Un Ripley lento es el mejor Ripley

Crítica de la serie de Steven Zaillian, en Netflix

Ripley es una serie a fuego lento, densa, de estética preciosista en blanco y negro, con una amplitud de matices de gris extraordinaria, de ritmo pausado, que permite disfrutar de cada encuadre, porque cada plano es una lección de fotografía. Este Ripley, además, es la mejor versión de Ripley en el cine. Olvídense de las anteriores. La serie que nos presenta Netflix es un trabajo extraordinario, cuidadoso y de una retórica cinematográfica obsesiva que reitera recursos como la fobia de Ripley al agua, las escaleras como elemento dramático, los ceniceros de cristal, y la presencia constante de Caravaggio, su luz, su pulsión criminal.

Este Ripley lo firma Steven Zaillian, el creador de la serie The Night Of y guionista en La lista de Schindler o Gangs of New York. Su versión de la novela de Patricia Highsmith ‘El talento de Mr. Ripley’ hace sombra a las versiones anteriores del personaje, encarnadas por Matt Damon, Alain Delon y John Malkovitch. Zaillian se detiene en los detalles. La suya es una versión que despliega toda la potencia literaruia. El ritmo de la serie, lento, no es obstáculo para que alcance momentos de máxima tensión en los que cuesta seguir mirando a la pantalla. Estoy pensando en las escenas de crimen, en los esfuerzos titánicos que Ripley desarrolla para deshacerse de los cadáveres sin dejar huella, o en el azar que le permite escpara siempre a la vigilancia de la policía. Ripley es un personaje tocado por un ángel de la guarda de alas negras.

Zaillian recrea ambientes con maestría. Esta cualidad ya la demostró en The Night of. Y en esas atmósferas se demora en la observación psicológica de un Ripley que intenta ganarse la vida en Nueva York con pequeñas estafas. La forma en esta serie está quizá por encima del fondo, a pesar de que el fondo es de una riqueza de matices sobresaliente. A Zaillian le acompaña como director de fotografñia Oscar Robert Elswit, ganador de un OScar por ‘There will be blood’.

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En esa vida morosa que lleva en Nueva York, a Ripley le busca un constructor de barcos, para encargarle que convenza a su hijo de que vuelva a casa. Richard Greenleaf lleva un tiempo viviendo en Italia una vida ociosa, dedicado a pintar, a pesar de carecer de todo asomo de talento. Ripley asume el encargo. El padre pronto tendrá a dos personas que mantener en Italia: su hijo y Tom Ripley. A partir de aquí se desarrolla una trama de engaños, suplantaciones, palabras de doble sentido, y la relación de Richard y Tom se desarrollará en las zonas de ambiguedad personal, social, sexual.

Zaillian ha contado con la ventaja de tener a su disposición ocho capítulos para extenderse en la capacidad de Ripley de jugar a varias bandas y demostrar ese talento para el engaño eficaz que lo convierte en un ser atractivo, a pesar de que el espectador se repite continuamnete que ¡ojo!, estamos ante un psicópata cínico y frío, que pretende vivir la vida de otro, por el mero juego de saltar a otra existencia. El relato cinematográfico es denso en metáforas visuales: el agua, las escaleras, los cuadros de Caravaggio.

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Pero el relato descansa, sobre todo, en la gran capacidad de Andrew Scott para encarnar este presonaje protéico, capaz de mudar el rostro y la identidad con gestos sutiles, a veces sin apenas palabras, o de sostener un imprevisto o la alarma de un descuido con una frialdad gélida. A pesar de ser un personaje de moralidad reprobable, un criminal sin piedad, nos convence para celebrar con él los grandes y pequeños éxitos: la eficacia con la que se deshace de un cadáver, o la falsificación perfecta de un pasaporte.

El tiempo, por tanto, se ajusta como un guante a la forma de narrar de Zaillian. La larga noche en la que tendrá que sacar un muerto de su casa en Roma, se convierte para el espectador en una media hora de tensiòn constante, de atención a cualquier detalle del azar que rompa los planes de Ripley. Verla exige tiempo y paciencia. El director nos premia con una fotografía excelente, y una excursión por los mejores lugares de Palermo, Nápoles o Roma. Sabe que aguantaremos hasta el final, no solo por Ripley, sino por la celebración plástica de Italia.

Marcelo Brito
Marcelo Brito
Nací en 1960 en Matanzas, Cuba. Hijo de gallegos. Crecí entre pocos libros, pero con una curiosidad insaciable. Estudié cine en La Habana y salí de Cuba en cuanto pude porque el mundo era limitado, estrecho, pobre, áspero y poco higiénico, para el cuerpo y para la mente. He colaborado en múltiples publicaciones. Primero en Miami Herald, luego en Caretas de Perú, y ahora en FANFAN.

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