Angela Merkel dice que entre el cincuenta y el sesenta por ciento de los alemanes se va a contagiar en algún momento del coronavirus. Nunca hemos sido alemanes hasta que llegó el virus. Ahora sí. Ahora compartimos con los germanos la condición de cuerpos débiles que pueden ser colonizados por un habitante que provoca fiebre, dolor muscular y complicaciones respiratorias. Como de momento no hay vacuna, no hay más remedio que cambiar de vida. Y pensar que la vida cambiará.
Las primeras consecuencias han sido el silencio súbito de los ufanos dirigentes de Podemos, antes tan dados a la verborrea, y el eclipse del presidente Sánchez. El virus es inmune a la propaganda. Nos gobierna un grupo heterogéneo que se mueve muy bien en la retórica hueca y muy mal entre problemas y realidades. La opinión pública es plástica y maleable. La realidad es granítica y no se deja modelar ni a golpes. Administrar una situación tan grave requiere conocimiento, mucho trabajo, correr el riesgo de equivocarse y tener humildad cuando la realidad te supera. Virtudes contrarias a los que solo se guían por un idealismo de supermercado.
Manifestaciones contra el coronavirus
Al virus, el eslogan le deja frío. De Sánchez estamos viendo más declaraciones en Twitter, de la época del ébola, que del coronavirus. Estar en la oposición tiene sus inconvenientes, pero también sus ventajas. Hablar es gratis, exigir no tiene coste, y se puede pedir la luna, y hasta parece que te la pueden dar si gritas mucho y repites siempre las mismas palabras con un gesto de solemne indignación.
Gestionar, hacerse cargo de los problemas, es otra historia. Al coronavirus no se le puede combatir con manifestaciones, ni con escraches, ni siquiera con una ley, por muchas faltas de ortografía que contenga. Puedes berrear todo lo que quieras en el programa de AnaRosa que el coronavirus va a seguir ahí.
Mientras pasamos este tiempo de cuarentena y prudencia, mientras volvemos a leer el Decamerón de Bocaccio, con los relatos procaces de aquellos nobles florentinos que se refugiaron en un pueblo de la Toscana, todos sospechamos que la vida va a cambiar después de esta pandemia global. Quizá asistimos a uno de esos momentos en que los giros del mundo son de noventa grados. Vamos a descubrir que se puede trabajar desde casa con más eficacia y productividad, incluso con los niños pululando por ahí
Un giro radical
Otro de los libros que les recomiendo leer en estos días es 1177 a.C. El año que la civilización se derrumbó. No se trata de disfrutar con lo apocalíptico, sino de detenerse en un momento de nuestra historia en que todo cambió. 1177 antes de Cristo fue un año en el que unos merodeadores de origen desconocido, los llamados pueblos del mar, llegaron a Egipto. Causaban muerte y destrucción por donde pasaban.
Fue en el inicio de una época de colapso, cuando desaparecieron las civilizaciones de la Edad del bronce, los troyanos, los sirios, los hititas, los egipcios. Eric Cline, profesor de la George Washington, arqueólogo, dice que el fracaso se debió a una serie de causas conectadas entre sí: terremotos, revueltas, y la ruptura de un sistema de relaciones en un mundo que había alcanzado un notable grado de globalización.
El coronavirus como arma política
Mientras se cierran fronteras y se prohíben los vuelos entre Europa y Estados Unidos, percibimos que una pandemia corta en pedazos el sistema mundial más globalizado de la historia. A las guerras comerciales se unen ahora los efectos del contagio, al tiempo que Europa demuestra que tampoco en cuestiones de salud pública es capaz de organizar una respuesta armonizada contra la amenaza.
Nuestra vida después del coronavirus será más virtual, se desarrollará más en las redes telemáticas, es probable que durante un tiempo sea menos viajera, se desplace menos y sobre todo, algunos hablarán menos, y todos nos lavaremos más, que es algo siempre bueno y saludable. Mientras esa vida llega, tengan cuidado, lean, cuiden de los mayores, admiren el trabajo de los sanitarios, y tomen un inhibidor de arcadas cada vez que alguien, políticos o medios de comunicación, utilicen la pandemia como arma política.