Hay mucha gente que le dice a Mortimer que no tiene tiempo. A veces puede ser para darse pote de persona importante superocupada, con una agenda infinita. Pero en la mayor parte de los casos es porque efectivamente vamos con la lengua fuera por todo lo que ‘tenemos’ que hacer, si queremos ser ‘importantes’.
Es lo que se llama ‘la cultura del éxito’, que nos han metido en la cabeza a machamartillo. Y de repente aparece cada vez más ‘la cultura del descarte’, la reflexión sobre a qué es a lo que vale la pena dedicarle mi tiempo, porque mi tiempo es mío, y debo tener mucho cuidado de no dilapidarlo.
Horarios de trabajo más restringidos, aceptar empleos en los que se cobra menos, pero son más agradables o satisfactorios, se aburre uno menos trabajando allí, que con un jefe intolerante que te paga para que te calles y hagas lo que él te diga. Puedes ddedicar más tiempo a la familia, trabajar desde casa, gastar menos en ir y volver, ser más ‘ecológico’ o poder sonreir a quien quieras y no a quien te obliguen.
La percepción de que el tiempo es breve ‘tempus breve est’ no sólo es de los antiguos, que se morían enseguida por sus enfermedades o por el ataque de los vecinos. También ahora, cuando la ciencia y las costumbres nos permiten vivir mucho más, deseamos utilizar mejor ese tiempo supletorio en las cosas que más nos atraen, que no siempre son las que le atraen al jefe. O al amiguete que quiere colocarnos un bloque inesperadamente.