Espía y traidor: el hombre que evitó la III Guerra mundial

Able Archer 83 fue el nombre en clave de unos ejercicios de guerra realizados por la OTAN en noviembre de 1983. Pretendía simular la escalada de un conflicto que terminaba en una guerra nuclear. 40.000 efectivos de la Alianza fueron desplegados en Europa Occidental. Fue el momento más tenso de la guerra fría. El mundo estuvo al borde de una guerra nuclar. Un espía, traidor a la Unión soviética, evitó el lanzamiento de misiles armados con cabezas atómicas.

Ese hombre se llama Oleg Gordievsky y su historia está narrada en la última obra de Ben Macintyre Espía y traidor, una narración con acontecimientos tan cercanos que el lector tiene la sensación constante de estar revelando razones y claves ocultas de un pasado muy reciente.

Oleg nació y creció en el seno de una familia soviética. El padre era un oficial del espionaje que participó en las purgas de los años del terror. Su hermano mayor entró pronto en los servicios secretos. Tan solo la madre mostraba una actitud fría hacia el comunismo soviético. Los años de formación de Oleg iban encaminados a convertirle en un espía eficaz. Pero su inclinación por la literatura y la música, su curiosidad por la vida al otro lado del telón de acero fueron el germen de su papel como traidor. Dos acontecimientos precipitan en su conciencia la necesidad de contribuir a la demolición del régimen: la construcción del muro de Berlín y la invasión de Praga que aplastó la apertura política de aquella primavera tan breve. La grieta que terminó con la Unión soviética comenzó a abrirse en aquellas jornadas trágicas. El factor humano, el rechazo de un individuo a la tiranía, desplegada con toda su brutalidad en la toma de las calles de Praga por los tanques, en los guardias de frontera disparando a quienes querían huir del Berlín oriental antes de la clausura. Esas quiebras del ideal del «nuevo hombre soviético» provocaron que en su conciencia, el joven espía quisiera hacer lo posible por terminar con aquel régimen criminal. Para conseguirlo, su biografía solo le dejaba la posibilidad de convertirse en traidor, de llevar una doble vida.

El relato comienza el 18 de mayo de 1985. Oleg es llamado a Moscú muy poco tiempo después de ser nombrado jefe del espionaje soviético en Londres. Un puesto de máxima relevancia. El Reino Unido era una pieza crítica en la tela de araña del KGB en Occidente. Londres había sido un territorio de una gran rentabilidad para los servicios de información. Las fisuras en el MI6 británico, colosales. La última, la de Kim Philby, el agente que había sido jefe del espionaje británico en Whasington y que había conseguido huir a Moscú, donde terminó sus días entre el recuerdo de sus leyendas y el alcohol. Desde que llega a su casa, Oleg sabe que está siendo vigilado por sus superiores del KGB y que en cualquier momento puede ser detenido, apresado, ejecutado.

Un relato trepidante

Pasada esa introducción, la maestría narrativa de Macintyre, su capacidad para componer un relato minucioso con la habilidad de un novelista, atrapa al lector y no lo suelta hasta el capítulo final, en el que asistimos a un episodio trepidante, de una intensidad extrema: la fuga del traidor que llegó más alto en la jerarquía soviética, en una Moscú vigilada en cada esquina, en cada vagón de metro o de tren, una ciudad en la que los diplomáticos son escuchados, grabados, acosados hasta el delirio.

Oleg Gordievsky fue captado como doble agente en Copenhague, en su primera misión en el exterior. Y se mantuvo fiel a Occidente hasta que desenmascarado en 1985, ya con Gorbachov en el poder. Desde su puesto en Copenhague contribuyó a desmantelar las redes del KGB en el norte de Europa. Pero jugó su papel más importante en 1983, cuando transmitió a Occidente las claves de la mentalidad rusa, la interpretación que Moscú estaba realizando de los ejercicios militares de la OTAN en Europa occidental. Un régimen paranoico, dirigido por la gerontocracia del Partido Comunista, con Yuri Andropov al frente, estaba convencido de que Occidente iba lanzar un ataque nuclear. Todo el servicio secreto ruso se movilizó en el mundo occidental para encontrar pruebas que permitieran sostener la paranoia del poder. Gordievsky fue un hombre clave para que en Whasington, en Londres y en París, se entendiera la mentalidad de un régimen que se sentía como una fiera acosada, antes del colapso.

Gracias a Gordievsky la administración Reagan moderó su retórica y Margaret Thatcher decidió tender una mano a Moscú. Comprendió que había llegado el momento de poner fin a la retórica del «imperio del mal» para pensar en cómo poner fin a la Guerra Fría. Oleg Gordievsky fue parcialmente responsable de ese giro. Como lo fue también del acercamiento entre Thatcher y Gorbachov. La premier británica asistió a los funerales de Andropov con un manual sobre cómo comportarse en la ceremonia según las reglas soviéticas. El texto había sido elaborado por el espía/traidor que estaba al frente del espionaje soviético en la capital británica.

Una de las grandes historias de espías de la Guerra Fría

Espía y traidor es una de las grandes historias de espías, en manos de un experto en estas cuestiones. De Macintyre hemos leído La historia secreta del Día D, la historia de los espías que engañaron a Hilter, y Un espía entre amigos, relato del caso Philby, uno de los «cinco de Cambrigde que espiaron para la Unión soviética. Al rigor histórico, Macintyre añade una técnica narrativa magistral que juega con el suspense y los silencios, que practica el contrapunto con una gran eficacia y domina el contexto en el que se mueven sus personajes. Sus historias ilustran el enorme valor que tiene el factor humano en los hechos históricos. Más allá de las grandes teorías del historicismo, la actuación individual de las personas es capaz de variar el rumbo de los hechos, y de convertir una pequeña fisura moral en la gran enfermedad estructural de los regímenes. El triunfo de Oleg Godrievsky es el triunfo de la libertad, y el lector siente en el final de esa fuga consumada cómo tiemblan los cimientos del gran edificio soviético que caería con estrépito apenas unos años después.

En La historia secreta del Día D Macintyre nos reveló cómo un puñado de personas con más defectos que virtudes fue capaz de urdir el gran engaño que propició el éxito del desembarco de Normandía. Los hombres y mujeres que participaron en aquella operación eran a priori candidatos al fracaso. En Espía y traidor demuestra que una pequeña pieza de un gran engranaje, una pieza pensada, diseñada, educada y entrenada para formar parte de la maquinaria totalitaria, se puede convertir en un factor de destrucción. Basta que tenga un sólido afán de libertad.

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