Abel García Roure dirige en 2008 Una cierta verdad, este espléndido ejercicio de colocarnos en la verdad de una enfermedad mental como la esquizofrenia. A través de casos como el de Alberto, el de Bernardo y otros más, veremos en primera persona, en directo, la vida cotidiana de un enfermo mental y cómo lidia con su particular visión del mundo.
Una incógnita llamada esquizofrenia
No hay evidencias de las causas de la esquizofrenia. Se citan factores genéticos que se mezclan con estilos de vida como desencadenante. Pero lo cierto, la cierta verdad, es que no hay nada demostrado por el momento.
La esquizofrenia, como otras enfermedades mentales, se conoce más por los síntomas que por los motivos. Casi todos hemos visto a veces a personas fuera de sí, nerviosos, excitados, agresivos, que quieren liberarse de los guardias o funcionarios que están intentando inmovilizarlos para llevarlos a un lugar seguro, el hospital.
El espectáculo no es muy agradable. Y en esta película el director nos lleva precisamente a ese escenario. Siento decir que es duro, que el documental que se nos ofrece aquí no es ninguna tontería. Pero tampoco en absoluto es una forma de abordarlo fría, sino al contrario: notamos la calidez con que cada interviniente del sistema de salud trata a los enfermos.
El documental como signo de tratamiento serio del tema
Esta película no miente, es lo mejor que tiene. Sabemos dónde nos metemos: en un hospital, en un psiquiátrico. Veremos a los enfermeros preparar las tomas de la medicación, veremos a los psiquiatras plantear los casos de los pacientes en grupos de trabajo, veremos consultas de los médicos con los enfermos, y veremos el día a día y las “confesiones” de una serie de personas aquejadas con este mal, pero que siguen sus vidas de la mejor manera posible.
Rosi, el sufrimiento de sentirse embrujada
Me sobrecogen casi todos los casos. Pero he de decir que hubo uno que me hizo llorar. Es el caso de Rosi. No se pueden contener las lágrimas ante tanta angustia. Una mujer en su madurez oyendo voces dentro de su cabeza y que atribuye a una “supuesta señora” que le domina y la tiene hechizada.
Es muy fuerte, ¿verdad? Pues imaginemos estar dentro de esa situación, de esa mente. ¿Hay situaciones más complicadas que esa? No se me ocurren ahora muchas. Porque no se trata de un dolor físico, por supuesto, se trata de un dolor del alma, del pensamiento, de la voluntad. O lo que es lo mismo, un dolor y una tristeza en todo.
Notamos ahí también el estigma. Rosi no se atreve a decirlo, a expresarlo, porque entonces la gente piensa que está loca. Solo se atreve a decírselo a sus hijos. Y ahí enlazamos con la importancia del apoyo emocional a estas personas. Si no me siento querido, apoyado, amado, entonces nada puede hacerse, porque no hay motivación para salir del pozo.
Rosi se atreve también a decírselo a su doctor. Menos mal. Si, por desgracia, no tenemos a la familia apoyándonos, tendremos al equipo médico siempre. Es su trabajo. Y ellos no nos faltarán nunca.
Javier, cuando uno no tiene conciencia de estar enfermo
El caso del Señor Javier es diferente. Igual de dramático, seguro, pero con otra perspectiva interior, con otro punto de vista de la propia persona que lo vive.
La realidad de ‘Una cierta verdad’
Javier cree que no está enfermo, que es su madre la que le denuncia al hospital del Taulí para que lo ingresen y que es la que le da drogas a escondidas. No cree tampoco que tenga que tomar medicación, a pesar de que una vez agredió con un martillo a un vecino.
Javier recibe la visita a casa de un hombre que habla con él, se interesa por su pintura, por las ondas radiofónicas que oye.
Javier siente la medicación muy fuerte, quizá habría que ajustar la dosis. Los médicos lo quieren ingresar para ayudarle a centrarse. Pero él tiene miedo a estar ingresado. Además, el Sr. Javier duda de la capacidad de los psiquiatras para ayudarle en su «reparación». No tiene confianza con el “taller mecánico” que debe reparar su cabeza. No cree que tenga ninguna inestabilidad mental.
Sin embargo, el diagnóstico del equipo de profesionales que le trata dice que Javier, de 58 años, tiene esquizofrenia paranoide, no tiene ninguna conciencia de enfermedad, pero que padece, entre otras cosas, alucinaciones auditivas en forma de ondas radiofónicas, además de delirios fantásticos sobre temáticas cósmicas, y diabetes mellitus.
Nos encontramos de nuevo con dos realidades, la del mundo exterior, y la realidad interior propia de los pacientes.
El brote psicótico: cuando se produce una ruptura en el pensamiento que nos rompe por dentro
Tanto en el caso de Rosi como en el de Javier, como en general en todos los supuestos de esquizofrenia, y eso que existen multitud de clases y situaciones individuales, hay algo que nos rompe, un suceso que interpretamos como vinculado a nosotros necesariamente.
Todo lo que está pasando a mi alrededor es caótico, diferente, hay una sensación rara. Cuando se gesta un delirio hay como una sensación de extrañeza, y la persona tiene la certeza de que algo está ocurriendo enigmático que le concierne a él.
El proceso comienza por una inquietud por una cierta verdad; en el caso de Javier, por ejemplo, la verdad de saber porque sus hijos y los hijos de su mujer no se parecían.
Queremos encontrar certezas, la verdad de lo que está pasando alrededor, y las encontramos: al final encontramos la certeza de que estamos sufriendo una enfermedad mental. Eso, si tenemos la suerte de ser lo suficientemente conscientes.
Hay esperanza en el camino
Lo bueno de todo esto es que hay esperanzas. Medicaciones cada vez más apropiadas, vigilancia médica y de la familia, enclaves laborales a través de centros de empleo y empresas de inserción, y una vida ordenada, pueden llevarnos a años sin brotes psicóticos. Tenemos que luchar por esos años.
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