Es la excusa perfecta para hacer una pausa durante un paseo por el laberinto del Castillo de Buda. Pedir su pastel de crema Ruszwurm, un trozo de Dobostorta, (de chocolate con crujiente de caramelo) o la tarta de frambuesa, que ha ganado el premio de repostería de este año, es lo adecuado. Y acompañarlo de un chocolate caliente. No decepcionará ni a los más exigentes.
Budapest en octubre, el otoño en Budapest es un regreso a la época de los Austrias. Es una perfecta mezcla de majestuosidad, historia y modernidad. Es visitar una ciudad cuyo romanticismo, música y color hacen que olvides del frío y duro otoño.